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Billar francés

Mucho antes de presentar su candidatura, Manuel Valls ya era el candidato a batir. Veraneando en Marbella, provocaba inflamaciones en Barcelona. La injusta caída de Alfred Bosch y la apresurada aparición de Ernest Maragall ya son su primera victoria (en política, como en la caza, las victorias se cuentan por ejemplares abatidos).

Valls no se apellida Maragall, pero es heredero (no sabemos si digno) de una sólida tradición cultural. Su abuelo Magí, licenciado en letras y banquero arruinado, era un periodista católico y catalanista, amigo de Josep Carner y de otros muchos noucentistes. Cofundó el diario El Matí, plataforma del catolicismo catalán más culto. Su hijo Xavier describió en sus memorias ( La meva capsa de Pandora, Quaderns Crema) el drama de los católicos catalanistas como Magí: perseguidos por la FAI, lo pierden todo con el franquismo (el diario El Matí, por supuesto). Magí Valls protesta cuando, con la victoria de Franco, los falangistas graban la efigie de José Antonio en los muros de una iglesia. Por esta razón la hermana de Manuel Valls (ayer publicaron una foto conjunta) lamentaba ver al nieto del abuelo Magí alternando con nostálgicos de una España como “unidad de destino en lo universal”.

Xavier Valls, padre del flamante candidato, fue un pintor lento, silencioso y sutil, que evolucionó del cubismo y la geometría pura (Morandi) a la figuración. Era un artista que, como acostumbra su hijo, navegaba contra la corriente: en un contexto dominado por las últimas vanguardias, partió de la modernidad para desembocar en la tradición. La fragua íntima fue, en la pintura y en la vida personal de Xavier Valls, más importante que el ambiente de la última bohemia parisina, que conoció y frecuentó, siempre con una cierta tendencia al solipsismo. Dicen que también el hijo suele quedar encerrado en su torre. Al parecer, tiende a la arrogancia.

Señalado antes de aparecer en escena como el adversario a batir, Valls pondrá a prueba el relato del independentismo. Si gana, aunque se las de independiente, significará que Ciudadanos preside la capital de Catalunya. También pondrá a prueba, con el discurso que ya tenía en Francia, “ley y orden”, el predominio cultural del progresismo tolerante, multicultural y relativista que la alcaldesa Colau representa. El choque entre Colau y Valls será la versión catalana (los catalanes siempre lo disfrazamos todo un poquito) del choque que Steve Bannon, el ideólogo de Trump, propone en toda Europa: ley, orden, freno a la inmigración, dureza ideológica, regreso al pasado.

Valls concentrará todos los ataques a la manera de Trump (o de Dalí: “que hablen de mí aunque sea bien”). Su resultado permitirá saber si el independentismo, tan hegemónico en las calles, y si el progresismo, culturalmente predominante, son tan fuertes como parecen. La batalla a tres bandas será histórica.

Por lo demás, el retorno unánime de Pasqual Maragall sólo demuestra la agonía del modelo Barcelona. La nostalgia sólo aparece cuando el agotamiento es irreparable.