Es un acierto que Lola García titulara su libro sobre el procés El naufragio. Este best seller político que ha alcanzado la sexta edición utiliza la metáfora del hundimiento de un barco para explicar lo que aconteció el año pasado en Catalunya. La autora duda sobre si hacer una segunda parte, pero tendría todo el sentido. En un naufragio, la gente intenta sobrevivir en alta mar a bordo de un bote salvavidas o simplemente agarrado a un a tabla. Pero más pronto que tarde necesitan que alguien acuda a su socorro. Es cierto que el cine nos ha mostrado casos de impresionante resistencia, como el protagonizado por Robert Redford en Cuando todo está perdido o el que cuenta Ang Lee en Una aventura extraordinaria. Las personas no pueden ser náufragos permanentes. No existe esta condición, porque o se les salva o perecen en un espacio más o menos corto de tiempo.
La sensación angustiada del náufrago la describía el filósofo Josep Ramoneda ayer en El País: “No es extraño que cada día haya más personas, aquí y fuera de aquí, que se pregunten ¿quién manda en la política catalana? Sencillamente porque, en el fondo prima la confusión sobre el camino a seguir, la resistencia a una evaluación objetiva de la situación y el miedo a decir lo que se piensa.” Curioso naufragio el nuestro en que ni siquiera podemos proclamar lo que proponía Ray Bradbury en Fahrenheit 451: “Y, si se ahoga, muera, por lo menos, sabiendo que se dirigía a la playa.”
No hay noticias de cómo llegar a la arena. Nos encontramos como el protagonista de Mil soles espléndidos, de Khaled Hosseini: “Se sentía perdida entonces, como si fuera la única superviviente de un naufragio y se hallara en el agua sin tierra a la vista, sola ante la inmensidad del mar”. Ya va siendo hora de subirnos a un barco que nos rescate, recuperar fuerzas, hacer el control de daños y plantear una estrategia sensata de futuro. Pero me temo que aún nos toca pasar una larga temporada asidos a un tronco.