A pie por Sunset Boulevard

Dos de las películas que mayores debates han susci­tado en los últimos años transcurren en Los Ángeles: La La Land y Once upon a time in Hollywood. Una posible razón para explicar este furor dialéctico recreativo: el éxito multiplica la audiencia y cuando tanta gente comparte un acontecimiento digamos que más cultural que comercial, los antagonismos afloran como una oportunidad de sofisticación. Debatir con pasión sobre el acierto o la indigencia de películas así acaba siendo un premio añadido, el equivalente actualizado de los cinefórums hiperpolitizados de los sesenta y los setenta.

En el caso de Once upon..., la autoría de un director tan consagrado como Quentin Tarantino suscita divisiones previas en las que te guste o no como premisa categórica aporta puntos a un posible carácter (mientras que la indiferencia se criminaliza). Taran­tino ha logrado que sea tan cool adorarlo incondicionalmente como detestarlo por sistema. Sobre su última ­película, aunque parta de la conmemoración de una matanza, se han hecho afirmaciones tan poco taranti­nianas como que es un homenaje proustiano a la propia infancia o que es una carta de amor –y aquí las posibilidades se bifurcan en función del grado de cursilería– a) al cine o b) a Los Ángeles.

Sobre la última película de Tarantino se han hecho afirmaciones muy poco tarantinianas

De la ciudad transformada en el decorado de una historia que modifica la realidad –es una de las misiones más dignas de la ficción–, casi sólo aparece Hollywood. Un Hollywood que, precisamente porque la matanza encarnada en Sharon Tate marca el fin de la inocencia, aún no ha sucumbido a la paranoia de la seguridad y a la esclavitud del mito de –más allá del detalle del lanzallamas– la tecnología. Del peso iconográfico de Los Ángeles hablan dos libros igual de memorables. El primero: Los Ángeles, de A.M. Homes (2003), una crónica deliberadamente personal en la que la autora afirma: “Es una ciudad especializada en la suspensión de la incredu­lidad, la suspensión del tiempo, la realidad, la historia y la memoria”. Y recién publicado, un festival de ideas potentes y densas: Los Angeles, capitale du XXe siècle, de Bruce Bégout. El autor, experto en análisis suburbanos aplicados a la educación sentimental colectiva, hace una disección filosófica de la ciudad, esclava de la individualización del espacio comunitario, la mitificación del aburrimiento a través de la espectacularización del paisaje o la dependencia psicológica y moral de la catástrofe. El ensayo incluye reflexiones sobre por qué Los Ángeles es una ciudad pensada, como retratan tanto La La Land como Once upon..., para los coches. Escribe Bégout: “Aquí andar se percibe inmediatamente como una señal de indecencia o de locura. Sólo los homeless, los traficantes de todo tipo o las prostitutas de Sunset Boulevard siguen yendo a pie”.

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