La realidad alternativa

La realidad alternativa

Recién se ha estrenado la cuarta temporada de The good fight, que protagoniza Christine Baranski en el papel de una veterana abogada, que asiste desconcertada a la victoria de Donald Trump. En el primer capítulo de la nueva entrega de la CBS, la letrada acaba de salir de un coma y se encuentra en un espacio mental diferente, en una realidad alternativa, donde Hillary Clinton es la presidenta de los Estados Unidos. Una ucronía divertida que, como en el bolero, nos sitúa en lo que pudo haber sido y no fue. Sería interesante rodar una serie en la que la derecha hubiera ganado en España las últimas elecciones y, por consiguiente, hubiera tenido que afrontar la pandemia. A tenor de lo que se escuchó en la sesión de control del Congreso, viviríamos en el mejor de los mundos. Poco menos que no habría contagiados en los hospitales, sino tartas de regalo de la OMS, mientras la UE tomaría nota de tanta eficacia y sabiduría.

Es posible que en la gestión de la crisis unas cuantas cosas se hubieran podido hacer mejor, desde haber adelantado unos días la declaración de estado de alarma a haber acertado en los suministradores de los test del coronavirus. Pero la sensación es que el Gobierno ha respondido al reto que tenía por delante, seguramente no tan bien como Corea del Sur, pero mucho mejor que el Reino Unido o Estados Unidos. El control parlamentario del Gobierno, incluso en las situaciones de emergencia, es imprescindible y forma parte de los pilares de la democracia. Pero escuchar a Santiago Abascal poniendo cara de restreñido para afirmar que el Gobierno ha realizado “la peor gestión del mundo” resulta ridículo y una manera repugnante de ejercer la política. Sobre todo porque esta misma semana el director de la OMS para Europa, Hans Kluge, ha felicitado al Gobierno y a los sanitarios españoles por su lucha “inspiradora” contra el coronavirus, tras su visita. Al menos, más allá de su dureza, Pablo Casado hizo propuestas y exigió conocer los decretos antes que se publiquen. Pero su lenguaje resultó a menudo vintage, con expresiones como “dejen de esconderse en el burladero de la historia” (como si la historia fuera una plaza de toros) o “no menosprecie la grandeza del pueblo español” (como si en este colectivo no hubiera también un montón de pícaros que intentan hacer negocio con las mascarillas o de insensatos que se han escapado a las segundas residencias).

El pleno no puso finalmente obstáculos para que Pedro Sánchez amplíe el estado de alarma hasta el 26 de abril. Pero lo complicado vendrá luego. Mientras, sería inteligente conseguir un pacto amplio para establecer cómo se sale del confinamiento y cómo se reconstruye la economía. No ha sido una buena idea llamarle a esto último “unos nuevos pactos de la Moncloa.” La gente posee memoria de pez y la transición, pocos lectores. Pero que nadie se ponga estupendo: no nos pase como a los holandeses que, están tan pendientes de lo que hacemos los europeos del sur, que les han robado un Van Gogh (Jardín de primavera) en el museo Singer.

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