Camus y el coronavirus

Hacía tiempo que me apetecía releer a Albert Camus y el coronavirus me ha dado el empujón que me faltaba. Yo también cojo La peste y la devoro fascinado por la maestría con la que Camus describe cómo los habitantes de la ciudad apestada –Orán– se van adaptando a la epidemia, cómo se instalan en un tenso presente, cómo poco a poco su percepción de la existencia va cambiando.

El doctor Rieux, el protagonista, se alza como una figura infatigable en la lucha contra la enfermedad –un santo ateo, una versión camusiana del superhombre nietzscheano–, en medio de un panorama desolador en el que, sin embargo, surge una solidaridad cruda, primaria. “Es una idea que puede dar risa –dice Rieux–, pero la única manera de luchar contra la peste es la honestidad”. “¿Qué es la honestidad?”, le pregunta su interlocutor. “No sé lo que es en general –responde Rieux–. Pero en mi caso sé que consiste en hacer mi trabajo”.

El virus nos da una lección sobre el carácter ilusorio de las fronteras y el valor de la cooperación internacional

La ciudad apestada de Camus es una alegoría de una existencia en la que, inexorablemente, todos estamos condenados a morir. Rieux lo acepta sin rechistar y se entrega en cuerpo y alma a su labor de médico. Nada como una epidemia para aclarar prioridades y poner las cosas en su lugar.

No sé si los esfuerzos de las autoridades sanitarias y las drásticas medidas de los últimos días permitirán contener la expansión del coronavirus. Ojalá. Tampoco sé si el dichoso Covid 19 es estacional o no. Espero que tenga la amabilidad de serlo, porque veo que en los países tropicales y del hemisferio sur hay comparativamente pocos casos nuevos, lo que tal vez significa que la humedad y las altas temperaturas no favorecen los contagios. En todo caso, la epidemia nos puede ayudar a ver algunas cosas bajo una nueva luz.

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Emilio Morenatti / AP

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Las limitaciones de la soberanía, por ejemplo. Si alguien no entendía el significado de la palabra interdependencia , ahora ya sabe qué quiere decir. ¿En cuántos países está activo el virus? ¿Cien? ¿Ciento veinte? La peste bubónica llegó a la ribera rusa del mar Negro, procedente de Asia, el año 1346. En 1347 llegó a Estambul, y en 1348, a París. Ahora, en cambio, cuando alguien en Canadá o en Argentina se contagia, lo primero que le preguntan es si ha estado recientemente en China, en Irán o en Italia. Un virus originado en una provincia china de la que nunca habíamos oído hablar nos ha obligado a suspender el campeonato de Liga. Esto es la interdependencia.

El virus nos está dando una lección práctica sobre el carácter ilusorio de las fronteras y sobre el valor de la cooperación internacional. ¿Qué protección ofrece la suspensión de vuelos intercontinentales de Donald Trump? Ya puede Estados Unidos levantar todos los muros que quiera: el virus se los saltará. El error de Washington de recortar la contribución a la Organización Mundial de la Salud, como parte de la ofensiva contra el multilateralismo, aparece ahora en toda su magnitud. A esto se le llama tener visión de futuro. Lo de “América primero” está muy bien para los mítines en el Medio Oeste, pero los problemas globales –y este es uno de ellos– exigen respuestas globales (aunque la gestión diaria sea local, por supuesto).

Donald Trump no consigue disimular que, para él, el principal peligro del coronavirus no es sanitario sino político: lo que más le angustia es la posibilidad de no ser reelegido. Él contaba con la buena marcha de la economía para ganar las elecciones, pero ahora la bolsa cae a plomo y los tambores de la recesión redoblan con vigor. Su reacción, con la característica mezcla de arrogancia, ignorancia e indiferencia por la suerte de los más débiles, no le ayudará.

El coronavirus puede hacer que los estadounidenses vean la importancia de contar con un sistema sanitario público universal. Hay muchos millones de ciudadanos que carecen de seguro o que se han de pagar parte de sus gastos médicos. También hay muchos que, cuando están de baja, no cobran. Nadie les podrá reprochar que, para mantener a su familia, intenten no ir al médico y que opten por ir a trabajar aunque tengan síntomas, caiga quien caiga. No creo que esto ayude a controlar la epidemia, por más rebajas de impuestos que apruebe el Gobierno.

El Brexit tampoco servirá para parar los pies al virus. Ante una epidemia como esta, el eslogan de “recuperar el control” no va a ninguna parte. Al contrario: el coronavirus puede sacar a la luz la falta de personal sanitario que hay en el Reino Unido y el gran error de poner obstáculos a la inmigración de los vecinos europeos. Ahora los británicos se darán cuenta del servicio impagable que los médicos y las enfermeras llegados del continente, entre ellos muchos españoles, han estado prestando al país.

En España, tras unas primeras semanas en las que el virus creó un espacio de colaboración inédito entre el Ministerio de Sanidad y las autonomías y en las que nadie cuestionaba el modelo ni reclamaba más competencias, han aflorado las primeras divisiones y las críticas, algunas de ellas muy mezquinas. Nada más fácil: si las medidas son drásticas, se las tilda de alarmistas. Si no lo son, de tibias. Supongo que la política es así, pero no es el momento de hacer este tipo de política. En situaciones de emergencia como la actual es cuando se ve la diferencia entre un político de tres al cuarto y un hombre de Estado.

Uno de los personajes d e La peste , Rambert, un periodista de París atrapado en la ciudad, quiere huir para estar con su mujer. Consigue la ayuda de unos guardias, pero cuando llega el momento comprende que abandonar Orán es faltar a su deber de solidaridad y decide quedarse para ayudar en lo que pueda. Quizás tendremos que sugerir a algunos de nuestros políticos que lean a Camus y que aprendan de Rieux y de Rambert. Les vendría muy bien.

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