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¿Hacen estío los alaridos sexuales?

El sector de la construcción en España se merece un pedestal, un panegírico y las máximas exenciones fiscales por su aportación al progreso de la sexualidad universal.

¡Tiene mérito hacer el amor en agosto en las segundas residencias y ciertos hoteles playeros de este país para verlo que es España!

La gente critica por criticar y es incapaz de entender que si los tabiques se parecen al papel de fumar no es por afán de lucro de los constructores sino para socializar el sexo, animar a los desganados y fomentar el turismo de aventuras a escala europea.

–¡Sigue, sigue! ¡Dale, dale!

¿Quién no ha escuchado gritos semejantes en el Tour o en las noches de verano, con sus estrellas, sus ventanas abiertas y esos vecinos accidentales que se crecen con el anonimato?

–¡Qué escándalo, Julita!

–Eres tan cívico, Pocholo... Pocholo, Pocholito, Pocholón.

Hay quienes, sin embargo, se ofenden y les da por golpear el tabique, berrear un “¡ya está bien!”, quejarse en la recepción del hotel o al presidente emérito de la comunidad de vecinos Solimar, Miramar o Doña Inés, de esos que practican la plantada de sombrilla con sus dos sillas en primera línea de playa a las 8 de la mañana.

Yo –y cuando digo yo hablo por mí mismo– soy partidario de esta socia­lización del sexo y de los alegres ala­ridos de los que sólo cabe esperar ­futuras aplicaciones en los móviles, natalicios en mayo de los que tan necesitado anda el sistema de pensiones español y propósitos altruistas a corto plazo.

–Pues esta noche, Pocholo, les vamos a dar nosotros la serenata.

–¿Quieres decir, Julieta?

Como el español medio tiende a la pachorra en agosto, la competencia surge y espabila. A ver quien se conforma con el subcampeonato del Gamper, el porvenir de Podemos o el cucurucho de dos bolas que gotea.

–¡A por el hat-trick, Pocholo!

–Me llamo Usmán y su marido me ha dicho que viniese a hacer una chapuza, que me pagaría en negro.

–¡Sigue, sigue! ¡Dale, dale! Me va a oír el muy defraudador...

Gracias a la vida por jubilar a Joan Baez a tiempo y a los tabiques de papel de fumar, las noches de agosto en España son animadas y cuando menos lo esperas parecen un concierto del Orfeón Donostiarra, al que no invitan a un festival de verano ni por casualidad, y mira que entonan bien y son la mar de majos.

A veces, los sonidos y no de Tokio llegan a través de los patios y las ventanas abiertas en lugar de vía tabique. Hay quien prefiere el motor de los ­aires acondicionados que además de ruidosos apagan los gritos, aullidos y jadeos del personal.

Hay quien se ofende y le da por golpear el tabique, gritar “¡ya está bien!” o quejarse ante la autoridad

–Pocholo, tengo el corazón contento, el corazón contento, lleno de alegría. ¿Te acuerdas, cariño, de aquellas canciones del verano?