Desiertos que inspiran historias
Naturaleza
Desde lo más profundo del continente asiático a Sudamérica, pasando por África o el continente blanco, nos sumergimos en grandes desiertos para conocer su alma
Con frecuencia solemos relacionar el desierto con paisajes áridos, aburridos e inhóspitos y con altísimas temperaturas. La soledad que envuelve estos parajes infinitos suele evocar escenas de auténtica lucha por la supervivencia. Sin embargo, ni todos los desiertos son lugares desapacibles e inhabitables ni en todos ellos impera el calor.
Lo que sí tienen en común es su inmensidad: dunas de arena tostada, áridos paisajes salpicados de hierbajos, piedras o rocas, o superficies de hielo o sal que se extienden hasta el infinito, escondiendo sueños e historias. Desde lo más profundo del continente asiático a Sudamérica, pasando por África o el continente blanco, nos sumergimos en grandes desiertos para conocer su alma.
El Desierto de Gobi
Cuenta la historia que Marco Polo -el primer europeo que atravesó el desierto de Gobi en su viaje por la mítica Ruta de la Seda- se sintió fascinado ante la inmensidad y aridez de esta vasta extensión situada entre Mongolia y China. La dureza del camino y la dificultad por superarlo queda recogida en sus magníficas crónicas.
Siete siglos después, Gobi, el desierto más grande de Asia, continúa siendo un territorio enigmático, solo apto para intrépidos aventureros. De temperaturas extremas y paisajes diversos y sorprendentes, atravesarlo implica superar mil y un obstáculos de arena, rocas y dunas gigantescas en un escenario que, en ocasiones, parece sacado de otro planeta.
En él viven familias nómadas y habitantes de pequeños pueblos que subsisten gracias a los viajeros del centenario Transiberiano, el mítico ferrocarril de 9.600 kilómetros que une la Rusia europea con el extremo oriental del país y la capital china. Por el camino, los acantilados de Bayanzag, las dunas de Khongoryn o el lago Crescent descubren una belleza cautivadora.
Wadi Rum
“ Inmenso, solitario… como tocado por la mano de Dios”. Así describía Lawrence de Arabia el paisaje de Wadi Rum, el desierto más bello del mundo. Situado al sur de Jordania, ofrece un espectáculo fascinante de caprichosas rocas escarbadas y arenas ocres, naranjas, amarillas y rojizas, que sorprenden al viajero.
Conocido como el “Valle de la Luna”, uno podría hallar la soledad más absoluta ante la inmensidad de esta maravilla natural a lomos de un camello, o durmiendo bajo un manto de estrellas de la mano de sus pobladores. Y es que en Wadi Rum habitan alrededor de cinco mil beduinos, de vida seminómada, excelentes anfitriones que atesoran algunos de los secretos mejor guardados del desierto.
Además de convivir con ellos y soñar, aquí podemos descubrir vegetación silvestre y poco común, fauna autóctona como el buitre Leonardo, el cuervo de cola abanico o el águila de Bonelli, y otros mamíferos como el gato de las arenas, y dejarnos llevar hasta la cercana Petra.
Desierto del Sáhara
Del mar Rojo al océano Atlántico, las doradas dunas del Sáhara se extienden miles de kilómetros a lo largo del norte de África. Cercano y enigmático, refugio habitual de los europeos que buscan hallar un remanso de paz sin que por ello deban cruzar el mundo, el desierto ofrece innumerables propuestas para descubrir la forma de vida de la zona árida más vasta del mundo.
Aunque no resulta sencillo escoger un rincón entre la inmensidad del Sáhara, en Merzouga, una de las zonas más hermosas del desierto marroquí, es posible descubrir su autentica esencia. Adentrarse en él tras cruzar el Atlas, desde Marrakech, y recorrerlo permite disfrutar de paisajes increíbles como las dunas de Erg Chebbi. Sus espectaculares tonos rojizos y su altura -pueden llegar a alcanzar los 150 metros- aparecen salpicadas de pequeños oasis, añadiendo, si cabe, mayor sensación de inmensidad.
Las Gargantas del Dades o las del Todra, el kasbah -la alcazaba- de Ait Ben Haddou, que ha sido utilizada como decorado de numerosas películas, o valles como el de las Rosas y del Draa, con sus extensos palmerales suponen una auténtica evasión. Al anochecer, cuando el cielo se llena de estrellas y el silencio lo inunda todo, y al amanecer, cuando es posible contemplar la espectacularidad de la salida del sol desde lo alto de una duna, el desierto nos promete nuevas historias.
Desierto de Atacama
Conocido como el lugar más árido de la tierra (tras la Antártida), el desierto de Atacama -situado al norte de Chile- fascina por su diversidad: llanuras inhóspitas, altas montañas cuyas cimas alcanzan los cuatro mil metros sobre el nivel del mar, altiplanos, volcanes, géiseres... un abanico de maravillas naturales que ha cautivado a viajeros de todo el mundo.
Uno de ellos, el director chileno Patricio Guzmán, seducido por sus colores y su historia, rodó en 2009 Nostalgia de la luz , un documental que combina el drama de las familias que buscan en este escenario los restos de desaparecidos durante la dictadura de Pinochet, y un relato de una tierra que acoge a astrónomos que estudian el origen de la vida.
Y es que Atacama es un lugar mágico, de noches misteriosas y estrelladas, desde el que mirar al cielo se convierte en la mejor experiencia del mundo. No en vano este desierto es el mejor observatorio del firmamento del mundo, gracias a la ausencia de contaminación lumínica y de humedad.
Una circunstancia, esta última, que no es obstáculo para que durante la primavera austral la aridez de su superficie se convierta en un manto de color, con la aparición de centenares especies de flores de colores. Este fenómeno, que ha tenido lugar en diversas ocasiones en las últimas décadas, es especialmente perceptible en los parques nacionales de Pan de Azúcar o de Llanos de Challe.
Antártida
La palabra frío define como ninguna otra a la Antártida, un gigantesco territorio del polo Sur en el que, a nuestros ojos, siempre es invierno. Convertido en el desierto más árido de la Tierra -en puntos como los Valles Secos de McMurdo hace más de dos millones de años que no ha llovido-, su vegetación se limita a musgo y algas y la vida animal a pingüinos, ballenas y focas.
El agua, la nieve y el hielo cubren de un manto blanco inmaculado, donde las leyendas nos hablan de historias fantásticas y el silencio invita a la contemplación en condiciones extremas, en noches que se prolongan durante meses, y días en los que la luz se resiste a huir.
La Antártida no es hoy por hoy un desierto de hielo solo alcanzable para científicos. Descubrirlo se ha convertido en el objetivo de intrépidos aventureros modernos, algunos de los cuales inician su aventura en el puerto argentino de Ushuaia o en el chileno de Punta Arenas.
Tras superar el pasaje de Drake, el tramo marítimo de 808 kilómetros que separa Sudamérica de la Antártida y cuyas aguas son consideradas las más tormentosas del planeta, empieza la hazaña de conocer el continente blanco, un territorio mágico en el que el ser humano no es más que una insignificante mota de polvo en la inmensidad.