Acoge las sepulturas de los reyes de España desde el siglo XVI; conserva un patrimonio artístico prodigioso, a la altura de los mejores museos internacionales; se conoció como la Octava Maravilla del Mundo en su época... Hay muchas razones para visitar el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Yo acudo para saber un poco más sobre su impulsor, el rey Felipe II. Pocos personajes han sido tan maltratados por la cultura anglosajona, sobre todo por el cine de Hollywood, que siempre lo presentó como un fanático siniestro, obsesionado con el dominio del mundo. El nacionalismo español, en cambio, lo ha descrito como un rey prudente, trabajador incansable y nada adepto a la ostentación. El contraste entre las dos versiones me intriga.
Lo primero que descubro es que fue un hijo obediente y un monarca agradecido. Su padre, Carlos I, pidió en testamento que lo enterrasen en un lugar diferente de donde descansaban sus padres o abuelos. Felipe II ordenó la búsqueda de un emplazamiento idóneo en la sierra de Guadarrama, en el centro de la Península. El sitio elegido fue un paraje cercano a la aldea de El Escorial, con caza y leña abundantes, mucha agua, y canteras de granito y pizarra en las inmediaciones. La Corona encargó el diseño general del proyecto al arquitecto Juan Bautista de Toledo en 1561, a quien pronto ayudó un joven Juan de Herrera en calidad de adjunto. En 1563 se puso la primera piedra. Veintiún años después, el 13 de septiembre de 1584, las obras se dieron por finalizadas.
El monasterio fue bautizado San Lorenzo en agradecimiento por la victoria española en la batalla de San Quintín contra las tropas de Enrique II de Francia. Ese combate tuvo lugar en 1557, el 10 de agosto, festividad de san Lorenzo. El monasterio reproduce la forma de una parrilla, con cuatro torres en las esquinas y el palacio como ‘mango’, porque ese mártir murió asado en una. Empiezo mi visita por la basílica, el corazón del complejo. La planta es cuadrada, mide 50 m de lado y tiene cuatro pilares en la zona central. Además de la capilla Mayor, acoge multitud de menores; hay hasta 44 altares. Si el templo me impresiona, la vecina sacristía me deja boquiabierto: sus muros exhiben lienzos de Tiziano, Ribera, Zurbarán o El Greco. Es solo el principio.
A Felipe II se le ha definido como un católico intransigente. Es verdad que combatió con saña cualquier disidencia en el ámbito de la fe, y eso afectó tanto a los moriscos como a los protestantes, con quienes no se mostró nada tolerante. Pero también tuvo serios rifirrafes con el Papado, cuya autoridad menoscabó cada vez que sus decisiones no favorecían los intereses de la Corona española. Por otra parte, no fue exactamente un oscurantista, ya que patrocinó numerosos proyectos científicos, sobre todo en los ámbitos de las matemáticas o la geografía. Por ejemplo, ordenó una pionera descripción topográfica de España, y el levantamiento de un mapa geodésico que encargó al cosmógrafo Pedro Esquivel. Además animó a que la cátedra de Matemáticas de la Universidad de Salamanca difundiese la explicación copernicana, heliocéntrica, del Universo.
Desciendo de las estrellas al subsuelo en un plis-plas, sin apenas transición. Visito la cripta que hay debajo del altar Mayor de la basílica. Alberga veintiséis sepulcros de mármol, en los que descansan todos los reyes y reinas de las casas de Austria y Borbón, con dos únicas excepciones: Felipe V y Fernando VI. Ahí está, por ejemplo, Alfonso XIII, bisabuelo del actual rey de España. Algunas crónicas cuentan que Felipe II fue más bien bajito y que tuvo un carácter taciturno. Desde luego fue un monarca celoso de su intimidad: prohibió la publicación de biografías suyas en vida, y ordenó la destrucción de toda su correspondencia en cuanto muriese.
Deseoso de comprenderlo un poco mejor, visito el palacio de los Austrias o de Felipe II, que ocupa el ‘mango de la parrilla’ del complejo. Actualmente solo se permite el acceso a los aposentos Reales y la sala de Batallas, pero no es poca cosa. Los primeros están decorados con sobriedad. Imagino al soberano consagrado a ese papeleo al que era adicto. Aquí adoptaría algunas de sus decisiones más trascendentales, aunque no el traslado de la Corte a Madrid ni la conversión de esa ciudad en la primera capital permanente de la monarquía española, porque ambas son anteriores al monasterio.
Me sorprende un poco la austeridad de estos aposentos. Parecen más las estancias de un solterón cascarrabias y obsesionado por el orden, que un escenario hogareño, con bullicio de mujeres y niños, carcajadas y trifulcas... Felipe II no fue muy afortunado en su vida familiar. Tuvo cuatro esposas, todas fallecieron jóvenes. Para colmo, su heredero natural, el príncipe Carlos, fue un joven desequilibrado que murió de hambre —se negó a comer— mientras permanecía recluido en el castillo de Arévalo, donde su padre lo confinó por diversas tropelías. Todo ello contribuyó al talante fúnebre del soberano y a su mala imagen exterior.
En cambio, no le impidió adoptar decisiones drásticas cuando le pareció conveniente. Una trascendental fue que todas las colonias americanas comerciaran con un único puerto en Europa; primero fue Sevilla, luego, Cádiz. Esa decisión posibilitó un monopolio mercantil que duró dos siglos e hizo de España el país más rico del Viejo Continente. Buena parte de los conflictos con ingleses, franceses o neerlandeses se debieron al deseo de transgredir ese monopolio.
El rey replicó con uñas y dientes. Por ejemplo, ordenó el trazado del Camino Español, una ruta terrestre que permitía el desplazamiento rápido de tropas entre Italia y los Países Bajos. También creó la mejor red de espionaje de la época, dispuesta al asesinato político. Sucedió con la muerte de Guillermo de Orange a manos de un agente leal a España. No fue la única vez que se vinculó a Felipe II con un crimen. Como aportaciones menos sórdidas, el monarca intentó la modernización del reino: construyó pantanos y canalizó ríos para el regadío, reformó la red de caminos, y creó una administración eficiente, formada por funcionarios con estudios universitarios.
La sala de las Batallas es una galería con 60 m de longitud. Sus muros están pintados al fresco con escenas de batallas ganadas por los ejércitos españoles. El meticuloso rey ordenó que los pintores recibieran información minuciosa de las tropas combatientes y de sus uniformes, para garantizar la veracidad de los lienzos.
Felipe II tuvo las mejores unidades militares de la época, los temidos tercios. Creados por Carlos I, fueron tropas expertas en asedios. En el mar, se apostó por el uso de galeones por su idoneidad para las travesías oceánicas, ya que aunaban capacidad de carga y potencia de fuego. El gran fracaso militar de Felipe II fue la derrota de la Armada Invencible, que intentó la invasión de Inglaterra sin éxito. En otro mar, el Mediterráneo, su flota alcanzó una de las victorias más gloriosas e intrascendentes: Lepanto.
La inmensa Biblioteca me deja estupefacto: ocupa una grandiosa nave con el suelo de mármol. Las estanterías están hechas con maderas nobles, las diseñó personalmente Juan de Herrera. Felipe II donó su fabulosa colección de códices al monasterio y, además, la enriqueció con nuevas y valiosas compras, hechas tanto en España como en el extranjero. Actualmente cuenta con más de 40.000 volúmenes, su valor es incalculable.
El reinado de Felipe II fue una época dorada para la literatura española, ya que coexistieron autores como Lope de Rueda, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Alonso de Ercilla, fray Luis de León, fray Luis de Granada... El mismo Miguel de Cervantes publicó sus primeras obras, aunque su consagración sería posterior.
El monasterio estricto ocupa la parte sur del complejo. Sus primeros moradores fueron monjes jerónimos, pero los agustinos de clausura lo habitan desde 1885. El claustro principal se conoce como patio de los Evangelistas y es un proyecto de Juan Bautista de Toledo. Los dos pisos están comunicados mediante una espectacular escalera, decorada con frescos de Luca Giordano. En la iglesia Vieja o de Prestado se conserva El Martirio de San Lorenzo, una creación de Tiziano considerada una de las obras maestras del Renacimiento italiano. Sus colores sombríos me remiten a uno de los asuntos más tenebrosos del reinado de Felipe II: sus tejemanejes con Antonio Pérez.
Ese secretario ejerció una gran influencia sobre el monarca, quien valoraba su inteligencia y conocimiento del Estado. Por desgracia, su codicia era mayor que la lealtad, y vendió secretos a potencias extranjeras. Además, emponzoñó las relaciones entre Felipe II y su hermanastro, Juan de Austria. El secretario de este último, Juan de Escobedo, acudió a la Corte para defender la honradez de su señor, y Pérez ordenó su asesinato, con la probable conformidad del Rey.
Se conserva El Martirio de San Lorenzo, una creación de Tiziano, una obra maestra
La relación entre soberano y secretario se envenenó a partir de entonces, hasta que Pérez huyó a Zaragoza, donde se puso bajo la protección de los Fueros locales y acusó al monarca de todas las barrabasadas imaginables. La situación desembocó en la invasión militar de Aragón, la ejecución de su Justicia (defensor de los derechos y libertades), la intensificación de la leyenda negra contra Felipe II, y una nueva huida de Antonio Pérez, esta vez a París, donde murió en la más absoluta pobreza.
Las majestuosas salas capitulares del monasterio, donde los monjes celebraban sus capítulos, se han reconvertido en pinacoteca. Muchas de las pinturas más notables se trasladaron al Museo del Prado, pero aun permanecen valiosos lienzos de Tiziano, Van Dyck, Velázquez, El Bosco, Tintoretto, Zurbarán o Rogier van der Weyden.
A pesar de su vocación burocrática, Felipe II no fue un buen administrador de la Hacienda. Durante su reinado, esta se declaró tres veces en bancarrota porque los gastos superaban con mucho a los ingresos. De su manirroto padre heredó una deuda de veinte millones de ducados, que él quintuplicó, pese a incrementar la carga fiscal sobre la población, sobre todo la castellana, y a que las remesas de América alcanzaron máximos históricos. Las guerras en los Países Bajos y en el Mediterráneo fueron pozos sin fondo para el Tesoro.
Acabo mi recorrido escurialense en los jardines de los Frailes, que Felipe II mandó construir para el cultivo de hortalizas y plantas medicinales, además de como espacio de placer. El rey llegó a reunir 68 variedades de flores y 400 de plantas del Nuevo Mundo.
Felipe II fue un hombre con una salud delicada, propenso a la enfermedad. La gota atormentó sus diez últimos años, cuando perdió totalmente la movilidad de la mano derecha. Murió el 13 de septiembre de 1598 en San Lorenzo de El Escorial. Tenía 71 años.