Cambios de bando

Cambios de bando

Una de las constantes de la política y del periodismo de todos los tiempos es la facilidad con que los personajes con proyección pública cambian de ideas, de partido y a veces de país alterando bruscamente su trayectoria vital. La fidelidad es un bien escaso. Sólo hay que observar los candidatos que se perfilan como futuros alcaldes de Barcelona. Hay socialistas, socialistas fracasados, socialistas disidentes, socialistas nacionalistas e independentistas y socialistas que han olvidado que lo fueron. Pienso en nombres como Ernest Maragall, Manuel Valls, Jaume Collboni y Ferran Mascarell. La condición humana admite todas las variantes y transmutaciones posibles.

Hay personajes que cambian de piel porque saben oler dónde está el poder, la influencia o la tabla de salvación. Otros, como el caso de Winston Churchill, dieron una zancada desde el partido conservador al liberal para dar el salto inverso al conservadurismo cuando las circunstancias así se lo aconsejaron. Es cuestión de instinto.

Quizás el más espectacular ejemplo de pragmatismo y evolución ideológica sea el de Charles Maurice de Talleyrand, el tipo popularmente más desprestigiado de su tiempo, aparente- mente sin ideas, y servidor oportunista de cualquier régimen ­político cambiante. Pasó de ser obispo de Autun al comienzo de la Revolución Francesa a ser el representante principal de los intereses de la Francia derrotada en el Congreso de Viena de 1815.

No se dejó arrastrar por los acontecimientos sino que los controló desde las posiciones más altas de la convulsión revolucionaria que vivió Francia. Se le achacaba que no tenía ideas pero visto desde la distancia tuvo una idea casi patológica, pensó siempre en sí mismo, y buscó servir ese pensamiento bajo el antiguo régimen y la Revolución, el consulado, el imperio, la Restauración y la monarquía de julio de 1830 cuando el nuevo rey Luis Felipe le nombró embajador de Francia en Londres. El revolucionario y austero Carnot dijo de Talleyrand que conservaba todos los vicios del antiguo régimen sin perder una sola virtud del nuevo. Lo aprovechó todo.

La evolución de pensamiento y de posicionamiento político es consecuencia de la libertad de cada uno. Lo único que cabe ­reivindicar es la lectura global de las biografías de cuantos ayer decían y militaban en un partido o en una corriente de pensamiento y hoy se sitúan en el extremo opuesto. Las nuevas tecnologías y las malas artes que abundan en la política y en el perio­dismo nos permiten trazar radiografías completas de cuantos han pasado a nuestro alrededor diciéndonos lo que había que ­hacer mientras ellos iban marcando la hora en cada momento sobre lo políticamente correcto.

En este sentido me ha interesado la entrevista que Oriol Junqueras concedió al director de este diario desde la cárcel de Lledoners. El líder republicano bien puede decir que no se ha movido mientras otros se marcharon. Si mañana pudiera salir de prisión, dice, sin lugar a dudas me quedaría en Catalunya, al lado de la gente. La fractura personal y política entre Oriol Junqueras y Carles Puigdemont es cada vez más incuestionable. La unidad de las fuerzas independentistas no existe.

Mientras haya políticos en la cárcel será difícil llegar a un punto de encuentro institucional entre Catalunya y España. La prisión preventiva puede tener justificaciones penitenciarias pero políticamente arma a quienes están entre rejas sin sentencia judicial firme. Mariano Rajoy entregó el conflicto a los jueces y Pedro Sánchez no puede ordenar a la judicatura que actúe según le convenga políticamente. Qué gran error el no haber derivado el problema hacia cauces de racionalidad y entendimiento políticos. El tiempo marca los pasos a la política y no al revés. La incertidumbre es grande e inevitable.

Volviendo a la coherencia de conductas y convicciones me ha interesado la honestidad del periodista Manuel Chaves Nogales, sevillano y director del diario Ahora, de inspiración azañista, cuando a principios de 1937 decide abandonar España “al tener la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba”.

Su diagnóstico es sobrecogedor. Cuando el gobierno de la República, dice, abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío... El poder que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombres que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es el porvenir de España”. No me extraña que Chaves Nogales haya caído en el olvido de unos y otros durante tantos años. No era sectario ni soldado entregado a causas efímeras y a intereses personales del momento.

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