¡La hoguera que no cesa!

¡La hoguera que no cesa!

Leo conmocionado en Abc que un hombre inteligente como Andrés Trapiello se rasga las vestiduras ante el último homenaje del Instituto Cervantes a Jaime Gil de Biedma. Al parecer, el motivo de su enfado es que esta institución cultural pública ha dedicado su tiempo (y dinero) a homenajear a un poeta que, según él mismo confesó en su diario Retrato del artista en 1956 , aquel mismo año se acostó con algún adolescente en Filipinas. O me he perdido alguna reforma estatutaria del instituto o lo que se espera de este es que promueva universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del idioma español, así como que contribuya a la difusión de las culturas hispánicas en el exterior. Para su propósito, pocos nombres como el de Jaime Gil me parecen tan rabiosamente pertinentes y, ya que Trapiello razona en términos morales, pocas voces como la del poeta de Barcelona me resultan tan oportunas para los tiempos maniqueos, simplistas y poco matizados que vivimos. Porque además de por el valor de su obra, que no me corresponde a mí subrayar, la conciencia moral dubitativa, contradictoria y autoexigente de Gil de Biedma rebosa justamente de la humanidad de la que ahora tanto carecen los bárbaros fanáticos que a diario vomitan un sinfín de estupideces, desde sus respectivas cuentas de Twitter o desde tertulias y otras barras de bar para borrachos similares, estas sí, claramente lesivas de la convivencia, la concordia y, en consecuencia, de la democracia.

La denuncia de Trapiello a Gil de Biedma no solo es legítima, sino que es intelectual y moralmente impecable. Además, tiene más razón que un santo cuando nos recuerda que, en general, si eres progre en España (o indepe en Catalunya), tienes licencia para el disparate. Dicho esto, su crítica me ha incomodado porque tengo la impresión de que especialmente desde la democratización digital del derecho a opinar, si algún oficio ha proliferado en nuestra sociedad es el de censor. Ya lo advirtió Juan Soto en su magnífico ensayo Arden las redes , en el 2017. Así, iPhone en mano, la asociación de madres y padres ociosos de turno; la asociación más recóndita en pro de este o aquel derecho, de esta o aquella minoría saltan de golpe a la pa­lestra y buscan la muerte civil de aquellos que contravienen sus valores, sus cos­tumbres o quizás, simplemente, sus opiniones y prejuicios. En España, hoy en día, el heterodoxo que simplemente cuestiona cualquiera de los dogmas feministas, igualitaristas o migratorios políticamente correctos recibe palos hasta en el carnet de identidad. Más o menos lo mismo que pasó en Catalunya durante la ­gripe se­cesionista si ponías en cuestión ­alguna de sus creencias. Si es que hay temas que no admiten discusión, piensa siempre el fanático.

Night of the Inquisition. Found in the collection of National Museum of Art, Oslo. (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)

 

Heritage Images / Getty

La persecución de herejes desborda el noticiario diario de nuestras sociedades posmodernas

Los ejemplos de fanatismo y persecución de herejes rebosan el noticiario diario de nuestras sociedades posmodernas, aparentemente tan tolerantes y educadas. Así, por ejemplo, el espectáculo al que ­hemos asistido ante las presuntas vacu­naciones improcedentes de políticos, eclesiásticos y militares ha sido propio de los tiempos inquisitoriales más crueles, que sería bueno recordar que en España teóricamente vieron su fin con las Cortes de Cádiz, en 1813. ¿De verdad alguien como Ximo Puig puede afirmar, sin matiz alguno, que puede ser razonable que un al­calde, un consejero de Salud o un alto mando del ejército que estén velando por com­batir la pandemia, al pie del cañón, con generosidad y por un salario pírrico, no reciban prioritariamente una triste ­dosis de vacuna? Y más grotesco aún, ¿que se les niegue la segunda si ya han recibido la primera? ¿Tan poco cree en su propia labor como servidor público? ¿Merecen ­estos ciudadanos hasta ahora recono­cidos como honorables el escarnio público y la indefensión de ser ­tratados como ruines por una panda de charlatanes sin oficio ni ­beneficio? No menos preocupante es la dinámica de criminalización de los jóvenes, así como el fomento de la delación vecinal ante comportamientos incívicos durante la pandemia, que desde hace tiempo vienen fomentando algunos pirómanos de la ­convivencia. Va a resultar que como sociedad ­podemos soportar sin problemas que el 40% de nuestros jóvenes estén en el paro y sin futuro. Sin embargo, en esta lucha contra la pandemia con más contradicciones, excepciones y agujeros que un queso gru­yère , que un sábado por la noche queden los amigos y se tomen unas cervezas es todo un atentado a la salud pú­blica, reprobable penalmente. Estos de la Generalitat, que desde hace algunos años siempre com­piten por ser los campeones del despropósito, se ve que durante el ­primer estado de alarma lle­garon a poner más de 170.000 multas. Vamos, que en Catalunya si no te han multado ¡no eres nadie! En fin, que tan cierto como que las torturas ­medievales hace tiempo que ­quedaron atrás lo es que nuestros cen­sores de hoy siguen tan brutos y activos como siempre. ¡Ojo, pues, Trapiello, con encender según qué pira! Si no quieres ­salir también cualquier día chamuscado.

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