Cuando embarqué en el vuelo 841 de Cathay Pacific en el aeropuerto internacional John F. Kennedy a las 9 de la mañana, el 1 de febrero, no sabía que comenzaría un viaje que sería una versión súper acelerada del de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días. Pero debido al brote de coronavirus , que ha llevado a 34 países a imponer restricciones de viaje, es lo que terminé haciendo en un fin de semana.
Mi hija, Allegra, y yo íbamos a Filipinas para ver a mis hermanos y para unas vacaciones muy esperadas a Siargao, una isla de surf similar a Bali en la parte sureste del país. Había reservado mis billetes en la primera semana de enero, solo unos días después de que los informes de un nuevo virus similar al SARS, en China, comenzaran a aparecer en los medios de comunicación. Los billetes de ida y vuelta de Nueva York a Manila incluían una escala de dos horas en Hong Kong en cada sentido; había tomado esta ruta muchas veces, y Hong Kong siempre ha sido un aeropuerto eficiente.
El vuelo CX841 a Hong Kong no podría haber sido más perfecto. Despegó a su hora y llegó unos 15 minutos antes. Parecía estar tres cuartos lleno, lo que nos dio a Allegra y a mí un asiento libre en nuestra fila. Todos los asistentes de vuelo y la mayoría de los pasajeros llevaban máscaras quirúrgicas que traían consigo. Tener la nariz y la boca tapadas fue incómodo al principio, pero después del despegue, el aire de la cabina se enfrió y la máscara dejó de molestar. Allegra, yo y muchos pasajeros a nuestro alrededor usamos máscaras durante todo el vuelo, excepto para las comidas.
No tenía idea de que mis planes se iban a trastocar hasta que el agente de embarque de Cathay, en Hong Kong, en nuestro vuelo de conexión a Manila, CX903, miró nuestros pasaportes y dijo que no podíamos subir al avión. Solo los pasaportes filipinos y los titulares de tarjetas de residencia podían ingresar a Filipinas. Resulta que, durante la undécima hora de nuestro vuelo de 15 horas a Hong Kong desde Nueva York, el Gobierno filipino había vetado a todos los viajeros de China y sus territorios con efecto inmediato. Eso nos incluía a nosotras que simplemente transitábamos por Hong Kong. Un hombre de Wuhan que visitaba Filipinas había muerto el 1 de febrero, la primera muerte por coronavirus registrada fuera de China.
Miré a mi alrededor. Otras diez personas estaban dando vueltas con la misma expresión atónita que probablemente tenía yo: seis pasajeros de Air Canada, dos británicos y una filipina-estadounidense, Lanie, y su novio, Ronald, que estaban en el mismo vuelo que nosotras. En nuestras camisas había calcomanías azules pegadas por los agentes para indicar que necesitaríamos ayuda. El personal de embarque de Cathay no pudo darnos una idea general de cuáles eran nuestras opciones. Lo único que decían es que primero deberíamos conseguir nuestro equipaje. No podía enfadarme con ellos. Apenas habían pasado seis horas desde que se impusiera la prohibición filipina.
Después de que despegó el vuelo de Manila, dos empleados de Cathay nos acompañaron a través de inmigración para poder llegar a reclamar el equipaje en el quinto piso de la Terminal 1. Allí se verificó nuestras temperaturas y se pusieron los sellos en nuestros pasaportes. En el carrusel de equipaje, los empleados de Cathay nos dijeron que nuestras maletas llegarían en media hora. ¿Y si no encontramos nuestro equipaje? Uno de ellos señaló el mostrador de ayuda de equipaje y luego desapareció.
Mientras esperábamos nuestras maletas, Allegra y yo revisamos nuestras opciones. Consideramos visitar Tokio, pero fue difícil hacer planes de vacaciones completamente nuevos mientras estábamos en el área de equipaje resolviendo el desastre de nuestro viaje original. Además, nuestros pasaportes ahora tenían sellos de Hong Kong, y me preocupaba que algunos aeropuertos pudieran estar cerrados para cuando tratáramos de regresar a EE.UU.
Finalmente decidimos reducir nuestras pérdidas y regresar a Nueva York. Llamé a la compañía de seguros de viaje para conocer mis opciones: mi póliza de 200 euros proporcionaba hasta 1.800 euros por cancelación de viaje y 2.700 euros por interrupción de viaje. El agente dijo que debería presentar una solicitud online, y agregó que sería útil si pudiera obtener una declaración de Cathay diciendo que se nos había impedido embarcar. Por supuesto, en el caos del momento, no había pensado en hacer eso, ni creo que los agentes de embarque de Cathay hubieran sido capaces de proporcionármela. Estaban tan atónitos como yo.
Decidimos dirigirnos a los mostradores de venta de billetes en el séptimo piso. Para entonces, eran las 6 de la tarde. Mi plan era buscar un vuelo nocturno a Nueva York, lo que nos daría suficiente tiempo para encontrar nuestras maletas, pues todavía no se habían localizado. Cathay estaba lidiando con miles de piezas de equipaje redirigidas, me dijo un agente de equipaje. Pero el único vuelo con destino a Nueva York esa noche fue el CX846, a las 7:45 de la tarde.
No tendríamos que hacer una cuarentena de 14 días requerida para los empleados que venían de China
Estaba decidida a no pasar la noche en un hotel de Hong Kong. El día anterior a nuestro viaje, Estados Unidos anunció una prohibición de entrada a los extranjeros provenientes de China, con efecto a partir del domingo 2 de febrero. No incluía a Hong Kong. Aún así, Allegra y yo habíamos consultado con nuestros respectivos departamentos de Recursos Humanos. Nos dijeron que, ya que si simplemente estábamos transitando por Hong Kong, no tendríamos que hacer una cuarentena de 14 días.
¿Eso incluía alojarse en un hotel de Hong Kong? No quería correr el riesgo. Lanie, mi nueva amiga filipina-estadounidense, y yo habíamos establecido un acuerdo para compartir información, y nos comunicabamos mutuamente de lo que nuestros respectivos agentes de vuelos nos decían para asegurarnos de que todo fuese correcto. Mi agente de billetes ni siquiera se había dado cuenta de que muchos pasajeros con destino a Filipinas se habían quedado varados.
Obtuvimos nuestros billetes a las 6:30 de la tarde. No nos cobraron una tarifa de cambio de reserva, que para nuestra clase de billetes habría sido de 180 euros cada una. En un aviso del 3 de febrero, Cathay anunció que los cargos por cambio de reserva, y cambio de ruta, no se aplicarían a los pasajeros de Cathay Pacific y Cathay Dragon afectados por las restricciones de viaje en llegadas, salidas o tránsito por Hong Kong, entre el 1 y el 29 de febrero, con billetes emitidos el 1 de febrero o antes. También señalaba que los pasajeros afectados por las restricciones de entrada tenían derecho a un reembolso completo de los billetes de Cathay Pacific/Cathay Dragon emitidos el 3 de febrero o antes para viajar del 3 al 14 de febrero.
Luego nos fuimos a un mostrador diferente para registrarnos; eran aproximadamente las 6:45 una hora antes de que nuestro vuelo partiera. Cuando llegamos, todavía no teníamos nuestras maletas, pero una llamada confirmó que habían sido localizadas. En una carrera loca, Allegra y Ronald se dirigieron a una oficina del sexto piso; desde allí fueron escoltados al área de reclamación de equipaje del quinto piso, y luego regresaron corriendo al mostrador cinco minutos antes de que el check-in cerrara y comenzara el embarque. Sorprendentemente, tuvimos tiempo de sobra: Allegra y yo en los asientos centrales de la fila central, y Lanie y Ronald en los asientos de detrás.
En las caóticas cuatro horas después de que se nos impidiera embarcar en nuestro vuelo a Manila, hubo muchos momentos de gravedad y levedad. Una agente de venta de entradas se preocupó porque los británicos de mi grupo no llevaban mascarillas; su vuelo de vuelta a Londres no sería hasta primera hora de la mañana, demasiado tiempo para estar sin una máscara en el aeropuerto, en su opinión. Me dio muchísimas gracias cuando le di algunas de las que teníamos. El agente de check-in se disculpó por lo que estábamos pasando, y el gerente del mostrador hizo una llamada tras otra para ayudar a Allegra y a Ronald a recoger las maletas rápidamente. Se suponía que se nos cobrarían unos 10 euros a cada uno por impuestos de aeropuerto, pero con las prisas, no lo hicieron.
Su vuelo de vuelta a Londres no sería hasta primera hora de la mañana, demasiado tiempo para estar sin una máscara
Llegamos al JFK a las 10:07 de la noche del domingo, unas 37 horas después de que saliéramos del mismo aeropuerto. Habíamos viajado casi 26.000 kilómetros. Para cuando aterrizamos, la prohibición a los viajeros de China que el gobierno de Estados Unidos anunció el viernes había entrado en vigencia. El agente de inmigración nos preguntó si habíamos estado en China. Dijimos que no, solo en Hong Kong.
Cuando el avión aterrizaba en Nueva York, miré la ruta en mi pantalla. Fue entonces cuando me di cuenta de que habían volado hacia el este. Efectivamente había circunnavegado el mundo. Todo en 37 horas.