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Ría Formosa, el rincón más salvaje del Algarve

Portugal

A lo largo de 60 kilómetros al sureste del país se extiende la apabullante naturaleza del parque natural

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Panorámica del parque de Ría Formosa, en el Algarve portugués

urf / Getty Images/iStockphoto

Si observamos el mapa de la península Ibérica como si fuera la cara de una persona, podríamos convenir que “la barbilla” sería el cabo de San Vicente. Y así, si buscáramos “la papada” –yendo unos kilómetros más al este del Algarve – nos encontraríamos con el parque natural de Ría Formosa. Con un laberinto de lagunas de agua marina, islas salvajes de arenales solitarios, dunas doradas y barras de arena, no sorprende que hayan destacado a Ría Formosa como una de las siete maravillas naturales de Portugal.

Tal como están las cosas, este genuino rincón portugués merece una visita sí o sí. Con muy pocas aglomeraciones y al estar situado a unos 100 kilómetros de Huelva en coche o cogiendo un vuelo de corta duración hasta Faro, Ría Formosa se convierte en una escapada muy tentadora. Si te fascinan los espacios al aire libre donde puedas escuchar el rumor de las olas tendido en una playa o contemplar el vuelo de las aves sobre el cielo azul, a continuación, te proponemos un recorrido por el parque natural de Ría Formosa:

El Algarve más desconocido

El parque natural se extiende por casi 18.000 hectáreas

brytta / Getty Images/iStockphoto

Damos por hecho que cuando hablamos de Algarve nos referimos a uno de los lugares más solicitados del planeta por el turismo internacional. Y tiene sentido. Es escandalosamente bonito. Hay playas hermosísimas, se come mejor que bien y el sol luce de forma casi hegemónica. La mayoría suele conducir por la conocida la vía do Infante (A22), que atraviesa todo el sur de Portugal, y hacer paradas para conocer lugares como Lagos, Albufeira, Portimao o Cabo San Vicente.

Pero hay un lugar no tan conocido en Algarve que vale la pena destacar. Y curiosamente está pegado a la capital de esta región, Faro. Solo hay que poner rumbo hacia el océano Atlántico para adentrarnos en un entramado de islas despedazadas -creado en 1755 por un terremoto-, dunas alargadas, canales y arenales que se extienden a lo largo de unos 60 kilómetros formando el fabuloso espectáculo lagunar de Ría Formosa.

Aguas cálidas y calmadas

Ferry entre Culatra y Faro

-lvinst- / Getty Images

A diferencia de otras zonas de la costa portuguesa, las aguas de Ría Formosa son la mar de tranquilas. Nada que ver con la bravura insolente de las típicas playas atlánticas. En este rincón, el oleaje es frenado y domesticado por la sucesión de ensenadas y penínsulas que actúan como barreras naturales. En total son 18.000 hectáreas. Todo un pequeño mundo. Un paraíso en miniatura ocupado por cinco islas, desde la parte oriental a la occidental encontramos la isla de Cabanas, Tavira, Armona, Culatra y Barreta, que se unen por una península en cada extremo: Cacela y Ançao, conocida como isla de Faro. Eso sí, hay que vigilar el movimiento de las mareas, puesto que el 15% de la superficie siempre está sumergida, el resto va emergiendo.

Una cataplana en el puerto de Olhao

Un puesto de venta en el mercado de pescado de Olhao

Daviles / Getty Images/iStockphoto

Otro de los rincones que se suelen pasar por alto cuando uno visita Algarve es este pueblecito de pescadores. Olhao, a 10 kilómetros de Faro, es una buena manera de entrar en contacto con la vida tradicional marinera del sur de Portugal. Sus casas tienen forma de cubo y por esa razón a la ciudad se la conoce como “la ciudad cubista”. Su mercado del pescado es muy interesante y una de las visitas imprescindibles. También resulta muy estimulante callejear por el barrio de pescadores, de clara influencia morisca, y detenerse en alguno de sus restaurantes a comer parrilladas de pescado, una mariscada o la típica cataplana, un guiso local de pescado o marisco (también, en algunas ocasiones, se cocina con carne) al vapor en un recipiente de cobre llamado cataplana, de ahí el nombre.

Excursiones en barco al atardecer

Atardecer en el parque de Ría Formosa

membio / Getty Images/iStockphoto

Una de las opciones más aconsejables para conocer este hermoso parque natural es subiendo a bordo de un barco. Como decía, las aguas son tan mansas que incluso las almas más susceptibles no se marean. Hay diversas posibilidades, según los gustos de cada uno. Existen paseos cortos de una hora o recorridos más largos de hasta cuatro horas. Hay varias compañías ofreciendo este tipo de servicios. Lo más recomendable es coger un itinerario que recorra las islas desiertas Ilha Deserta, la Ilha da Colatra y la Ilha do Farol, con el añadido de navegar por los canales de agua. Algunas te dan la posibilidad de bucear con tubo y avistar los caballitos de mar en Armona o comer almejas salvajes recién capturadas. Otro de los paseos más habituales es el crucero a Praia de Faro para deleitarse con la puesta de sol.

Ilha Deserta y 10 kilómetros de paz

Én Ilha Deserta reinan la paz y la tranquilidad

Zoltan Tarlacz / Getty Images/iStockphoto

Ilha Deserta es una de las playas mejor conservadas del Algarve. Un área completamente deshabitada de la ría Formosa a la que se accede por mar. Es bastante grande, con 10 kilómetros de silencio y donde se respira la paz más absoluta. El acceso por mar se realiza a partir del puerto Porta do Sol, en Faro, y por el camino puedes aprovechar para observar grupos de flamencos. Sugerencia: puedes comer en Estaminé, el único restaurante que se encuentra en la isla donde puedes disfrutar de diversos manjares recién pescados.

Observación de aves

Las aves son uno de los grandes tesoros del parque natural de Ría Formosa

franleal / Getty Images/iStockphoto

Las marismas y canales de agua que se extienden desde Faro hasta Tavira son un auténtico refugio –está clasificada como una zona de importancia ornitológica (IBA)- para las aves acuáticas, donde reinan especies nativas como las garzas, cigüeñas y porrones, y aves migratorias como los anteriormente mencionados flamencos, las espátulas y los ánades. Es un paraíso para los aficionados al birdwatching (avistamiento de aves).

Pero la denominación de parque natural no sólo protege la vida salvaje, sino también a las pequeñas comunidades pesqueras que dependen de métodos tradicionales y sostenibles de pesca. Por cierto, una de las especies que se puede encontrar aquí es el perro de agua portugués, cuya misión consiste en ayudar a los pescadores en su trabajo, el buceo y la captura de peces atrapados en las redes.

El cementerio de anclas

Cementerio de anclas de Tavira

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A primera vista parece una obra de arte. Y posiblemente lo es. O al menos es un espectáculo visual único. Un gran número de enormes ancoras antiguas –unas 200 como mínimo- descansan sobre la arena en la isla de Tavira. Es un cementerio y un homenaje a las tradiciones pesqueras al mismo tiempo. Es un paisaje curioso, fantasmagórico, extraño. Su origen es el cierre definitivo de la almadraba (técnica de pesca para capturar atunes con redes aprovechando la migración) en los años 60, cuando las anclas fueron rescatadas del fondo del mar y abandonadas sobre las grandes dunas.

Para verlo hay que coger un curioso trenecito que sale de Pedras d’El Rei y desembarca en la Praia do Barril. Lo curios es que donde estaban los barracones (refugio de los pescadores) entonces, hoy hay varios restaurantes sirviendo excelente pescado fresco.

Despedida en Tavira

Panorámica de Tavira

peeterv / Getty Images/iStockphoto

Ya que estamos en Algarve, una excelente idea –si hay tiempo- es retroceder en dirección a España hasta la población de Tavira. Es una ciudad imprescindible, entrañable. Se encuentra a un paso de la frontera con Huelva, a orillas del río Gilão, y además posee una gran historia: por allí pasaron los romanos, que dejaron tras de sí el famoso puente que une las dos partes de la ciudad; los fenicios, que establecieron una de sus colonias; y los árabes, sobre cuya mezquita se construyó en el siglo XIII la iglesia gótica de Santa Maria do Castelo, el monumento más célebre de Tavira. Merece la pena pasear por la parte alta de la ciudad y junto al río Gilão; luego, para despedirse, comer un buen bacalao en una terraza de alguno de sus restaurantes.

No sorprende que hayan destacado a Ría Formosa como una de las siete maravillas naturales de Portugal