Cada vez que vas o vuelves del trabajo y coges el coche te pasa lo mismo: tienes que tragarte un atasco que te tendrá una hora sin poder salir del vehículo. Tienes buses, camiones, motos y otros coches alrededor, no te puedes mover de dónde estás y empieza a dolerte la rodilla de tanto pisar el embrague.
Todo ese cúmulo de circunstancias te genera un malestar y una irritabilidad que saca lo peor de ti. Sudas, empiezas a llamar ya insultar a los demás conductores y tu forma de circular se vuelve más agresiva que nunca, con el aumento del riesgo que ello conlleva.
¿Por qué nos cabreamos tanto en el coche?
No siempre es un atasco. También son esos semáforos eternos en calles desiertas, las decenas de motos que te pasan serpenteando por todas partes, conductores que se te cruzan sin poner el intermitente... Un estrés difícil de soportar, que te hace perder los nervios a la primera de cambio.
¿Por qué nos ocurre esto? ¿Por qué algo tan cotidiano como conducir nos causa angustia de esta forma? Sonia Díaz Rois, mentora y coach experta en gestión de la ira y autora de 'Y si me enfado, ¿qué?' (VR Europa), nos da la clave: el cerebro juega un papel fundamental en estos estallidos de enfado.
El cerebro reptiliano y la sensación de peligro
Díaz Rois señala que “cuando estamos atrapados en un atasco y sentimos que no podemos avanzar, nuestro cerebro primitivo, también conocido como cerebro reptiliano, entra en acción. Este sistema es el encargado de la supervivencia y, aunque hemos evolucionado, sigue funcionando con las mismas reglas básicas de hace miles de años: si no puedo huir, estoy en peligro ”.
Esto es justamente lo que sentimos cuando nos quedamos atrapados en medio del tráfico. La mente comienza a generar una cadena de pensamientos catastróficos:
- Llegaré tarde al trabajo
- Si se repite, podrían despedirme
- Si pierdo el trabajo, no podré pagar las facturas
- Sin ingresos, no puedo pagar mi casa ni mantenerme: ¿cómo sobreviviré?
Todo ello es igual a ”peligro de muerte”.
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Nos cabreamos muy fácilmente al volante.
Aunque suene exagerado, este proceso pasa de forma inconsciente y explica por qué nos alteramos tanto al volante: la mente interpreta el atasco como una amenaza real.
La mente interpreta el atasco como una amenaza real"
Además, el cerebro interpreta un atasco como trampa. Si ocurriera algo y tuviéramos que salir corriendo, no podríamos. Esa sensación de estar atrapados nos hace sentir en peligro, aunque en realidad no lo estemos.
¿Por qué reaccionamos con tanta agresividad?
Si a esa sensación de peligro le añadimos más ingredientes, tenemos la combinación perfecta para desatar la ira al volante.
Falta de empatía
Según el investigador Jerry L. Deffenbacher, de la Universidad Estatal de Colorado (EE.UU.), los conductores más agresivos tienen dificultades para ponerse en el lugar del otro. Cuando alguien comete un error, no lo interpretan como un despiste, sino como una falta de respeto o una agresión personal.
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El conductor desconfía del otro.
Sensación de anonimato
Sonia Díaz Rois añade que, dentro del coche, nos sentimos protegidos como si estuviéramos en una burbuja. Esto nos lleva a comportarnos de forma diferente, tal y como ocurre en las redes sociales o por teléfono. No es lo mismo enfrentarte cara a cara con alguien de un mostrador que llamarle a un desconocido desde la ventana del coche.
El contexto influye
Un estudio realizado en 2018 confirmó que los enfados al volante son más frecuentes en las ciudades, de camino al trabajo y cuando hay atascos. De los encuestados, el 74% admitió haber insultado alguna vez a otro conductor, el 64% lanzó miradas fulminantes, el 50% gritó y el 46% enseñó el dedo de en medio.
Los enfados al volante son más frecuentes en las ciudades, de camino al trabajo y cuando hay atascos"
Curiosamente, la agresividad disminuye cuando el coche es descapotable y puede verse la cara del conductor. Al final, cuando vemos a la otra persona, dejamos de verla como un obstáculo y la percibimos como alguien más humano, más vulnerable —y nosotros también.
¿Cómo gestionar mejor las emociones al volante?
La clave es desarrollar interés empático. En lugar de asumir que el otro conductor lo ha hecho a propósito, podemos hacer un esfuerzo por entender que quizás sólo ha cometido un error, al igual que nosotros los cometemos a diario.
A continuación, Díaz Rois ofrece diversas estrategias para reducir el enfado mientras conducimos.
Cómo evitar enfurecernos al volante
1. Sale de casa con tiempo suficiente. Uno de los mayores desencadenantes de la ira al volante es la prisa. Cuando vayamos con el tiempo justo, cualquier imprevisto —un atasco, un semáforo rojo o un conductor lento— se convierte en una amenaza para nuestro plan. En vez de calcular el trayecto en condiciones ideales, añade un margen extra. Así, si surge un percance, lo afrontarás con más calma y sin activar el “modo supervivencia” del cerebro.
2. Cambia la interpretación. En lugar de pensar 'este idiota me ha cortado el paso', intenta reformularlo: 'quizás no me ha visto' o 'puede que tenga prisa por una emergencia'. Recordar que todo el mundo comete errores y que no siempre hay una intención negativa tras las acciones de los demás te ayudará a mantener la calma.
3. No te lo tomes como algo personal. La mayor parte de las veces, los demás no conducen por hacerte la puñeta. Quizás van distraídos, tienen un mal día o simplemente no son conscientes de su error. Sustituir el enfado por comprensión evitará que caigas en un bucle de frustración innecesaria.
4. Convierte el coche en un espacio de desconexión. En lugar de ver la conducción como una batalla diaria, utilízala como un momento para relajarte. Escucha música que te guste, un interesante podcast o, si lo prefieres, disfruta del silencio y practica la atención plena mientras conduces. Cambiar la perspectiva sobre el trayecto puede hacer gran diferencia en tu estado de ánimo.
5. Llegar bien es más importante que llegar rápidamente. A veces, la prisa nos hace perder la perspectiva. Mejor llegar unos minutos tarde que estresado o poniendo en riesgo tu seguridad. Al final del día, lo importante no es sólo evitar accidentes, sino cuidar tu bienestar mental y físico cada vez que te sientes al volante.
Al final, enfadarnos en el coche no nos lleva a ninguna parte. La ira no hará que el tráfico desaparezca ni que los demás conduzcan mejor, pero sí puede arruinarnos el día y aumentar el riesgo de accidentes.
Este artículo fue publicado originalmente en RAC1.