Toledo le debe la vida al caudal del río Tajo. Sus primeros habitantes decidieron que el enorme promontorio donde hoy está situada la ciudad era un lugar perfecto para instalarse. Abastecimiento de agua, fácil de defender y posibilidad de conseguir pesca y cultivar todo tipo de alimentos sin alejarse demasiado. Y desde ese momento, creció, se desarrolló y se convirtió en una de las ciudades más deseadas del mundo.
Gracias a eso, Toledo es hoy capital de Castilla-La Mancha y patrimonio de la humanidad desde 1986. Y nunca mejor dicho, porque muchos mundos fueron los que dejaron huella en Toledo: los romanos, visigodos, musulmanes, judíos y cristianos. En ese sentido, en la puerta de la judería se puede leer la siguiente advertencia del poeta Gustavo Adolfo Bécquer: “En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”.
Entrar al barrio antiguo por la puerta de Bisagra
Una de las primeras cosas que hicieron los romanos cuando llegaron a Toledo es rodearla y protegerla con una gruesa muralla. Luego los musulmanes y los cristianos la ampliaron y reforzaron todavía más. Si querías entrar, solo podías hacerlo llegando por uno de sus puentes y penetrando por alguna de sus puertas. No hay necesidad de visitarlas todas, puesto que hay mucha distancia entre ellas. Una de las más imponentes y recomendables es la de Bisagra. Una construcción de origen árabe, pero cuyo carácter medieval se refleja en el gran escudo del águila bicéfala y la figura de los reyes cristianos, situado entre las dos grandes torres circulares.
Hay que tener en cuenta que la Bisagra fue concebida a modo de arco triunfal para uno de los reyes más poderosos que ha dado la historia: Carlos I de España y V de Alemania, que encontró en Toledo el mejor lugar para controlar su vasto imperio. Desde allí accedemos al casco histórico, donde nos topamos con la mezquita del Cristo de la Luz (siglo X), el único edificio conservado anterior a la reconquista cristiana; la iglesia de estilo mudéjar de Santiago del Arrabal (siglo XIII); y la sinagoga Santa María La Blanca, un formidable ejemplo de la amalgama y la convivencia de culturas que han vivido en Toledo, ya que, tratándose de un edificio judío, se ve la clara influencia mozárabe.
El alcázar y la catedral con su campana gorda
Probablemente estos dos monumentos sean los más populares de la ciudad. Están a escasa distancia uno del otro, por lo que mucha gente emplea medio día en visitar ambos. Se tardó más de dos siglos -en 1493- en construir la catedral Primada. Se levantó sobre una mezquita y un templo visigodo y el resultado es una mezcla exquisita de estilo donde domina el gótico. Merece la pena trepar por los 248 escalones hasta la campana Gorda de la catedral, una de las más grandes del planeta con 2,90 metros de diámetro y 14 toneladas de peso.
Por su lado el alcázar, suspendido a 548 metros en lo alto de una colina, es el edificio que más sobresale de la vista de Toledo. Es inmenso. Es la foto más utilizada e icónica de la ciudad manchega. De alguna manera, refleja la grandeza que Carlos V quería demostrar como residencia de un monarca. Recuerda a esos edificios herrerianos que son auténticas moles cuadradas o rectangulares, pero en este caso cuenta con detalles de ese renacimiento y de la influencia anterior. Algo a tener muy en cuenta es el tiempo invertido en esta visita: cuesta llegar, tiene un tamaño considerable (incluido el museo) y hay mucho que ver, así que conviene administrarse bien la visita.
Comerse unas carcamusas en bar Ludeña
Si seguimos al pie de la letra uno de los primeros consejos de los viajeros: “donde vayas, haz lo que vieres”, deberíamos poner rumbo al bar Ludeña, en plaza Magdalena, y comernos uno de los platos más esencialmente toledanos: las carcamusas. Se trata de un plato caliente elaborado con de carne magra guisada, tomates, guisantes y bañadas en una salsa picante. En el bar Ludeña son especialistas en la materia. Por lo visto, tiene su origen en este lugar y su nombre procede porque era el plato preferido por los carcas (hombres mayores) y las musas (mujeres jóvenes que acompañaban a estos hombres).
La huella de el Greco
Nacido como Doménikos Theotokopoulos, el greco es una de las figuras artísticas más representativas de Toledo. A pesar de nacer en Creta, de ahí el nombre de el Greco, desarrolló su obra y su vida principalmente en España, y más concretamente en Toledo, donde llegó con 36 años tras haberse empapado de los artistas del Renacimiento italiano durante una década de su vida. Podemos considerar que es hijo adoptivo de Toledo .
De hecho, este museo, aparte de ser uno de los más aconsejables en España, es el único de nuestro país dedicado a la figura de este insigne pintor. Aunque allí puedes encontrar algunas de sus pertenencias, el edificio no fue la residencia del Greco, por cierto. En su interior podemos encontrar no solo sus obras -algunas de las obras de mayor renombre son San Bernardino, El Apostador, El Redentor-, sino que también alberga una significativa muestra de piezas de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, una de las pinturas más sobresalientes y famosas del Greco, El entierro del conde de Orgaz , la puedes encontrar en la entrañable iglesia de Santo Tomé.
Un mazapán en la plaza Zocodover
Uno no se puede ir de Toledo sin hincarle el diente a uno de sus mazapanes. De hecho, no hace falta esperar a Navidad, se pueden comprar en el convento de San Clemente, uno de los más antiguos de la ciudad (siglo XII). Según cuentan los viejos del lugar, fue en este convento donde se inventó el mazapán. En el año 1212 tuvo lugar la famosa batalla de las Navas de Tolosa, tras la cual el hambre se extendía por todos los rincones, y las monjas, para ayudar a la gente de la zona, empezaron a crear este dulce mezclando almendra y azúcar, que aportaba un alto poder calorífico.
Otro lugar es el obrador y confitería Santo Tomé, en la plaza Zocodover, que hace las funciones de plaza Mayor. De origen islámico, era usada como el mercado de caballos, y donde más tarde se celebraron desde corridas de toros hasta cucañas, pasando por acontecimientos oscuros como los autos de fe y las ejecuciones públicas que se llevaban a cabo por parte de la Inquisición. Actualmente es el centro de todo lo que pasa en Toledo. Hoy es un lugar de esparcimiento, donde descansar en alguna terraza a los pies del alcázar iluminado degustando un sabroso mazapán.
Atardecer en el mirador del Valle o un cigarral
Situado al sur de Toledo, estamos hablando de un mirador natural al que se le ha añadido un sendero. Para llegar hasta él podemos salir de la ciudad por el puente de ronda de Juanelo o por el puente de San Martín. Es la mejor manera de contemplar Toledo a vista de pájaro. Es una panorámica privilegiada. Muy cerca contamos con una ermita y la conocida como “piedra del moro”, una enorme roca encima de una pequeña colina justo detrás del mirador. Al atardecer o el anochecer, el alcázar iluminado pone la piel de gallina.
Si por lo que sea el tiempo que tenemos es limitado y queremos tener unas vistas parecidas, existen otras localizaciones muy aconsejables como la zona conocida como El Cigarral, fincas señoriales (antiguas villas romanas y casas campestres) donde los más pudientes de la ciudad se escapaban del calor y del bullicio para refrescarse orillas de la curva del meandro al sur del río Tajo. Lo más normal es que el nombre proceda del sonido de las cigarras cuando luce el sol.
Ruta nocturna por la judería
Cuando el sol se pone por el oeste, Toledo se transforma en uno de los espectáculos más conmovedores que existen. Sin quererlo te sumerges en la magia y el enigma de la noche y los tiempos y las leyendas pasadas se hacen más palpables. Los callejones que suben y bajan adquieren un encanto que tal vez de día no se pueden sentir. Una de las rutas más recomendables es la que recorre el apretado e intenso barrio de la judería . Bajo la luz de la luna, los pequeños conventos, la plaza del Conde, la puerta del Cambrón, las sinagogas o la casa del judío son una manera muy cautivadora de despedirse de Toledo.