La estafa
Albert Camus decía que la estupidez insiste siempre, y Ernest Renan aseguraba que era la única cosa que nos da una idea del infinito. Y debía ser así, porque fue el propio Albert Einstein quien aseguró que sólo eran infinitas dos cosas, la estupidez y el universo, pero que del universo no estaba seguro. Es lo que pasa con la estupidez humana, que no tiene apuros en superarse a sí misma, más allá de todo límite.
Y así fue, sin apuros, ni límites, como las dos personas más estúpidas del planeta, o algo parecido, se presentaron a una comisaría de policía porque querían denunciar a un tipo que las había estafado.
Mostraron como prueba de la estafa un documento titulado Resolución ordinaria, con sus diez puntos bien especificados y las dos denunciantes, madre e hija, aseguraron que habían pagado 7.000 euros al novio de la hija, como adelanto del acuerdo. El tal novio era un “alto cargo del CNI”, teniente coronel, para más señas y experto en todo tipo de disciplinas de combate, y acompañaba el documento con un anexo donde se relataba su trayectoria profesional: 1.897 objetivos abatidos, 524 capturados, 352 misiones efectuadas, 46 medallas obtenidas y una lista espectacular de idiomas hablados, desde el rumano, el chino mandarín hasta el hawaiano, el griego o el bengalí. Con tales precedentes biográficos, se prestaba a cumplir el acuerdo con las dos mujeres en un plazo rápido, que finalmente nunca se ejecutó. De ahí que, pasados los días, madre e hija se presentaran, muy apuradas, en una comisaría de Madrid, para denunciar al peculiar personaje, espía, políglota, novio de la joven y, según parecía, estafador en ciernes.
Hasta aquí la crónica sucinta de un suceso cualquiera, aunque las señoras ya pintaban maneras, porque creerse el currículum del tipo era para nota. Pero lo realmente surrealista, y que certifica plenamente la teoría del infinito de Einstein, era el objeto del acuerdo fallido que motivó la denuncia: el espía había prometido matar al novio de la madre –que previamente también la había estafado– y vender sus órganos para sacar una tajada de 60.000 euros. Y como el presunto objeto del homicidio seguía vivo, sus órganos se mantenían en su lugar y no aparecían los 60.000 euros, las mujeres llegaron a la sesuda conclusión de que el espía políglota, ni era espía, ni era políglota, ni pensaba descuartizar a nadie. Y, ¿qué se hace con un acuerdo incumplido, después de pagar 7.000 euros? Pues nada, ir a comisaría a denunciar la estafa, que es lo más normal cuando contratas a un sicario para matar a alguien, y el tipo tiene la indecencia de quedarse el adelanto y no cumplir. La cosa acabó como era previsible, con la madre y la hija y el sicario políglota detenidos y el objetivo del sicario con todos sus órganos en su sitio.
Acabo con Goethe, que también tiene frase para la ocasión: “Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano”.