Tailandia inyectará anticonceptivos a las elefantas salvajes para disminuir su población

Conflicto con humanos

Son los paquidermos en libertad, no los domesticados, los que han disparado el número de ataques mortales

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Un elefante junto al centro turístico 'Koh Yao Elephant Care', donde el ataque de un paquidermo mató el viernes pasado a la joven española Blanca Ojanguren, 22, estudiante de intercambio en Taiwán

Brian Bujalance / EFE

La muerte de la joven española Blanca Ojanguren, golpeada el pasado viernes por la elefanta a la que estaba bañando en la isla de Yao Yai, llueve sobre mojado en Tailandia. Tres semanas antes, otra turista -en este caso tailandesa- fallecía a consecuencia del ataque de otro elefante mientras practicaba senderismo en el  parque natural de Phu Kradueng, camino de una cascada. Las circunstancias de este último fallecimiento se acercan más a la media, en un país en el que los paquidermos han terminado con la vida de cuarenta personas en los últimos doce meses.

Tailandia lleva más de un año dándole vueltas a cómo resolver el conflicto cada vez más agudo entre elefantes y seres humanos. En contra de lo que podría pensarse, los turistas son una rareza entre los cientos de víctimas de los últimos años. Aunque el número de elefantes domesticados -utilizados en atracciones turísticas- es similar al de elefantes en libertad, prácticamente todos los ataques han sido causados por estos últimos. Y sus víctimas son casi siempre campesinos. 

Las talas masivas de árboles, origen del problema

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Los elefantes tailandeses son domesticados a la fuerza antes de ser vendidos a lucrativos sitios turísticos

AFP

La culpa, evidentemente, no es de los animales, sino de los gobernantes y empresarios que en pocas décadas redujeron de forma dramática la superficie forestal de Tailandia. Sobre todo en los años sesenta y setenta, la tala de árboles -en paralelo a la extensión de la red viaria- fue devastadora. En su origen no estaba simplemente el afán de lucro, sino también la voluntad de privar de escondites a movimientos guerrilleros que desafiaban al gobierno de Bangkok. En varios casos, dictaduras militares más o menos encubiertas. 

En 1989 se prohibieron las talas, en parte por sus efectos terroríficos en forma de inundaciones. Por otra parte, por el final de la Guerra Fría y, finalmente, porque ya quedaban pocos árboles en pie. 

Los paquidermos acompañan a los siameses desde hace siglos y estos lo consideran parte fundamental de su identidad y cultura, hasta el punto de que el 13 de marzo fue declarado Día Nacional del Elefante. El mayor mamífero terrestre ha sido ampliamente utilizado en la industria maderera y en el transporte de mercancías en terrenos difíciles. En la paz y en la guerra. 

Cuando las talas se frenaron, miles de elefantes domesticados tuvieron que reciclarse en el sector turístico. Sobre todo las hembras, ya que los colmillos de los machos son demasiado peligrosos. No obstante, la época de celo vuelve todavía más imprevisibles a las primeras. El mahout o cornaca -el guía a menudo acusado de maltrato- es también víctima habitual de los ataques de ira o pánico de este magnífico animal. 

La reducción de su hábitat natural -por construcciones, plantaciones, cultivos- provoca choques cada vez más habituales entre el elefante -a veces en manadas de 130 o 150 individuos- y los lugareños. Estos últimos son los grandes perdedores y en algunos pueblos de Tailandia han empezado a organizar patrullas nocturnas para ahuyentarlos con cohetes, a fin de no perder más de una cuarte parte de cada cosecha de mandioca o maíz. Pero el peligro es grande y algunos terminan perdiendo la vida, puesto que en la Tailandia budista es ilegal disparar contra un elefante incluso en defensa propia. 

Los episodios de invasión de tierras por grupos de elefantes van en aumento porque su misma población se incrementa -a falta de depredadores- mientras que su hábitat se reduce. El número de elefantes salvajes, que estaba en 3.500 a mediados de la década pasada, estaría ahora en 4.500, según el ministerio de Recursos Naturales y Medio Ambiente. Algunos parques nacionales se ven desbordados porque su población ha aumentado un 20% en apenas cinco años. Una solución podría ser reforestar, pero entonces no sería Tailandia. 

El remedio experimental propuesto por el ministerio, cuya aplicación podría empezar este mismo mes, es la inyección de anticonceptivos en las hembras de la especie. Algo que, según dicen, inhibe la procreación durante siete años, sin efectos secundarios en la conducta o salud de la bestia.

2.800 personas en  cinco años

En India los elefantes matan nueve veces más que los tigres

El conflicto entre el hombre y el elefante es todavía más acuciante en la India, donde los paquidermos han segado más de 2.800 vidas en las últimos cinco años. En el gigante asiático, los elefantes matan nueve veces más que los tigres. Sobre todo en los estados nororientales de Odisha, Jharkhand, Bengala Occidental y Asam. 

En el sur del país el problema presenta un aspecto algo distinto, ya que a los ataques de elefantes salvajes se suma la presencia de elefantes “sagrados” en cientos de templos. Aunque su cometido acostumbra a ser repartir bendiciones con la trompa, a veces se encabritan, con resultados funestos. Uno de ellos, en noviembre pasado en Tamil Nadu, pisoteó hasta matarlo a su mahout y a un pariente de este. Para evitar la repetición de estos incidentes, en los santuarios religiosos han empezado a proliferar elefantes robóticos, de tamaño natural y aspecto realista, que bendicen al contado -por una moneda- con infalible movimiento de trompa, gruñido y parpadeo. 

Sin embargo, en Tailandia, donde “trabajan” más de dos tercios de todos los elefantes empleados para fines turísticos en el sudeste asiático, no se contempla nada parecido. Eso no quiere decir que no haya un debate sobre el uso lúdico de estos animales, como se supone que debe haberlo acerca de los camellos del Teide o de los burros de Mijas. De hecho, montar en elefante era antes la regla y ahora es la excepción. Otra cosa es qué falta le hace al rey de la selva tailandesa ser paseado, bañado y cepillado cada día, varias veces, por extraños enfundados en batas (la tarifa habitual es de 50 euros por persona, 80 euros con clase de cocina tailandesa incluida). 

La elefanta del zoo de Chiang Mai y su cría demuestran que, evidentemente, la especie no necesita a ningún humano para zambullirse en el agua y bañarse a placer. Pero este tipo de negocio, tan extendido en Tailandia, es demasiado lucrativo. Y la posibilidad de que en el futuro alguien esté dispuesto a pagar por darle un baño a un robot con forma de elefante es bastante remota. 

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