El prisionero de París
La comedia humana
Albert Camus, el portero francés también conocido por sus libros, postuló que el único problema filosófico verdaderamente serio era el suicidio. Su respuesta fue que pese a las decepciones de la vida había que mantener la ilusión. Pocas cosas le ilusionaban más que el fútbol. Lo jugó hasta los 16 años y lo siguió hasta su muerte a los 46. La primera entrevista que concedió después de la noticia de que había recibido el premio Nobel de Literatura fue en un estadio de fútbol, el Parc des Princes, durante un partido entre su equipo, el Racing Club de París, y el Mónaco.
Camus, que murió en 1960, habría admirado a los 20.000 aficionados del club de fútbol argentino Gimnasia de La Plata que acudieron al estadio el domingo pasado a festejar la llegada de Diego Maradona como director técnico. Eso sí que es ilusión y lo demás son tonterías. El quizá mejor jugador de la historia es quizá el peor entrenador de la historia. Su currículum da fe de ello pero los fieles de La Plata creen que Maradona será la salvación. Recuerda lo que otro escritor, el inglés Samuel Johnson, dijo del segundo matrimonio: el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Camus pensaría que lo mismo se podría decir de la vida en general.
Hoy lo podemos decir de las posibilidades de combatir el cambio climático, o de frenar la farsa del Brexit, o de amaestrar a Donald Trump, o de creer que los políticos españoles aprendan que negociar significa ceder, o de que Maduro dimita en Venezuela. Y ni hablar, claro, de las vidas personales de cada uno de nosotros. Que si el nene dejará de una vez de jugar con el móvil, que si dejaremos de fumar, que si el esposo o la esposa se volverá a interesar en el sexo algún día, y tal.
Yo acabo de superar una etapa difícil en la que, una vez más, la ilusión fue lo que me sostuvo. Cada año lo que me hunde en algo que se aproxima a la depresión no es el invierno, sino el verano. Concretamente los meses de junio, julio y medio agosto cuando no hay Liga. Es lo que llamo mi travesía anual del desierto, la etapa seca en la que la vida pierde emoción y sentido. Lo que me salvó esta vez fue lo que nos salva a muchos: la telenovela veraniega de los traspasos; los rumores, especulaciones y fantasías que nos permiten soñar con un mundo mejor o, lo que es casi lo mismo, un equipo más fuerte.
Este verano lo que alejó la tendencia al suicidio fue la posibilidad de que Neymar vendría al Barça. Primero porque me hacía una inmensa ilusión la idea de ver a Messi y al brasileño volver a jugar juntos. Segundo porque me aportó un tema de animada conversación. El gran pueblo catalán ha estado tan dividido sobre el tema Neymar como sobre la independencia. No pude establecer si había tendencia pro Neymar entre los independentistas y anti-Neymar entre los españolistas, o viceversa, pero lo que está claro es que por un lado están los puritanos y por otro estamos los soñadores, los que anteponemos la esperanza a la experiencia.
El matrimonio con el Barça acabó mal. La salida de Neymar al Paris Saint-Germain hace un par de años fue agria. Hubo divorcio y pelea sobre dinero. Después tuvimos las historias de la vida privada del brasileñísimo crack. Viajes a Río de Janeiro a acudir a fiestas en plena temporada, lesiones posiblemente provocadas por el exceso de juerga. También se habla mucho de su tendencia a responder a un toquecito del rival en el tobillo como si lo hubiesen acribillado a balas, de su rendimiento en el campo muchas veces apático.
Me importa un bledo. Nada de esto impidió que me pasase todos los días de junio, julio y buena parte de agosto chequeando en el móvil si Neymar estaba más lejos o más cerca de fichar para el Barça. El corazón tiene razones que la razón no entiende, como dijo otro francés, pero haré un intento de explicar mis procesos mentales.
Aparte de que al Barça le ha faltado magia hace un par de temporadas y Neymar aporta mucha magia, me pregunto lo siguiente: ¿con la posible excepción de alguna fugaz alegría personal, qué es lo que más ilusión me da? Ver jugar a Messi. ¿Dónde juega Messi? En el Barça. ¿Messi es más feliz y juega mejor con Neymar a su lado? Sí, el mismo Messi lo dice. ¿Es el Barça “més que un club”? Eso dicen, pero Messi es més que el Barça. O, mejor dicho, es el Barça. Es su capitán, presidente y principal fuente de aplausos, aficionados e ingresos. Y lo seguirá siendo hasta el día en que se vaya con su música a otra parte.
Comparto (faltaría más) la fe que Messi tiene en Neymar pero no comparto esa tendencia tan española (¡no griten!) a enjuiciar, castigar y no perdonar que exhiben muchos barcelonistas. Me pongo en la piel de Neymar y pienso que si yo hubiese llegado a ser tan rico y famoso como él con apenas 18 años lo hubiera superado en chiquilladas, me hubiera equivocado más. Su gran error fue creer que dejar el Barça y salir de la sombra de Messi le permitiría brillar más que Messi, ganar el Balón de Oro y convertirse en el mejor jugador del mundo. Su deseo de volver a jugar con su ídolo y amigo es señal de que ha tenido una lección de humildad.
Pero hay gente que no lo quiere ver o que carece de la compasión necesaria para dar a las personas una segunda oportunidad, como si el padre de la parábola no le hubiera abierto la puerta al hijo pródigo cuando regresó a casa después de malgastar el dinero familiar en una variante bíblica del carnaval carioca.
Lamentablemente, así fue como acabó la historia que le dio emoción a mi verano. La directiva del Barça no pudo o no quiso reunir el dinero suficiente para la recompra del prodigio. Con lo cual la ilusión que siento ante el reinicio de la Liga es menor que en otros años, una tragedia a la que se suma la catástrofe de que Messi no ha jugado aún, sea por una lesión o por una comprensible huelga.
Pero la ilusión nunca hay que perderla. Uno se aferra a lo que puede. Y cuando leí esta semana que el hermano de Neymar había dicho que siguen en la lucha por volver a Barcelona, se me alegró el alma. Quizá sea un sueño imposible pensar que Neymar podría liberarse de su prisión parisina, quizá sea un espejismo en el desierto. Pero la esperanza es el agua de la vida, y ante la imposibilidad de encontrarla en un mundo abandonado por lo demás a la imbecilidad suicida –el calentamiento global, el Brexit, Trump, Sánchez e Iglesias– la busco y descubro en el fútbol. Yo, Camus y millones más.