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Bartleby vuelve de vacaciones

Esta escribidora tiene en común con el de Herman Melville que preferiría no hacerlo. Estamos en septiembre y como cada año los buenos propósitos se han quedado como mi cabello a la salida de la peluquería, otro de los ritos posveraniegos que también preferiría ahorrarme: peinados no, planchados. Durante la reconexión de las vacaciones muchos hemos descubierto: 1) Que tenemos un Yo. 2) Que la mejor manera de estar en comunión con este sería hacer sólo lo que realmente queremos hacer. Entonces, ¿por qué estoy tirada en el suelo en la clase de zumba? Preferiría no hacerlo, pero aquí estoy. Ya les digo, el año que viene va a buscarse a sí misma su tía Rita.

La clase de zumba es un reflejo de nuestra vida y nuestros tiempos, y que los tiempos están muy mal no se demuestra con que ahora hasta los parasoles de la playa haya que comprarlos con protección anti-UVA, sino en que el watsap más compartido por la clase este verano no haya sido una playlist de reggaeton sino una petición para firmar contra los plásticos en los océanos. Reflexiono sobre ello mientras intento ponerme en posición vertical sobre dos piernas, como hicieron antes nuestros antepasados neandertales, erectus, sápiens o la niña de Carrie. Mi opinión sobre las fucsias, mis compañeras de zumba así llamadas porque visten de ese color, está cambiando. La de ellas sobre mí, no, pero al menos me dan la mano para que consiga ponerme en pie. Sé que preferirían no hacerlo y dejarme reptando en la colchoneta, pero a la humanidad la salva el deseo de quedar bien.

Estoy tirada en el suelo en la clase de zumba; preferiría no hacerlo, pero aquí estoy, estamos

Esta rentrée se caracteriza, como siempre pero más, por ese “preferiría no hacerlo” no verbalizado. Hasta en la política, fíjense en las noticias. ­Pero ¿qué sucedería si de pronto todos nos convirtiéramos en Bartleby? Suena el despertador y hay que levantarse para ir al curro. Pues preferiría no hacerlo, y media vuelta en la cama. Hay que leer los tres mil megas de e-mails acumulados en dos semanas. Pues preferiría darle al delete. Hoy toca táper con acelgas. Pues va ser que no. El mundo se pondría patas arriba pero nuestros cinco segundos de gloria nos sabrían a eso. Mi­raría a los ojos al profesor de zumba y cuando me diga que necesito mejorar le contestaré muy seria que si quiere que se arrastre él. Ay, querido Bartleby, tú sí que sabes. Pero nosotros sabemos que no vamos a hacerlo, y no les cuento cómo acaba la historia de nuestro contestón escribiente o escribidor, que luego me ponen verde. A veces se me ocurre que en realidad somos como una de esas películas de ciencia ficción en que los protago­nistas piensan que van a una cosa, pero el ordenador sabe que van a otra. Seguramente estamos programados para hacer lo que nos toca, por mucho que nos reencontremos. Eso sí que es un cuento...