Ya sé que no es el primero que se publica. Ni será el último. Pero no me quería quedar sin despedirme de José Luis Cuerda. Ahora, cuando un amigo se muere, además de los recuerdos y la pena, te queda su chat de WhatsApp. Y me he vuelto a partir de la risa releyendo lo que me escribía. Casi siempre era para quedar para comer o cenar –¿hay algo mejor que eso?–, pero adornaba la cita muy bien: “¿Comemos o cenamos un día de estos? Para hablar mal de individuos y de colectivos. Y para reírnos inmoderadamente. Yo puedo acercarme a Barcelona, que no quiero que se enfade conmigo Pujol y me desherede”. Yo le contestaba como podía: “Donde tú digas. Pero si quedamos en Madrid, yo no conozco nada. Soy de provincias”. Y él volvía a la carga: “Es lo que tenéis los paletos, que no servís nada más que para hacer programas de televisión. Ya te sugeriré alguno. Restaurante, no programa. Que no soy paleto. Que he estado en París y en Atenas. Creo que era Atenas”.
Mira que Twitter ha traído desgracias a la humanidad. Pero sin Twitter yo no habría conocido a Cuerda. Sin habernos visto nunca, un día me llamó a bocajarro y me pidió que le presentase su libro de tuits Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado . Con ese título, ¿quién le iba a decir que no? Fue en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Yo estaba acojonado. ¿Qué iba a hacer al lado de aquel titán? Pero como hay genios generosos, me iba tirando centros medidos para que los pudiese rematar a puerta vacía. Fue la primera noche con él, y la recuerdo como una de las más divertidas de mi vida.
Con mucha modestia decía que tenía un talento justito, pero era sin duda el mejor director de Albacete capital
Martín Tognola
Luego nos invitó a cenar en La Ancha, detrás del Congreso de los Diputados. Cuerda se entregó, en esa cena, como si estuviese haciendo una exhibición para nosotros. Recuerdo las caras de incredulidad, por estar viviendo aquello, que teníamos los miembros del equipo, especialmente la del realizador David Cabrera, amanecista convencido, que no le quitó el ojo de encima para no perderse ni un movimiento del maestro.
Nos trató como si nos conociese de toda la vida. Fue generoso. El que más habló y el que menos comió. Ya andaba delicado de salud y no podía entregarse a la comida como se ve que había hecho antes. Precisamente, con Cabrera compitió a comer algo de marisco y ganó nuestro realizador por seis gambas a tres, o algo así. Cuerda bromeaba contando las cabezas de ventaja que le llevaba.
Nos regaló varias historias que seguramente había explicado mil veces y con las que había hecho reír a otras tantas personas, pero volvió a interpretarlas para nosotros como si fuese su primera vez. Nos habló de su padre, jugador de cartas profesional. Una noche, en una buena partida que se jugaba precisamente en el Círculo de Bellas Artes, ganó un piso de Madrid y la familia se mudó a la capital. Otro día su padre los juntó a todos en el salón de casa y les dijo que quería comprar un coche, pero no estaba seguro de que ellos supieran ir en él. Entonces puso dos filas de sillas y los hizo simular que circulaban en el auto. El padre condujo imaginariamente durante un rato y al final les dijo: “Muy bien, veo que estáis preparados para ir en coche. Voy a comprarlo”.
Habló muy bien de Amenábar. Decía que era un hombre del Renacimiento: dirigía, escribía el guion, componía la banda sonora. Y que lo que le llamó la atención de sus cortos es que, a diferencia de otros, Alejandro no pretendía impresionar demostrando que podía hacer Ciudadano Kane.
A pesar de que estos días he leído sobre su mal carácter en los rodajes, en aquella cena nadie pudo sospechar de esos ataques de ira. Sería porque no estábamos rodando nada. Con mucha modestia, nos dijo que él tenía un talento justito, pero sin duda era el mejor director de Albacete capital. Qué bonito tiene que ser que al morirte tanta gente quiera contar que un día compartió mesa contigo. Y que esa cena nunca la olvidará.