La científica que aprendió a leer en el polo Sur
Grandes viajeras
La catalana Josefina Castellví ha viajado once veces a la Antártida y fue la primera mujer que dirigió una base en el continente helado
“Fui a la Antártida a aprender a leer”, dice Josefina Castellví. Esta dama vive en el mismo piso del Eixample de Barcelona donde nació, en 1935. Es un principal junto a la Gran Via, decorado con numerosas piezas de encaje de bolillos, su gran pasión. Sólo los microscopios recuerdan que la dueña de la vivienda sigue siendo a sus 83 años una de las científicas más importantes de España.
También delata su pasión por el desierto helado una ingente colección de pingüinos: de miniatura, de juguete, de peluche, de porcelana… Estas aves, como se verá, le deben un gran favor. Josefina Castellví ha viajado al polo Sur once veces, fue la responsable del programa antártico español y la primera mujer que dirigió allí una base científica, de 1989 a 1994.
En 1994 se prometió a sí misma no volver nunca más al desierto helado, pero no cumplió su promesa. En el 2011, a raíz del 25º aniversario de su creación, regresó a su base, la Juan Carlos I, en la isla Livingston. El instigador y responsable de todo fue el cineasta Albert Solé, que realizó una gran película documental sobre este viaje, Los recuerdos de hielo .
La grabación sirvió no sólo para que esta oceanógrafa e investigadora de renombre internacional se reencontrara con la Antártida, donde fue tan feliz. Ante todo se trató de una excusa para rendir homenaje a quien siempre ha considerado su gran maestro, Antoni Ballester (1920-2017), que durante el rodaje ya estaba muy delicado de salud.
Josefina Castellví se jubiló en el año 2000, pero sólo parcialmente. Desde entonces ha seguido en activo, dando charlas y pronunciando conferencias. Ha conseguido infinidad de premios nacionales e internacionales. A pesar de su sencillez y humildad, o quizá precisamente gracias a estas virtudes, sus relatos cautivan e hipnotizan al auditorio.
Siempre explica que “la naturaleza es un libro escrito en un idioma desconocido. Por eso los científicos vamos a la escuela de la Antártida: a aprender a leer”. Este continente, añade, “es el más ventoso, más alto, más luminoso, más brillante, más seco y más remoto de esta mal llamada Tierra, que debería llamarse Océano, como pidió el escritor Arthur C. Clarke”.
La Antártida también es un continente grande, de más de 14 millones de kilómetros cuadrados de hielo. El tiempo puede cambiar a una velocidad pasmosa. Un día puede comenzar con una mañana maravillosa y acabar con una galerna infernal. El viento, que dispara exponencialmente la sensación de frío, resulta clave.
La primera directora de la base Juan Carlos I recuerda que, con un buen equipo y un poco de sol, ha trabajado a gusto a 40 grados bajo cero, pero un día que soplaba un vendaval casi se congela por permanecer un ratito sin guantes a dos grados bajo cero. Cuanto más aprendía de la fauna del polo Sur, más se convencía la doctora Castellví de que los seres humanos son los animales más increíbles de la creación.
He visto cosas maravillosas: témpanos que superan al mejor artesano de Murano y líquenes que sólo se dan en la cordillera del Atlas y en la Antártida...”
Este es un paraíso para los biólogos: desde el minúsculo krill, o camarón antártico, a las gigantescas ballenas. Y las focas, pingüinos, lobos marinos, albatros, petreles, cormoranes… O el gaviotín, un titán capaz de volar del polo Norte al polo Sur, aunque su nombre parezca un diminutivo. Pero ninguna criatura nos hace sombra. La doctora Castellví conoció, por ejemplo, a un geólogo polaco que se pasó una invernada solo en una base de su país.
Cada semana escribía una carta a su esposa y la lanzaba al mar en botellitas de vodka. ¡Tres llegaron a su destino! Las corrientes marinas las arrastraron hasta las áreas de pesca subantárticas, cerca de las estribaciones sureñas de los continentes más cercanos. Las botellitas quedarían atrapadas en las redes de los pesqueros y los marineros les pondrían sello al llegar a puerto.
Las diferencias entre el polo Norte y el polo Sur son abismales. Casi territorios antitéticos. El Ártico es un pedazo de océano helado circundado por América, Europa y Asia. La Antártida, por el contrario, es un continente helado circundado por tres océanos: el Pacífico, el Atlántico y el Índico, que forman el inmenso Océano Glacial Antártico.
La gran poeta del polo Norte es Mary W. Shelley, la creadora de Frankenstein , en la que el Ártico cobra un especial protagonismo. Una de las grandes poetas y amantes del polo Norte es Josefina Castellví, Pepita para los amigos, que dejó constancia de su pasión en su libro Yo he vivido en la Antártida . La obra está agotada y pide a gritos una reimpresión.
Entre el polo Norte de Mary Shelley y el polo Sur de la doctora Castellví hay un único vínculo. Ambas supieron hallarlo: la belleza. Algunas frases de sus respectivas obras podrían intercambiarse. “Un paisaje frío y desolado, nunca hollado, con una hermosura difícil de describir”, dijo la novelista. “Un territorio virgen, de una hermosura indescriptible”, dice la científica.
Allí se reencontró en el 2011 con sus pingüinos. Quizá algunos la reconocieron y, a su modo, le dieron las gracias. Una vez, Josefina Castellví acompañó a un japonés que buscaba ejemplares macho de la especie emperador para hacer estudios de su cerebro. Aquel científico tenía muy mala vista y cada vez que Pepita le veía apuntar con su fusil le decía: “No, ese no. Es una hembra”.
He llegado a contar 130 icebergs desde un rompehielos... Nunca dejo de pensar en la Antártida y, lo confieso, soy capaz de vivir de sus recuerdos toda mi vida”
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.