Distorsión

De entre todas las perlas, me quedo con la que sirve para encabezar la entrevista y, por ende, resumir la de­lirante interpretación del conflicto catalán que hizo el entrevistado. Su nombre, Andrés Trapiello, intelectual de renombre, especialmente renombrado para quienes consideran que ser un intelectual requiere un principio básico: defender a España como un ente esencial, irrevocable, incuestionable y sellado por una sagrada unidad inviolable, que no se sabe si es producto de una nueva religión o de una vieja secta. Y, por supuesto, ello significa defender todas las versiones de la derecha, con especial cariño para Ciudadanos, nacido para corregir a peperos y voxes, domesticar a la izquierda timorata y destruir la maldad nacionalista, que, por supuesto, no es la española, sino la vasca y catalana, ambas dos metáfora y resumen de los males que sufre España.

A partir de ese supuesto, cualquier barbaridad puede elevarse a la categoría de idea inteligente. Veamos la perla antes referida: “Ante Puigdemont y Junqueras, Tejero y Milans del Bosch parecen hombres de honor”, dice el titular de la flamante entrevista de El Confidencial, y si el titular es un poema, el resto es una epopeya, con la previsible carga de demonización de los líderes catalanes, considerados “carlistas facinerosos, xenófobos y supremacistas”.

O sea, que unos militares golpistas, a golpe de pistolas y tanques, secuestran el Parlamento, intentan destruir la democracia y, alentados por la memoria de una dictadura que mató a centenares de miles de personas, quieren implantar un régimen de represión, y estos tipos tienen más honor que unos dirigentes elegidos por su pueblo que intentan cumplir democráticamente sus promesas electorales. ¿Será porque es más honorable empuñar una pistola que un voto? ¿Más honorable amar la violencia y la represión que defender unos ideales democráticos? ¿Cómo es posible que alguien que ha leído cuatro libros y ha escrito algunos más, que razona, que es capaz de articular reflexiones complejas y que, además, vive en los laureles de su “prestigio intelectual”, pueda blanquear de una manera tan burda a unos fascistas y quede como un tipo razonable? Y ¿cómo es posible que, en la sociedad española, este tipo de ideas desecho, auténticas perversiones del pensamiento, se considere el hito para fijar el pensamiento sobre lo que es España en sí misma y respecto a Ca­talunya? Ahí nace la disfunción del ­debate, en el facto de que, defendiendo a España, se puede decir cualquier barbaridad de baja estofa y quedar como un intelectual de alto rango. Si un Trapiello cualquiera dijera esas sandeces sobre Escocia, no encontraría eco en el relato británico, porque el debate se plantea en términos de­mocráticos. Pero el estómago español digiere cualquier sapo si es en defensa de la unidad sagrada. Y en esa defen-sa ultrista, no quieren intelectuales, quieren sicarios.

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