Carroñeros que acechan la libertad

Carroñeros que acechan la libertad

De esta crisis saldremos mucho más empobrecidos que de la del 2008”, me decía una de las mentes mejor armadas del panorama financiero español, pocos días después de estallar la pandemia y cuando todavía no se divisaba la profundidad del socavón económico. Fue una profecía autocumplida que con resignación intentaremos superar cuando expire la alarma sanitaria.

Pero lo que nadie nos había dicho es que la Covid-19 incorporaba en su carga vírica un recorte de la democracia y las libertades. Ni que los carroñeros aprovecharían los tiempos de miseria y peste para borrar derechos sociales, degradar las instituciones e imponer dictaduras. Su método se basa en cebarse en las estructuras institucionales más frágiles y, supuestamente en nombre del pueblo, inocular ideas populistas para servirlo todo bien envuelto en la bandera. Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, es un alumno tan aventajado que, aprovechando la coartada del virus, ha impuesto manu militari el Gobierno por decreto y por tiempo indefinido. Todo ello con la cobarde respuesta de la UE, el club al cual pertenece Hungría, y que otra vez ha optado por confundir el orín que les arroja Orbán con un simpático e inofensivo chirimiri. Pero el líder magiar no es ni mucho menos un ejemplar único. Los de su estirpe van desde la dictablanda de Putin en Rusia, Erdogan en Turquía o Kaczynski en Polonia hasta la represión de Maduro en Venezuela u Ortega en Nicaragua, el crimen institucional de Duterte en Filipinas o las recetas antiepidemia a base de vodka y sauna de Lukashenko en Bielorrusia. El común denominador de todos ellos es sacar tajada de la infección global para imponer disciplina, reforzar su poder y acabar con el díscolo. Otros más discretos y menos groseros quieren aprovechar el desconcierto para hurgar a mansalva en la intimidad y manipular los datos que desde teléfonos y ordenadores nos arrebatan impunemente.

Aparte de las vidas perdidas y del derrumbe económico, los derechos y las libertades son ya los daños colaterales de la gran crisis de nuestra era. Todavía sometidos a la parálisis del pánico, nadie puede plantar cara a los flecos que destila la pandemia. La cuestión es si el día después nos quedarán fuerzas para seguir luchando para recuperar aquello que costó tanto sudor y sangre. No será fácil. Los carroñeros son persistentes y una vez abatida su presa no la abandonan hasta que sólo quedan los huesos.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...