Los intelectuales de Colón

Los intelectuales de Colón

Los intelectuales de Colón están que trinan con los indultos. Me refiero a los escritores y ensayistas que piden mano dura con los independentistas y que promovieron o apoyaron la segunda manifestación de la plaza de Colón el pasado 13 de junio. Al igual que en la primera (inmortalizada en la foto de Abascal, Casado y Rivera), asistimos a una explosión de banderas nacionales, orgullo españolista y mensajes excluyentes e intransigentes. En estos momentos, sus ­cabezas más visibles son Fernando Sa­vater, Andrés Trapiello y Mario Vargas Llosa, aunque el grupo está formado por una nutrida cantera de secundarios a los que puede verse en apariciones muy breves en el hilarante vídeo de vivas al Rey lanzado por la plataforma Libres e Iguales.

Es lógico que el indulto de los líderes independentistas catalanes sea motivo de controversia política, aunque muchos de los argumentos empleados entren en la categoría de lo absurdo: que si los indul-tos son inconstitucionales, que si suponen una quiebra del Estado de derecho, que solo se pueden conceder si hay un arrepentimiento previo, que los condenados son unos golpistas, etcétera. Nada de cierto hay en todo ello, como sabe cualquier persona mínimamente informada. La política, sin embargo, es así, nada impide que los partidos traten de desgastar al Gobierno a costa de malos argumentos.

Todo esto ya lo hemos vivido en otros momentos de nuestra historia reciente. Por su virulencia y simplismo, la oposición al proceso de paz del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se basó también en un discurso incendiario, que incluía la “traición a los muertos”, la “ruptura del orden constitucional” y “trocear España entregando Navarra a los terroristas”. Algo parecido sucedió con la campaña contra el Estatut del 2006.

En ambos momentos, con Zapatero y Sánchez, el PP estaba en la oposición. Y tanto entonces como ahora los intelectuales de Colón dieron cobertura y munición dialéctica a las campañas de la derecha. Resumiendo mucho, su discurso parte de la base de que la única nación del Estado capaz de organizarse como una democracia liberal es la española. Vascos y catalanes están constitutivamente incapacitados para vivir en democracia salvo que el Estado español se mantenga vigilante e imponga la ley en sus territorios. De ahí que estos intelectuales piensen que la defensa de la nación española es lo mismo que la defensa de la democracia y el Estado de derecho. Solo pueden ser libres e iguales los españoles en su conjunto, nunca los catalanes o los vascos separadamente. Pero eso, según ellos, no es nacionalismo, es tan solo una pura constatación de las virtudes liberales de la nación española. Ya.

OPI 4 PELL DE BRAU 26 JUNY 2021
Joma

Resulta inaceptable que la argumentación de estos autores sea tan pobre, con tesis de gran simplicidad

Conviene subrayar que la responsabilidad de los intelectuales en el debate público es distinta a la de los políticos. Estos cuentan con la legitimidad de los votos y representan a la ciudadanía. Los intelectuales, en cambio, solo hablan en nombre de sí mismos y de los valores que defienden. Sin legitimidad popular, la presencia de los intelectuales públicos en el debate político debería poder justificarse por el servicio que prestan a la conversación colectiva, proponiendo puntos de vista críticos, novedosos, iluminadores, que eleven la discusión. Un buen intelectual que participa en el debate político es aquel que nos obliga a repensar nuestras convic­ciones o que proporciona una perspectiva que no habíamos tenido en cuenta.

A aquellos intelectuales que gozan del favor de los medios, que tienen una voz que llega más lejos que la de la mayoría de los ciudadanos gracias a sus columnas, libros y conferencias, hay que exigirles un plus de responsabilidad por el privilegio que se les ha concedido. En este sentido, el grupo de los intelectuales españolistas a los que antes me he referido han sido los niños mimados de los medios madrileños, tanto de los liberales como de los conservadores. Se los ha jaleado, se los ha considerado referentes , se los ha premiado y homenajeado y se los ha dejado disparatar cuanto han querido.

Mi reproche no consiste en que se hayan derechizado, procediendo la mayoría de ellos de la extrema izquierda (nada se celebra más en los medios derechistas que un antiguo rojo que aborrece su pasado). Ni siquiera criticaré la manera en que, con su discurso pretendidamente ­cívico y democrático, se prestan a participar en un acto como el de Colón, que ­secunda y capitaliza Vox, un partido que, en su nacionalismo español exaltado, ­­de­fiende la ilegalización de partidos democráticos ­como Bildu, ERC, Junts o el PNV.

Todo eso puede ocurrir, la política está llena de fenómenos desconcertantes. Ahora bien, lo que resulta inaceptable es que la argumentación de estos intelectuales sea tan pobre. Muchos de ellos son personas que han destacado en el mundo de las letras. Sin embargo, cuando intervienen en el debate público, lo hacen sobre todo para hablar de la cuestión nacional. Y lo más sorprendente es que aunque sean personas cultas y versadas en lo suyo, no se han tomado la molestia de ­prepararse un poco los argumentos a propósito del nacionalismo. Cualquiera que haya estudiado algo los aspectos históricos, políticos y sociales del nacionalismo se da cuenta de la extrema simpleza de las tesis que defienden estos escritores. No estoy diciendo que no se puede realizar una crítica dura del nacionalismo o de muchos de sus aspectos: tan solo quiero decir que la ­crítica ha de venir acompañada de argumentos bien construidos y de una cierta familiaridad con el asunto del que se habla.

Con su prosa agresiva, han contribuido al carácter incivil de nuestro debate sobre el asunto nacional

Estos intelectuales, con su discurso grueso y su prosa agresiva y descalificadora, han contribuido decisivamente al carácter incivil de nuestro debate sobre el asunto nacional. De hecho, han trasladado de forma mecánica y perezosa los esquemas de la lucha contra el terrorismo al combate contra el nacionalismo, como si fuera todo lo mismo. Bastaría, por ejemplo, con que admitieran que, de la misma manera que cuando hablamos de la de­recha distinguimos entre fascistas y conservadores, o, en el caso de la izquierda, ­entre socialdemócratas y comunistas, debemos distinguir también entre nacionalismos excluyentes e integradores, o entre nacionalismos con Estado y sin Estado. Eso ya sería un primer paso para que ciertas demandas territoriales no se percibieran como ofensas o ataques a la democracia española. Pero quizá sea pedir demasiado a unos intelectuales que hace tiempo renunciaron a su responsabilidad pública y optaron por actuar como meros propagandistas de la derecha nacionalista española.

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