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Ahora, también

Ahora, también hay que votar. Según las encuestas que se han publicado, en estas elecciones del próximo 10 de noviembre bajará la participación. Es decir, muchos ciudadanos no volverán a votar, decepcionados por el comportamiento de los políticos a los que se acusa de no haber hecho el esfuerzo necesario para formar un gobierno estable después de las últimas elecciones generales. Decepcionados e incluso un poco irritados. Y no les falta razón, pero con la abstención lo único que se logra es alargar la inestabilidad. La abstención no hace otra cosa que añadir aún más inestabilidad a la situación.

Ciertamente, si se considera que la inestabilidad genera o puede generar consecuencias económicas y sociales, no tendría sentido dejar de ir a votar, asumiendo así una parte –no menor– de la responsabilidad de estas consecuencias. La prueba se encuentra muy reflejada en la propuesta que desde posiciones minoritarias antisistema se formula descaradamente: se quiere ir al Congreso, se dice, puramente para dificultar el funcionamiento institucional. Esta posición marca un límite y define un horizonte: no ir a votar es favorecer un voto militante que convierte la inestabilidad en oportunidad. Cuanto peor para el sistema, mejor para el caos.

Campaña agria; propuesta de futuro escasa; y, a pesar de todo, hay que ir a votar

Hay gente que se pregunta por quién y para qué ir a votar. Y, seguramente, no encuentra respuesta adecuada en todo aquello que se dice en la campaña electoral. Saben quién es el enemigo que batir según cada una de las fuerzas políticas que se presentan. Se les pide que no voten a aquel o a aquel otro. Pero pocos parecen dispuestos a explicar qué quieren, qué pretenden; por qué quieren y piden el voto de los ciudadanos. Campaña agria; propuesta de futuro escasa. Y, a pesar de todo, hay que ir a votar. La fragmentación del electorado sólo puede entenderse como un tributo al pluralismo político en la medida en que vaya acompañada de la democrática responsabilidad de hacer posible un gobierno que pueda intentar resolver los problemas que la sociedad tiene planteados. La abstención irritada castiga, muy a menudo, a los mismos que la protagonizan. Con el silencio se alimentan las actitudes de los que pretenden bloquear las instituciones o promover un follón erosionante. Hay que votar, como siempre, y ahora más. Y buscar la estabilidad siempre es fruto de un pacto. Pacto entre fuerzas diferentes. Y los electores saben mejor que nadie si su voto servirá para avanzar en una línea de progreso integrador o se perderá en los escondrijos de los egos irresponsables. Quién puede pactar, se sabe, se ve y se nota. Quién puede gobernar, también se ve, se percibe. No hay futuro ni estabilidad ni nada de nada si todo se confía a la expresión sentimental, coyuntural y volátil por definición.

Hay que ir a votar para dotarnos de un gobierno que pueda gobernar. No todos podrán gobernar, no todos querrán hacerlo, ni otros lo sabrían hacer. El campo ya está delimitado. Sin gobierno fuerte, los problemas sólo interesan para atacarse los unos a los otros; para hacer demagogia y populismo.

Hay, una vez más, que ir a votar. Todo el mundo interpretará a su favor el silencio de los abstencionistas. Pero, sobre todo, habrá algunos que se aprovecharán de esta abstención para reforzar sus planteamientos, construidos y destinados a hacer imposible la fuerza que los grandes acuerdos requieren.

Pues sí. Una vez más, como ejercicio de­mocrático, hay que ir a votar para hacer po­sible la esperanza que tanto está costando ­encarrilar.

¿Habrá alguna sorpresa en los resultados electorales del 10-N?
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