Eufóricos y nostálgicos
Estos días, escuchando algunos debates a raíz de la huelga de taxistas y el conflicto entre este sector y el de los VTC, me ha parecido que es fácil caer en una caricatura dual donde parece que todo se reduce a un choque pintoresco entre supuestos eufóricos de las nuevas tecnologías y supuestos nostálgicos de un mundo en que los trabajos eran para toda la vida. También me ha parecido que la discusión ha hecho aflorar muchos liberales de cartón piedra (de los que hablan de la libertad de elección del consumidor con una simplificación despampanante) y muchos neoluditas de palo en mano (de los que querrían que nada cambiara). Seamos adultos: se trata de una batalla de intereses legítimos, que se solapa con un debate sobre un bien de interés público como es la movilidad y que tiene que ver con el cambio tecnológico, las transformaciones en el vivir y trabajar, y la necesidad de revisar las regulaciones de unas actividades que no son inmutables. En el trasfondo, el sentimiento de agravio de unos y otros, y la desazón por la pérdida de seguridades del mundo de ayer.
En medio, está el ciudadano-consumidor, que puede elegir o no en función de diversas variables, que van desde el nivel de renta hasta el lugar de residencia, pasando por la edad, el tipo de trabajo o el grado de información del que disponga. Personalmente, soy más de coger taxis que de utilizar plataformas de VTC, por razones diversas que –lo reconozco– no he analizado detalladamente nunca. Creo que las obligaciones que marcan al servicio del taxi son también una garantía de mi condición de cliente, aunque todos hemos tenido buenas y malas experiencias utilizando taxis, como supongo que ocurre con servicios como Cabify y Uber. Algunos de mis amigos están convencidos de las bondades de las VTC y alaban muchas virtudes que yo –lo digo sin formar parte de ningún lobby– encuentro en determinadas compañías de taxi que –atención– se han modernizado.
El papel de los políticos ante este conflicto no es fácil. Ahora todas las partes se sienten engañadas y están enfadadas con la conselleria del ramo, y el malestar durará. A los taxistas les iría bien tener portavoces tranquilos que no jugaran al populismo de chichinabo (con solemnes frases antisistema que dan risa) para defender su causa, igual que los representantes de las plataformas de VTC no deberían dar gato por liebre con catecismos pseudoliberales de todo a cien. La complejidad del problema pide bisturí, cintura y calma, más que pedradas, trompazos y gritos.
Estos días he recordado a un conocido que, con el dinero del paro, montó, hace muchos años, un videoclub que le fue bien hasta que las tecnologías posteriores lo obligaron a cerrar. Hoy, que sus nietos no se desenganchan de Netflix, dice sentirse como un taxista al que nadie hizo ni pizca de caso cuando tocaba.