Cuarenta y dos días recorriendo Catalunya y Aragón en furgoneta. Todo había salido perfecto: carreteras, paisajes, gente increíble… hasta que, en el último día, justo cuando Jordi O’Riordan estaba a punto de cerrar su aventura, se vio atrapado en una de las situaciones más absurdas de su vida.
Había decidido terminar el viaje visitando el cañón rojo de Teruel. Parecía un plan sin complicaciones hasta que empezó a llover. Al principio, nada preocupante, pero en cuestión de minutos la tierra se convirtió en un lodazal y la furgoneta comenzó a hundirse. Intentar avanzar era imposible, retroceder tampoco era una opción. Estaba con las ruedas atrapadas, sin señal en el móvil y viendo cómo la lluvia caía con más fuerza.
Literalmente
A Jordi se le apareció Jesús
La desesperación hizo que hiciera algo que no había hecho desde la infancia: rezar. “Si haces que deje de llover, creeré en ti”, dijo en voz alta. Miró al cielo y, en lugar de mejorar, empezó a diluviar el doble. Nada, entendido, ni Dios le iba a sacar de ahí.
Intentó mantenerse tranquilo y pensó en esperar a que escampara, pero entonces vio una granja de cabras no muy lejos. Salió bajo la lluvia, sin saber si encontraría ayuda o si la situación iba a empeorar. Por suerte, al otro lado de la puerta apareció un hombre con mono de trabajo y manos de haber trabajado en el barro.
Después de contarle su desastre, el granjero no dudó ni un segundo: sacó un tractor, ató unas cuerdas a la furgoneta y en cuestión de minutos ya estaba fuera del fango. No solo le rescató, sino que insistió en guiarle hasta la carretera principal para asegurarse de que no volviera a quedarse atrapado. Antes de despedirse, Jordi le dio las gracias de todas las formas posibles y, con curiosidad, le preguntó su nombre. “Jesús”, respondió.
Se quedó en silencio. Cuarenta y dos días de viaje sin un solo problema y, justo en el momento en que más lo necesitaba, aparecía un granjero llamado Jesús para sacarle del apuro. No sabe si fue casualidad o si el universo tiene un sentido del humor muy particular, pero lo único claro es que, en algún rincón de Teruel, hay un Jesús con tractor que hace milagros.