La rueda del tiempo gira y gira, pero hay cosas que no cambian. Revolviendo viejos recortes de periódico, tropiezo con una lista de las cien primeras empresas españolas por capitalización bursátil del año 1970. La encontré hace varios años, documentándome en la hemeroteca para una novela, y la tenía entre un montón de papeles curiosos.
Es una lista que resulta sorprendentemente familiar. Está encabezada por las diez empresas siguientes: Telefónica, Iberduero, Hidroeléctrica Española, Ensidesa, Fecsa, Banesto, Compañía Sevillana de Electricidad, Unión Eléctrica Madrileña, Banco Hispano-Americano y Fenosa. Seat ocupa la posición número 14. Entre las treinta primeras, hay cuatro bancos más: Banco Central, Banco de Bilbao, Banco de Vizcaya y Banco de Santander. Iberia es la número 29; la empresa de camiones Barreiros, la 34, y la cervecera El Águila, la 35.
El dinamismo del panorama empresarial español deja mucho que desear
La impresión inevitable, leyendo esta lista, es que, más allá de las fusiones y de los cambios de nombre, el dinamismo del panorama empresarial español deja mucho que desear. Entonces las diez primeras posiciones estaban ocupadas por los grandes bancos y por compañías de energía, junto con Telefónica y Ensidesa: es decir, por los bancos y por compañías públicas o muy dependientes de las decisiones de la Administración, empresas que vivían a la sombra del BOE. Hoy, estas mismas empresas –con la excepción de Ensidesa, una siderúrgica que desapareció– representan casi dos terceras partes de la capitalización total del Ibex.
Algunos nombres son nuevos, pero las empresas no. Santander es el nombre de la entidad resultante de la fusión de cinco de los grandes bancos de entonces: Hispano-Americano, Central, Banesto, Popular y Banco de Santander. Puede resultar curioso que el banco que entonces era el más pequeño de los cinco sea el que se ha comido a los otros cuatro y ha mantenido la marca propia, pero así ha sido. Posiblemente sus directivos han tenido más vista. El BBVA es la suma del Banco de Bilbao y del Banco de Vizcaya (más el Banco Exterior de España). Iberdrola, Endesa y Naturgy son el resultado de fusiones de las compañías de energía que había entonces.
Este peso de los grandes bancos y de las empresas reguladas por el Estado se mantiene, aunque no de una forma tan abrumadora, y esto no es muy halagador para el espíritu empresarial español. Muchos buenos negocios se continúan haciendo en los ministerios.
En aquella época los presidentes de los siete grandes bancos se reunían de vez en cuando para comer juntos. La prensa publicaba fotografías del ágape y a todo el mundo le parecía normal que aquellos caballeros de traje oscuro, que en teoría eran competidores, se conjurasen para hacer frente común ante el Gobierno. Por fortuna, no siempre conseguían lo que se proponían, pero proyectaban la imagen de un núcleo de poder imponente. No sé si los presidentes de las empresas energéticas también se reunían públicamente, pero sin duda tenían un poder similar y no dudaban en ejercerlo.
Hoy, una reunión de este tipo no sería posible. Hoy los grandes empresarios españoles se encuentran en el palco del Bernabeu y, si se ponen de acuerdo en algo, se lo callan, no sea que la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia se entere y les arree un multazo.
Si acercamos un poco la lupa, vemos que este no es el único cambio digno de mención. El más notable: hoy, la primera empresa española por capitalización bursátil es Inditex, que entonces no existía. Es una empresa que ha crecido sin ninguna ayuda oficial, que no tiene la sede central en Madrid, que no depende del BOE y que se ha convertido en líder mundial en su campo.
Otra cosa que llama la atención: entonces las empresas constructoras y de infraestructuras no tenían tanto peso como ahora. Las precursoras de los gigantes que son hoy ACS, Acciona y Ferrovial (Dragados, Entrecanales, Focsa, etcétera) no aparecían en los primeros puestos de la lista. Aquí se dibuja uno de los principales vectores del crecimiento económico de los últimos cincuenta años.
Otro cambio significativo: entonces las primeras empresas del país eran puramente nacionales; ahora son auténticas multinacionales que obtienen el grueso de sus beneficios por esos mundos de Dios. Otro: reguladas o no, todas estas empresas están sometidas a una competencia feroz, que entonces no existía. Otro más: la lista de las cien primeras empresas incluye muchas más empresas no reguladas, resultantes de la iniciativa privada.
Sin embargo, pese a todos estos cambios, el paisaje es muy parecido. Ninguna de las cinco primeras empresas estadounidenses actuales –Apple, Microsoft, Amazon, Google y Facebook– existía entonces. Son empresas de una nueva era. Nosotros continuamos, básicamente, con las de siempre. Las excepciones –Inditex, Grifols, Mercadona, etcétera– son pocas y, curiosamente, de origen periférico.
Ni que decir tiene que deseo todo tipo de aciertos a las grandes empresas españolas. Si han sobrevivido es porque se han sabido adaptar a los cambios vertiginosos de los últimos años. Han aprovechado la globalización para convertirse en gigantes. Merecen todo el respeto. Pero no sé si sería muy buena señal que dentro de cincuenta años continuaran copando los primeros puestos del ranking.
El objetivo del Plan de Recuperación europeo Next Generation es estimular el crecimiento en sectores relacionados con la innovación tecnológica, la digitalización y la transición ecológica, para ayudar a los países de la Unión a superar la crisis generada por la pandemia. Ya nos podemos poner las pilas. Si este programa nos ayuda a crear unas cuantas empresas que, dentro de diez años, estén entre las veinte o treinta primeras de España, será un éxito. Habrá contribuido a modernizar la economía española. Si no, habremos perdido una oportunidad de oro.
Siempre nos quedará el turismo.