De Gispert y una cierta Catalunya
La modestia no ha sido ni es virtud del independentismo. Ayer, desde Bruselas, Puigdemont y sus acólitos convirtieron un acto electoralista en una grandilocuente declaración: personalizamos la causa de la democracia en España y en Europa. Qué sería del mundo libre sin nosotros...
Hay algo insufrible en un sector del independentismo y es su prepotencia para dar lecciones de superioridad moral. Han tratado, sin éxito, de describir a España como un país oscurantista poblado por cavernícolas y, por supuesto, antidemocrático cuando hace siete días las urnas han mostrado lo contrario.
Y ahora, una onerosa legión de abogados y mercenarios venden humo sobre futuras victorias en los tribunales europeos –estilo “los bancos no se irán, vendrán corriendo”–, lo que permite sostener el prepotente mantra de que la democracia en Europa se dirime en Catalunya, donde, por cierto, el independentismo no alcanzó el domingo ni el 40% de los votos...
Sólo desde una mentalidad perdonavidas se puede distinguir a un personaje tan anecdótico y cainita como Núria de Gispert, cuyos tuits denotan ese mal perder de quienes nunca han alcanzado el 50% de los votos pero se sienten endiosados para patrimonializar Catalunya y soltarnos sermones desde su púlpito sobre la democracia, el futuro de Europa o, simplemente, su derecho a señalar, insultar y, finalmente, expulsar del cortijo a los catalanes disidentes.
Núria de Gispert no es un ejemplo de nada, al contrario: encarna la Catalunya elitista que piensa en su interior que la inmigración ha consistido en una legión de muertos de hambre que deberían estar agradecidos –y calladitos– durante generaciones. Esto no lo ha escrito en ningún tuit pero todo se andará...
En un país como Estados Unidos, a la speaker ya le habrían retirado todos los honores –y esas generosas pensiones–. Aquí, la condecoran y el president Torra despacha las amplías críticas recibidas con una frase destemplada: tendrá su medalla y punto.
El episodio revela la degradación del sentido institucional en la Generalitat, que ya parece una peña futbolística. Chiringuitos subvencionados, propaganda, personajes ineptos, abogados moralistas condenados por terrorismo, señoras que miran por encima de los hombros...
Si Catalunya fuese la criatura traída al rey Salomón, quienes han concedido y confirmado la cruz de Sant Jordi se quedarían tan anchos viendo como la partían en dos con un sable. De no ser así, uno no se explica premiar en esta coyuntura a una mujer que predica la fractura de una sociedad convaleciente que pide –y vota– moderación y un retorno al realismo por el bien de todos.
Bravo, president Torra. Si su modelo cívico es Núria de Gispert, apaga y vámonos. Menuda república.