Es curioso cómo el apasionamiento de un alcalde por su ciudad puede convertirse en el arma de marketing más eficaz para promocionar un destino. Ha pasado con Vigo. Abel Caballero y sus nueve millones de leds han sido todo un éxito (ha conseguido ser una de las ciudades españoles más visitadas durante estas fiestas). No hay medio que no se haya hecho eco de la noticia. Sin embargo, todo tiene su fin. El 15 de enero las calles de la localidad han apagado sus bombillas hasta el año que viene, y todo volverá a la normalidad, a su maravillosa normalidad.
Pero bajo toda esa exageración de luces se oculta una ciudad preciosa, entregada al mar, reservada, dispuesta a mostrar su lado más entrañable. Vigo, en la provincia de Pontevedra, al oeste de Galicia, es un lugar ideal para escaparse un fin de semana. Su discreto tamaño te permitirá caminar, respirar el aroma a mar y descubrirla a fondo, el centro histórico y su zona nueva, el puerto, sus grandes parques, sus miradores y su exquisito marisco.
La fuerza de “unha oliveira”
Hay que pensar que Vigo es conocida como la ‘ciudad olívica’, como bien representa el símbolo de su escudo. La historia cuenta que unos caballeros monjes templarios plantaron en la antigüedad un gran olivo, símbolo de la paz. Éste desapareció al construirse una iglesia en su lugar, pero una de sus ramas dio luz al actual olivo del paseo Alfonso XII desde donde puede contemplarse la ría viguesa en todo su esplendor. Tanto el olivo como la arquitectura tallada en piedra muestran la transformación de un pueblo marinero que ha crecido hasta convertirse en la ciudad más grande de Galicia.
Paseo por la historia y cultura de APedra
Para iniciar la visita a Vigo es recomendable hacerlo en la calle peatonal del Príncipe. Es una zona comercial. Una vez allí podremos encontrar el MARCO (Museo de Arte Contemporáneo de Vigo) y la famosa estatua de El Sireno (creado por Francisco Leiro, escultor de reconocida fama internacional). Una manzana en la que, por cierto, están la mayor parte de fundaciones y centros culturales. En un día no podrás verlos todos, pero sí alguna de sus exposiciones más interesantes.
Un poco más adelante nos adentramos en el caos de la zona vieja (callejuelas, plazoletas, cuestas y escaleras) también conocida como A Pedra (la piedra), cuyo núcleo es la plaza de la Constitución - de origen medieval - y cerca de la cual se levantan edificaciones como la concatedral de Santa María o la colegiata, la casa torre de Pazos Figueroa (s. XVI). Es aconsejable acercarse a ver los trabajos artesanales de mimbre de la calle de los Cestos. Y si tienes un hueco libre y te gustan los libros, la Biblioteca Pública Central es una magnífica opción.
Degustar ostras a mediodía
Si pones rumbo hacia el bravo mar gallego descendiendo por la plaza de la Iglesia, darás lo que antiguamente era el mercado de A Pedra. Una parte es peatonal y se pueden degustar exquisitas ostras recién cogidas. En plena calzada, las ostreras abren los moluscos, que se compran directamente y se degustan al natural con un poquito de limón, y si se acompaña de un buen vaso de vino Albariño, el mundo se ve de otra manera.
Las ostras se cultivan desde la época de los romanos, y esta tapa es todo un espectáculo, lo que suele atraer a muchos turistas. Aseguran los expertos que son las mejores ostras del mundo, las mas “riquiñas”, comentan los lugareños. Una docena de ostras te costará entre 12 y 18 euros, dependiendo del tamaño (con la garantía, desde luego, de que son frescas). Hay varios restaurantes a elegir: Casa Vella (calle Pescadería, 1) es una buena elección, además son excelentes sus percebes y zamburiñas, el pulpo, los mejillones, y los postres caseros, como las cañas de crema y el pastel de queso.
Buscando la ría y las empanadas
Tras reponer fuerzas, y después de dejarnos llevar por las callejuelas del casco viejo, aparece la ría de Vigo y uno de los principales puertos pesqueros de Europa. Ahí está el origen de toda una manera de ver la vida, la esencia y el alma de la ciudad. El olor a pescado sobrevuela el cielo mezclado con el graznido de las gaviotas hambrientas. Hay que caminar por allí y observar como se desarrolla la auténtica rutina de los pescadores gallegos.
Es obligatorio acercarse luego al barrio de Bouzas, antiguo pueblecito pesquero que se unió a Vigo en 1904. Todavía conserva algo de su tradicional forma de vida. De hecho, tiene su propio casco antiguo, un puerto, un faro y unas playas muy populares, además de un animado mercado de abastos, y un mercadillo semanal que tiene lugar todos los domingos por la mañana. Bouzas, por cierto, es un magnífico lugar para catar uno de los emblemas culinarios gallegos: la famosa empanada. Las hay de muchas clases: bonito, bacalao, carne, pulpo, raxo, vieiras… Y ojo, las fiestas más tentadoras del verano se celebran en julio en esta localidad.
Las mejor playa del mundo en las Cíes
Cuando pensamos en playas paradisíacas no se incluye Galicia. Craso error. En Galicia hay unas playas espectaculares. Sí, sí, arena blanca, aguas transparentes, entornos salvajes. Pero no lo decimos nosotros; hace unos años el periódico británico The Guardian publicó un reportaje sobre las mejores playas del mundo en el que Rodas, en las islas Cíes, ocupaba el número uno de la lista.
El archipiélago de las Cíes está formado por tres islas: Monteagudo, Faro y San Martiño. Cuando las ves, parece que guarden la ría de Vigo; están allí, silenciosas, diminutas, como tentando a todo el que observa el horizonte. Es fácil llegar: en ferry desde la capital, entre marzo y octubre (para entrar hay que solicitar un permiso a la Xunta de Galicia). En la isla de Monteagudo hay cuatro playas: Nuestra Señora, Viños, Figueiras y Rodas. Justamente el barco desembarca en la derecha de La de Rodas. Una maravilla. Recomendamos tomar un sendero que asciende hasta el al Alto do Príncipe. En esta ruta cruzaremos una zona boscosa antes de llegar a las rocas del mirador, y por el camino observaremos endrinos y matorral de tojo como parte de la vegetación de las islas.
Por las Rías Baixas hasta Baiona
Si todavía dispones de tiempo, una excelente alternativa para recorrer la costa de las Rías Baixas es una ruta de 20 kilómetros desde la playa de Samil, a lo largo de las mejores playas de la ría, empezando por el Vao y Toralla, atravesando Patos, Panxón y playa América. Al final, llegada a la población de Baiona con su casco antiguo, la popular réplica de la carabela Pinta de Colón y el bonito Parador (el antiguo castillo de Monterreal).
Hacia el norte, desde Vigo, también se puede emprender una ruta y alcanzar el Monte da Peneda, en Soutomaior, desde cuyo mirador se contemplan vistas de infarto sobre la ría de Vigo y el archipiélago de Cíes, la ensenada de San Simón, el puente de Rande y el valle del Verdugo.
Atardecer en O Castro
Cuando avanza la tarde, una buena opción es subir hasta la fortaleza en el Monte O Castro (en los mapas lo encontrarás como parque Charlie Rivel). Es algo duro, dura unos 15 minutos, pero el esfuerzo tiene una formidable recompensa. Allí se despliegan las mejores vistas de la ría . Hay dos puntos imprescindibles: unas ruinas de un castillo de la edad media y, por otro, un antiguo poblado formado por castros, antiguas construcciones circulares y cuadrangulares del siglo III a.C., cuando los primeros pobladores celtas se asentaron y comenzaron a fundar lo que sería la ciudad. En su interior, como decía, reposan los restos de la fortificación del siglo XVII que formaban parte (junto con el castillo de San Sebastián y las murallas que rodeaban la ciudad antigua) de la antigua estructura defensiva.
Cena con estrella Michelin
Terminamos el día bajando hacia el mar, a las calles de La Alameda y Montero Ríos, donde se encuentran algunas de las mejores terrazas del centro de Vigo. Antes de eso, un plan para los paladares más exquisitos es cenar en el restaurante Maruja Limón (Rúa Montero Ríos, 4) del chef Rafa Centeno, galardonado con una estrella Michelin, y con críticas muy positivas en la plataforma eltenedor. Sus platos son una mezcla de tradición y creatividad, y muy importante, el precio de su menú’ Compartir’ es asequible: 45 euros por cabeza.
Más tarde, para despedirnos, nada mejor que un cóctel, o ir a bailar a discotecas y salas de conciertos en directo, como Tokyo, Rouge en Arenal, La Casa de Arriba, La Fábrica de Chocolate o La Iguana en Churruca.