La plataforma HBO Max emitió anteayer un programa especial rescatando a los protagonistas de la serie El ala oeste de la Casa Blanca El ya octogenario Martin Sheen (presidente Bartlet) volvió a reunirse con sus colaboradores Rob Lowe, Dulé Hill o Richard Schiff en esta grabación efectuada en un teatro de Los Ángeles, sin público, para apoyar a la organización de Michelle Obama When We All Vote, que pretende incentivar la participación en las próximas elecciones presidenciales.
En tiempos como los actuales, la filosofía de esta serie constituye un bálsamo para el atribulado ciudadano.
‘El ala oeste’ devuelve una lección necesaria: la del acuerdo político para el bien común
El ala oeste de la Casa Blanca, creada y producida por el guionista y director Aaron Sorkin, comenzó a emitirse en 1999 y se prolongó hasta el 2006. Hoy está considerada un gran clásico de la televisión contemporánea. En su día fue vista, correctamente, como una visión idealizada de la presidencia de Bill Clinton, no en vano contaba entre sus asesores con la famosa Dee Dee Myers, que había trabajado como joven secretaria de prensa al inicio de ese periodo y que inspira el personaje CJ Cregg encarnado por Allison Janney, icono del cine independiente.
Por idealizados que estuvieran los retratos del presidente y su equipo, los conflictos a los que se enfrentaban eran muy reales: guerras internacionales, abusos de poder, filibusterismo parlamentario y maniobras sucias de la oposición y en el seno del propio partido. Sin embargo, la virtud de la serie radicaba en su visión ética de la política, considerada como una actividad noble y necesaria al servicio del pueblo, en la línea marcada por los padres fundadores y por pensadores de la gran tradición norteamericana como Henry Adams. Aaron Sorkin se reveló como un brillantísimo recreador de la actividad pública y de la historia de su país, y lo ha confirmado en su película más reciente, El juicio de los siete de Chicago, donde a través de un célebre episodio de los años sesenta remarca, entre diálogos siempre punzantes, su fe en el idealismo constructivo y también en la regeneración ética por complicada que resulte.
La pandemia nos va a dejar muchos recuerdos, bastantes de tragedia, otros de entrega y generosidad, pero sin duda entre los más amargos figurará la incapacidad de nuestra clase política para ponerse de acuerdo a la hora de resolver cuestiones cruciales y a veces de vida o muerte. La receta Sorkin (que más allá del conflicto inevitable debe primar siempre la búsqueda del bien común a través del acuerdo) debería ser de adopción obligatoria para quienes nos gobiernan.