La mitigación del cambio climático es uno de los mayores retos a los que se enfrenta la humanidad. El Acuerdo de París contra el calentamiento sigue siendo, en este sentido, la referencia central de los gobiernos para concertar la acción internacional y actuar contra este fenómeno y sus efectos.
Los líderes mundiales acordaron hace cinco años en París contener el aumento de temperaturas por debajo de los 2 º C y proseguir los esfuerzos para que no se superaran la barrera de 1,5 º C; una pretensión muy complicada dada la velocidad de las subidas de termómetros ya registradas (1,1 º C).
Y todo es consecuenia del uso intensivo de los combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas) que han incrementado las concentraciones de gases de efecto invernadero hasta convertir la Tierra en una caldera.
El resultado es que si no se frenan esas emisiones, se agudizará la crisis climática de manera irreversible, lo que traerá consigo más olas de calor, deshielos, subidas del mar cada vez mejor documentadas y sucesos meteorológicos extremos. Así lo ha venido advirtiendo desde 1991 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU.
El debate se ha centrado en los últimos meses en lograr arrancar un compromiso de los países para asumir un balance de emisiones cero para mitad de siglo
La tarea pendiente es, pues, enorme, y el tiempo para reaccionar, limitado. El debate político y social se ha centrado en los últimos meses en lograr arrancar un compromiso de los países para asumir un balance de emisiones cero para mitad de siglo (la llamada neutralidad climática); en suma, que los gases invernadero que se produzcan puedan ser absorbidos o neutralizados en sumideros (en bosques, sistemas de captura y almacenamiento de CO2 u otras tecnologías hoy no disponibles).
Por eso es clave que los países presenten, actualicen o revisen sus planes de acción climática (contribuciones determinadas a nivel nacional, en el argot) presentados en Paris (con un horizonte para el 2035 o 2030) y marquen a continuación una senda clara para completar a descarbonización de la economía a mitad de siglo.
No obstante, garantizar un clima seguro exige contener la subida de temperaturas en 1,5 ºC; y eso, a su vez, comporta tener que reducir las emisiones mundiales un 45% para el 2030 (con relación a las del 2010). Deberíamos, pues, disminuir esos gases un 7,6% anual (entre el 2020 y el 2030).
Aspirar a este escenario requiere transformaciones sin precedentes; es casi crear un nuevo mundo. Exige una transición ecológica rápida en sectores como la energía, el transporte o la agricultura y nuevos enfoques sobre la gestión urbana o las infraestructuras, incluidos el transporte y la edificación. No hay precedentes históricos de los cambios que ahora se precisan.
Cambios en el modelo energético y algo más
Un sistema basado en las energías renovables aparece como la punta de lanza de esas transformaciones. Pero no bastará con centrar los esfuerzos solo en reducir los gases en las térmicas de producción eléctrica, los coches y la industria. Habrá que actuar sobre otros focos de emisiones hasta ahora orillados: transporte aéreo, comercio marítimo, freno a la deforestación...
Y, sobre todo, no podrá aplazarse más la transformación del modelo de producción de alimentos y gestión de las tierras por sus impactos ambientales. Ya no hay imagen pastoril que pueda esconder cómo la agricultura y la industria alimentaria (procesos de producción, transporte, desperdicios…) se han convertido en uno de los grandes causantes del calentamiento.
Una nueva escala de valores
Se requiere, en fin, asumir que el planeta tiene unos recursos finitos. Pero ¿supone todo esto tener que renunciar a nuestro modo de vida? Tomar conciencia de que hemos superado los límites biofísicos del planeta delimitará las nuevas responsabilidades individuales.
Con la nueva escala de valores (éticos, políticos...) no puede considerarse ya una renuncia inasumible que el ciudadano haga un uso más racional de los vuelos y del turismo internacional (aunque en paralelo se tendrá que exigir a las aerolíneas que arrimen el hombro aplicando políticas reales para disminuir el impacto de su actividad).
Conservar la salud del planeta también exigirá que el mundo rico adopte una dieta alimentaria con menor impacto de sus emisiones. No se trata de flagelar al ciudadano y culpabilizarlo por insostenible . Los cambios en los modos de vida, donde primen criterios de equidad y justicia climática, deben venir de normas legales que den respuestas en consonancia con la crisis climática.
Algunos motivos para la esperanza
Pero si queremos verlos, podemos encontrar algunos motivos para la esperanza. Un total de 126 países (que suponen un 51% de las emisiones globales) se han comprometido en descarbonizar su economía (en dejar de ser dependientes de los combustibles fósiles) a mitad de siglo. China anunció que se comprometía a alcanzar la neutralidad de carbono antes del 2060. Francia y el Reino Unido, la Comisión Europea, Japón o Corea del Sur han tomado decisiones también para lograr un equilibrio de emisiones cero para el 2050.
Y cuando EE.UU. concrete su vuelta al Acuerdo de París, el volumen de emisiones que estarían bajo control para el 2050 representarían el 63% del total. No obstante, para que todas estas previsiones o iniciativas sean creíbles se necesita que esos compromisos se conviertan en políticas y en planes de acción climática a más corto plazo. Es necesario que la mirada se sitúe en el 2030, y no a mitad de siglo. Por eso es clave actualizar las metas recogidas en el Acuerdo de París, objetivo de la cumbre de Glasgow (noviembre del 2021)
Y todo esto debe suceder sabiendo que el modelo energético, basado en la energía fósil, se dejara arrinconar fácilmente, y se necesita prescindir de ellas.
Las energías renovables viven un gran impulso; han abaratado los precios y lanzan signos claros de la descarbonización de la economía.
Sin embargo, los países planean para el 2030 producir cantidades de carbón, petróleo y gas incompatibles con la objetivo marcado para detener el aumento de temperaturas en 1,5 º; más del doble de la cantidad de combustibles fósiles que sería congruente con el límite.
Y a pesar de las promesas, la realidad es que los países del G-20 siguen concediendo grandes cantidades de subsidios a las energías sucias en detrimento de las fuentes limpias.
En todo este debate, seguirá siendo clave el papel de las nuevas generaciones como factor que active los cambios. Y ya hemos visto el empuje de la generación de Greta Thunberg, la joven activista sueca que ha dado forma al movimiento de la justicia climática (Extinction Rebellion, Fridays for Future...), un actor convencido de que solo la presión sobre los gobiernos permitirá que se imponga la voz de los científicos.