El viernes se cerró el mercado de invierno en las grandes ligas de fútbol, lo que ahora insisten en llamar ventana. Los compañeros de deportes ya se ocupan de analizar las entradas y salidas en este punto intermedio de la temporada, pero a mí me parece que el fichaje más destacado de este mercado de invierno es el de Luca De Meo, que viaja de Barcelona a París, es decir, pasa de presidir Seat a ser el director general de Renault. Pocos ejecutivos consiguen el eco mediático que permite saltar de las páginas de la sección de Economía a la portada. Su relevancia mediática es fruto de diversos factores. Pesa, sin duda, el indudable carisma del personaje, pero también el factor simbólico añadido que tiene la marca Seat en nuestra sociedad. Durante décadas Seat ha sido más que una industria, un foco irradiador de contratos laborales, mercantiles y vehículos que han simbolizado toda una época pujante vivida con intensidad por varias generaciones. Ya sólo faltaba que, durante la crisis del año 17, Seat se convirtiera en la única gran empresa que decidió no sacar de Catalunya su sede fiscal para acabar de reforzar los lazos con la sociedad donde opera. El contraste entre dirigentes catalanes deslocalizando empresas y un dirigente italiano no cediendo a las presiones para hacerlo fue notable. Cuando yo era niño, casi todos los taxis de Barcelona eran Seat 1500 y la mayoría de los utilitarios que corrían por el mundo eran 600 u 850. De hecho, Renault era el competidor francés que perdía como Ocaña ante Eddy Merckx, y la batalla del utilitario no se niveló hasta que llegó el R5. También había algún Simca, claro, aunque faltaban años para que Los Inhumanos nos deleitasen con su Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000 , y los inclasificables Citroën, que eran un universo aparte que iba del glamuroso Tiburón de las pelis de Alain Delon al Dyane 6 “para gente encantadora”, pasando por los menestrales Dos Caballos y aquel plasticoso Mehari que inspiró uno de los cuentos más espectaculares del primer Monzó, “La noia del Mehari”.
El fichaje de Luca De Meo por Renault es más importante que el de Neymar por el PSG y seguro que aportará mucho más a la empresa francesa, en un momento tan eléctrico para el sector del automóvil. Durante años, los modelos Renault eran tan sobrios que sólo usaban números. Luego se soltaron, a partir del Dauphine, diría, con nombres que nunca fueron demasiado afortunados: Clio, Laguna, Mégane, Twingo... Sin embargo, jamás han caído en los errores de naming más clamorosos del sector, como el Mitsubishi Pajero (aquí Montero), el Nissan Moco o el Mazda Laputa. Otras chapuzas con ruedas ya son más sutiles, como el Opel Ascona (que sólo hace sonreír a los gallegos), el Chevy Nova (que en Iberoamérica rebautizaron Caribe porque si “no va”, la gente no lo compra) y mi preferido, el Toyota MR2, que los franceses, al pronunciarlo, asocian a una palabra maloliente que Luca De Meo hará bien en pisar y evitar en el futuro naming de Renault.