Vigencia periodística de Camus
La actualidad de Albert Camus se ha puesto de relieve nuevamente en las II Trobades Literàries Mediterrànies celebradas en Sant Lluís, Menorca, la limpia villa blanca, rectilínea, fundada durante la breve dominación de Francia de 1756 a 1763. Primavera suave, sol tempranero, piedras calcáreas que marcan el orden de una isla perfectamente troceada por los minifundios ancestrales. De esta pequeña localidad emigró a Argelia, hace más de cien años, la abuela de Albert Camus en el trayecto a la inversa del que miles de africanos realizan hoy hacia Europa para encontrar trabajo y nuevos horizontes vitales.
Tres días de debate en los que destacados expertos camusianos, muchos de ellos franceses, compartieron el bagaje literario, combativo y rebelde del autor de La peste con medio centenar de artistas, pensadores y periodistas que interpretaron la obra de Camus desde ángulos muy diversos. Su obra es de gran actualidad porque resalta conceptos universales como la justicia, la verdad, la libertad, la compasión y el intento de distinguir entre el bien y el mal en la condición humana.
En sus escritos en la revista Combat, órgano de la resistencia durante la Francia de Pétain, sometida a la ocupación nazi, habla mucho de España y de las secuelas dolorosas de la Guerra Civil. Un libro con los artículos sobre España se editó en México en 1966 y hace poco se ha reeditado con el título original de España libre.
En uno de esos artículos, publicado en septiembre de 1944, Camus habla de periodismo y de libertad. En mi intervención en una mesa redonda cité una de sus frases que tienen hoy tanta vigencia como entonces: “Se quiere informar rápido en vez de informar bien. La verdad no sale ganando”.
Las noticias falsas son tan viejas como los siglos y suelen difundir la maldad en tiempos convulsos disfrazadas de rumores, medias verdades, anonimatos, mentiras y burda propaganda. La guerra y sus preparativos son terreno abonado para que las fake news abanderen falsedades que se convierten en catastróficas realidades. Donald Trump no ha leído a Camus.
Fue muy crítico con la prensa que “antes de la guerra estaba perdida en sus principios y en su moral”. “El apetito del dinero y la indiferencia hacia las cosas importantes consiguieron dar a Francia una prensa que, salvo raras excepciones, no tuvo otro objetivo que aumentar el poder de unos cuantos mientras debilitaba la moralidad de todos”, escribió.
El Albert Camus periodista guarda una cierta semejanza con el periodismo que practicó George Orwell. Los dos intentaron describir la cruda realidad que afectaba a los más frágiles y desfavorecidos. Los dos siguieron los planteamientos del comunismo y los dos, cada uno a su manera, dijeron un no rotundo a las brutalidades de Stalin. También los dos se rebelaron contra la injusticia y las arbitrariedades cometidas por los más fuertes.
Camus decía que cada vez que un hombre en el mundo es encadenado, todos nosotros quedamos encadenados. La libertad debe ser para todos o para nadie. Esta es la sola forma de democracia que merece el sacrificio de todos. Tenía una fuerte preocupación por la libertad humana, la justicia, la paz y la eliminación de la violencia. En el manuscrito que se halló en el coche después del accidente que le segó la vida prematuramente en 1960 se encontraba la autobiografía que sería publicada póstumamente bajo el título de El primer hombre.
Cuenta la muerte de su padre en la batalla del Marne en la Gran Guerra (1914) cuando él sólo tenía un año, una madre analfabeta en una Argelia pobre y una colonia dominada por la cultura y el poder de Francia. Son metáforas de sus vivencias de la guerra que aparecen en el relato de Orán, aquella ciudad “llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, en apariencia cerrada, se abría bruscamente”.
Su espíritu de rebeldía se atemperaba en un espíritu de moderación, un distanciamiento para comprender mejor la realidad, propio de un moralista que distinguía sin vacilar entre el bien y el mal, pero que se abstenía de condenar la flaqueza humana. El personaje central de La peste, Monsieur Rieux, no da soluciones a las desgracias, puesto que Camus era un moralista pero no un moralizador. Dice Rieux: “Por el momento hay unos enfermos que hay que curar. Después ellos reflexionarán y yo también. Y lo más urgente es curarlos. Yo los defiendo como puedo”.
Me quedo con una secuencia de su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura en diciembre de 1957: “Por definición el escritor no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren”. La rebeldía más rotunda es la del que sabe decir no desde la libertad.