No sé nada de arte; ni una palabra. Hay creadores que me gustan de manera intuitiva, pero soy incapaz de verbalizar sus méritos. Por ejemplo, siento interés por el Greco. He curioseado un poco en la red, donde lo definen como pintor manierista, místico, protoexpresionista, protomoderno, desaforado, extravagante... Incluso hay quien achaca la originalidad de su pintura a un astigmatismo galopante. Menos mal que Paul Léfort, estudioso del siglo XIX, lo señaló como “un colorista audaz y entusiasta que, sumando osadías, consiguió sacrificarlo todo en su búsqueda de efectos”. Total, que fue un genio, no un chiflado, al menos según el señor Léfort. Menos mal, espero que tenga razón, menuda calamidad si mi viaje a Toledo es una pérdida de tiempo.
El Greco
Nadie discute la importancia del pintor para Toledo, una ciudad a la que está unido
Doménikos Theotokópulos nació el año 1541 en Creta, isla que pertenecía a Venecia entonces. Aunque su familia se dedicaba al comercio, él estudió pintura, convirtiéndose en creador de iconos ortodoxos, unos cuadros religiosos con unas reglas muy rígidas. En torno a 1567 se trasladó a Venecia, donde entonces trabajaban Tiziano o Tintoretto.
Allí aprendió cómo los fondos arquitectónicos dan profundidad a las composiciones, el uso del dibujo y del color, o la iluminación de las escenas. En 1570 llega a Roma y estudia la técnica de Miguel Angel o Rafael, pero no recibe ningún encargo importante debido a su condición de extranjero. Desanimado marcha a Castilla en 1577. Se instala en Toledo, la capital religiosa y una de las urbes más grandes de Europa entonces con 62.000 habitantes.
Felipe II había instalado la Corte en Madrid dieciséis años antes, una decisión que fue un golpe duro para Toledo. Aun así, la ciudad estaba en plena efervescencia: en torno a 1570 se impulsó una reforma urbanística que actualizaría el trazado medieval con espacios públicos más amplios. En ese proceso participó Juan de Herrera, el gran arquitecto y urbanista.
Empiezo mi recorrido urbano en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo. No lo he decidido a tontas y a locas: este monasterio hizo los primeros encargos a un Greco recién llegado; siete lienzos para el retablo mayor y dos más para los altares laterales. El pintor nunca había afrontado un desafío tan complejo, debía crear pinturas de grandes dimensiones y concebirlas como un conjunto armónico.
El resultado fue exitoso, le proporcionó un prestigio inmediato. Por desgracia, hoy solo permanecen tres lienzos originales: San Juan Evangelista y San Juan Bautista en el retablo mayor, y La Resurrección en el altar lateral derecho. Todos los demás son copias, réplicas. Los originales se vendieron: La Asunción de la Virgen, por ejemplo, está en el Art Institute de Chicago; La Trinidad, en el Museo del Prado... El cenobio conserva la tumba del pintor, y los contratos originales, firmados por él.
La catedral Primada de Toledo es uno de los templos góticos más impresionantes que hay en España. Todo es desmesura en ella, como si los constructores pretendieran amedrentar al mundo. Su cabildo hizo otro de los primeros encargos que el Greco recibió en nuestro país: El expolio, obra que ilustra cómo Jesús es despojado de sus ropas al principio de la Pasión.
Por desgracia, la composición no satisfizo al cabildo, que acusó al pintor de “impropiedades que oscurecen la historia y desvalorizan a Cristo”. Intentaron escatimar el pago del trabajo. Para el Greco, aquel pleito fue solo el primero. Al final percibió una cantidad inferior a la prevista, pero se le dispensó de modificar el lienzo.
El pintor no preveía instalarse en Toledo de manera definitiva. Al contrario, anhelaba el favor de Felipe II y hacer carrera en la Corte. Resulta fácil imaginar su alegría cuando recibió dos encargos del soberano: Adoración del nombre de Jesús y El martirio de san Mauricio y la legión tebana. Por desgracia, ninguna de las dos obras gustó al rey, quien le reprochó que eran cuadros de santos, pero no inducían al rezo. No recibiría más encargos de la Corona. Los dos cuadros se exhiben hoy en el monasterio de El Escorial.
Llegó a un acuerdo con las monjas: estas les cederían una capilla para su enterramiento a cambio de una pintura
Resignado, el Greco echó raíces en Toledo, donde no le faltaba el trabajo. En 1578 nació su único hijo, Jorge Manuel. Se cree que la madre fue Jerónima de las Cuevas, con quien nunca se casó.
El 12 de marzo de 1586, el pintor obtuvo un encargo para la iglesia de Santo Tomé, su parroquia. Allí yacían los restos del señor de Orgaz (Toledo), muerto el año 1327 y rumboso benefactor de las instituciones locales.
El contrato pormenorizó los elementos que el artista debía incluir en la obra: “En lo de más abajo (...) se ha de pintar una procesión de cómo el cura y los demás clérigos estaban haciendo los oficios para enterrar a don Gonzalo de Ruiz de Toledo, señor de la villa de Orgaz, y bajaron san Agustín y san Esteban a enterrar el cuerpo de este caballero, el uno teniéndole la cabeza y el otro los pies, echándole en la sepultura, y alrededor mucha gente que estaba mirando. Encima de todo se ha de hacer un cielo abierto de gloria”.
De manera paradójica, tan minucioso contrato no especificó cuánto cobraría el artista por su trabajo, dejando el importe a expensas de una tasación profesional, que se haría con la obra ya acabada. Era un método común en la época. Esa tasación valoró el trabajo en 1.200 ducados, un precio que le pareció excesivo al párroco de Santo Tomé. Disconforme, pidió una segunda tasación, que cuantificó el precio en... ¡1.600 ducados! El Greco aceptó el cobro de los 1.200 ducados iniciales.
Como curiosidad, el pintor incorporó un anacrónico cortejo fúnebre al lienzo. Lo formaron personalidades locales de su época, 259 años posteriores; también figura su propio hijo en la comitiva. Algunos autores señalan El entierro del señor de Orgaz como la primera obra en la que el pintor patentiza su singular estilización de las figuras. El Museo del Greco reúne obras del último período del pintor, entre 1600 y 1614. La instalación tiene lienzos con mucho interés, como las Lágrimas de san Pedro o Vista y plano de Toledo.
Los fondos también incluyen trabajos de Jorge Manuel, hijo del artista, de Luis Tristán, su discípulo, y de otros creadores toledanos de la época. En ocasiones se presenta el edificio como la ‘casa del Greco’, dando a entender que el pintor vivió en ella. No es así, se trata de una recreación impulsada por el marqués de la Vega-Inclán en 1905, reproduce una vivienda convencional de aquel período.
No sucede lo mismo con el antiguo Hospital de Santa Cruz, un grandioso edificio que sí es del siglo XVI y hoy alberga el Museo de Santa Cruz. Este tiene unos amplios fondos arqueológicos y una valiosa colección de cuadros del Greco, procedentes de diferentes parroquias cercanas. Las obras expuestas permiten ver la evolución del artista, desde sus primeros años en la ciudad, representados por La Verónica con la Santa Faz, de 1580, hasta poco antes de su muerte mediante obras como La Inmaculada Concepción, un lienzo de 1614.
A partir de 1596, los trabajos se multiplicaron para el artista. Uno de los motivos fue que diversos mecenas locales le hicieron encargos importantes con regularidad. A menudo, su objetivo era la propagación de la Contrarreforma, la exaltación católica frente al protestantismo. Para servir a ese propósito, eran comunes las representaciones de santos y penitentes, o la glorificación de la Virgen, referentes cuestionados por Lutero y Calvino. El núcleo urbano de Toledo apareció como telón de fondo en algunas de esas representaciones, aportó profundidad a la escena.
En 1597, el Greco recibió otro encargo importante: tres retablos para una capilla toledana consagrada a san José. De propiedad privada, la capilla pertenece aún a los marqueses de Eslava y conserva su atmósfera original, como el Greco la concibió en su momento. No sucede lo mismo con las pinturas: solo San José con el Niño y la Coronación de la Virgen son originales. Todas las demás se vendieron a la National Gallery de Washington a principios del siglo XX: San Martín y el mendigo, la Virgen con el Niño, Santa Inés y Santa Martina.
Sus últimos trabajos importantes en Toledo incluyeron un retablo mayor y dos laterales para la capilla del Hospital de San Juan Bautista o Tavera, extramuros de la ciudad. La obra cumbre de ese conjunto es El quinto sello del Apocalipsis, que pertenece al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York desde 1958. Aun así, no se pierdan el rostro de la Virgen en La Sagrada Familia con Santa Ana, porque transmite una ternura sobrecogedora.
Toledo
El Museo del Greco reproduce una vivienda convencional de aquel período
En agosto de 1612, el Greco y su hijo llegaron a un acuerdo con las monjas de Santo Domingo el Antiguo: estas les cederían “para siempre jamás” una capilla destinada a su enterramiento a cambio de la creación de una pintura, La Adoración de los pastores, hoy expuesta en el Museo del Prado.
El pintor murió el 7 de abril de 1614, cuando tenía 73 años. Efectivamente, fue enterrado en Santo Domingo el Antiguo, pero la historia se tuerce a partir de entonces. En 1618, solo cuatro años después, un rifirrafe entre las monjas y Jorge Manuel pudo obligar a este a exhumar los restos de su padre y a su traslado al convento agustino de San Torcuato.
No es seguro, ya que, por desgracia, ese cenobio fue demolido en 1870. Algunos autores sostienen que los despojos del pintor permanecen en Santo Domingo el Antiguo, de donde nunca se habrían movido. Otros, en cambio, los creen perdidos para siempre. Eso sí, ninguno discute la importancia del pintor para Toledo, una ciudad a la que está unido por vínculos indisolubles, eternos.