La amazona argentina que descabalgó a los machistas
Grandes viajeras
Ana Beker fue a caballo de Buenos Aires a Ottawa y descubrió que las peores coces no son las de los cuadrúpedos
La amazona Ana Beker es una figura reverenciada en Argentina, su país, que recorrió de punta a punta a caballo. Pero fuera de América su nombre y sus gestas deportivas han caído en un injusto olvido. Sin embargo, si hubiera sido un hombre, y no digamos uno de Estados Unidos, probablemente su vida hubiera inspirado películas y documentales. Ahí está el caso, por ejemplo, de Frank T. Hopkins, a quien encarnó en el cine el actor Viggo Mortensen.
Hollywood recreó con muchas licencias la vida de Frank T. Hopkins (1865-1951) en Océanos de fuego , el título con el que la película se estrenó en el 2004 en España. Este jinete, especialista en carreras de largo recorrido, fue un firme defensor de los mustangs o caballos mesteños, descendientes de los ejemplares que llegaron con los conquistadores españoles y que dieron origen a grandes manadas salvajes. Esa parte sí se reflejó fielmente en la gran pantalla.
Pero el eje central del argumento resulta muy controvertido: una carrera de resistencia de más de 4.800 kilómetros que supuestamente se realizó en 1890 en Arabia Saudí, con la participación de Frank T. Hopkins a lomos de Hidalgo. No hay datos fehacientes de que esa prueba existiera. Nuestro hombre fue un grandísimo domador y caballista. Ganó numerosas competiciones ecuestres (400, asegura él), pero sus memorias, Hidalgo and other stories , parecen más una obra de ficción que una biografía.
Justo en el extremo contrario se halla Ana Beker (1916-1985), de cuyas proezas no hay duda alguna. Ningún cineasta tendría que magnificar la vida de esta mujer para hacerla más atractiva. No le harían falta ni más épica ni más reivindicaciones. Porque ella no sólo cabalgó contra sus propios límites, sino contra el machismo del tiempo que le tocó vivir. O contra el machismo a secas, porque muchas de las cosas que tuvo que soportar desgraciadamente aún son habituales.
Hija de inmigrantes letones, la gaucha rubia nació en la localidad argentina de Lobería y creció en Algarrobo, entre el ganado. Su familia tenía una pequeña hacienda. De niña se escapaba por las noches para dormir en los establos y asegurarse de que no le faltara nada a los caballos, de los que ya entonces estaba enamorada. Fue creciendo y se convirtió en una amazona increíble. Cuando fantaseaba con la posibilidad de labrarse un nombre en el mundo de la equitación, siempre tenía que escuchar la misma estupidez: “Eso son cosas de hombres”.
Su destino, el que sus propios padres querían para ella, era claro. La casa, un marido, los hijos... Pero no se amilanó y se propuso demostrar que “una mujer puede arrojarse a empresas que harían retroceder a más de un varón”. Sus primeros retos se le quedaron pronto muy cortos. Recorrió los 1.400 kilómetros que separan su localidad natal de la ciudad de Luján. Luego, en 1942 y durante diez meses, atravesó una a una todas las provincias argentinas. Sus monturas eran criollas, con ejemplares como Clavel, Zorzal o Ranchero.
Y siempre la misma pregunta, que jamás le hubieran formulado a un hombre. “¿Por qué haces lo que haces?”. Y siempre la misma respuesta: “Porque una mujer puede realizar cualquier cosa que se proponga”. Fue entonces cuando comenzó a germinar la idea de su aventura más ambiciosa. Viajar con dos caballos desde Argentina a Canadá, uniendo las ciudades de Buenos Aires y Ottawa. Lo más parecido que se había logrado hasta entonces fue ir de la capital argentina hasta Nueva York. Lo hizo el argentino de origen suizo Aimé Félix Tschiffely, entre 1925 y 1928.
Tschiffely acometió su odisea con dos caballos criollos, Gato y Mancha. Pero a él nadie le preguntó por qué lo hizo. Cuando Ana Beker comenzó los preparativos para igualar y superar su gesta, se encontró en el mejor de los casos “con la incredulidad o el hielo de la indiferencia”, incluso entre los amantes de la hípica. “Eso casi no podría realizarlo un hombre, tanto menos usted”, le dijeron en la Sociedad Argentina de Marchas a Caballo.
Tardó años en poder completar los preparativos para su viaje. Cualquier otra se hubiera desanimado. Hasta su propio se desesperaba: “Es una desgracia, tengo una hija loca”. No sólo era una mujer, se lamentaban en su casa. ¡Además pensaba viajar sola, sin la protección de un hombre! Ana Beker cuenta la anécdota de un jinete a quien desafió: “Trate de seguirme y el primero que se canse que dé media vuelta”. Pero “el bromista que se reía de las faldas no aceptó el reto”.
Por fin, el 1 de octubre de 1950, se pudo poner en marcha. Sus dos primeros caballos fueron Príncipe, que le regaló una estrella del polo, Manuel Andrada, y Churrito, de un criador de la Pampa. Las monturas se iban turnando. Un día cabalgaba sobre una y utilizaba la otra como “carguero”, con una impedimenta de unos 35 kilos. Intentaron disuadirla por todos los medios. Le recordaron que, incluso en tren, ir hasta Canadá era agotador. “A caballo, cada kilómetro será infinito”.
Pero ella se propuso demostrar que era “una mujer dispuesta a todo, menos a retroceder”. El libro que escribió sobre su vida se lee como una novela de aventuras. Su biografía, Ana Beker, la amazona de las Américas , que la editorial argentina Isla editó por primera vez en 1957, estuvo años descatalogada. La obra, con fotos de pésima calidad (algunas de las cuales se reproducen aquí), pero con el pulso de una narradora excepcional, ha sido afortunadamente rescatada por el sello Trotamundas Press.
La autora relata cómo cruzó su país, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá. Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México y Estados Unidos hasta llegar a Ottawa. Bordeó barrancos, vadeó ríos tumultuosos, subió y bajó montañas. Recorrió desiertos y arrostró sequías, lluvias torrenciales y tormentas de nieve. Pasó un frío glacial en altiplanos a más de 4.000 metros de altitud. También hubo días de calor implacable y de un sol tórrido. Se jugó la vida en ciénagas, despeñaderos y precipicios. Durmió al raso, en grutas y en chozas de las que huían las ratas.
Sin mis caballos, yo sería como un pájaro sin alas en medio del desierto”
Sólo le preocupaban dos cosas: el bienestar de sus animales y seguir adelante.Le amenazaron los cazadores furtivos de vicuñas y le hicieron innumerables propuestas de matrimonio (ella, para zafarse de sus pretendientes, decía “a la vuelta hablamos”, sabiendo que regresaría en barco). Vio a curanderos realizar prodigios inexplicables. Sufrió insolaciones, hambre y penurias. Las garrapatas infestaron sus caballos y realizó con ellos jornadas de hasta 77 kilómetros, lo máximo que les podía exigir. Vivió terremotos y sintió la mirada glaciar de los jaguares.
Trató a jefes de Estado y a celebridades. También a indígenas que apenas sabían hablar castellano. Tuvo alegrías y tristezas. Conoció la hospitalidad campesina y los desastres de la guerra en Colombia. Sufrió tres robos. Pudieron ser cuatro pero se salvó porque uno de sus caballos coceó a un atracador que se acercaba con un machete. Una madrugada dormía en medio del campo y la despertaron los cuchicheos de cinco hombres que planeaban violarla. Pero Ana Beker no sólo sabía manejar las riendas. También un revólver, que siempre llevaba “bien cargado”.
En aquella ocasión la llegada del administrador de una finca cercana fue providencial para salvarla de una agresión sexual que parecía inevitable. Ana Beker logró huir en medio de la noche, apresuradamente, como si la delincuente fuese ella. Lo peor de todo, explica, fue lo que le gritó uno de los violadores frustrados: “Si no anduvieras sola por ahí, no te pasaría nada. Que no sirves más para comprometer a los hombres”. ¡Cuántas mujeres sufren una doble victimización y todavía hoy, en pleno siglo XXI, tienen que escuchar barbaridades así!
La amazona de las Américas les dedicó su gesta a todas ellas. A las mujeres y también a los caballos, que le dieron sus mayores recompensas y sinsabores. Sus primeras monturas murieron. Príncipe a consecuencia de un cólico y Churrito, atropellado por un camionero que se dio a la fuga. Tuvo cuatro cabalgaduras más: Luchador y Pobre india, que intercambió por Chiquito Luchador y Furia, con las que completó el viaje. Llegó a Ottawa el 6 de julio de 1954, tres años, nueve meses y cinco días después de prometerse algo a sí misma.
Nunca daría un paso atrás.
No hay más remedio. Es cosa decidida. Volverme atrás sería como si todas las mujeres de mi tierra retrocedieran, fracasadas”
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.