Tres años después de la muerte de Iosif Stalin, su sustituto Nikita Kruschev inició una ligerísima apertura ideológica acompañada de una profunda desestalinización del sistema. Sin dejar de ser fiel a la más pura ortodoxia marxista-leninista, el líder de la URSS entendía que su país debía dejar definitivamente atrás la economía de guerra y la producción a destajo que aún se arrastraba tras el conflicto mundial y dar pequeños avances que propiciaran la mejora del nivel de vida de los ciudadanos.
Uno de estos avances debía pasar necesariamente por disponer de un vehículo popular que dinamizara la castigada sociedad soviética y facilitara su movilidad. Debía ser, además, un vehículo económico y que no alterara demasiado las bases ideológicas de un sistema que entendía los vehículos particulares como un lujo capitalista.
Un error de cálculo del Kremlin
El fenómeno Vespa acababa de comenzar en Europa y en el Kremlin no eran ajenos a ello ni a que el scooter italiano era justamente lo que necesitaban... pero había un serio problema y es que la URSS no estaba dispuesta a reconocer de ninguna manera la propiedad intelectual de Piaggio.
Lo más paradójico es que por parte de la marca de Pontedera probablemente no hubiera habido ningún inconveniente en negociarlo ya que su gran expansión internacional se había basado, precisamente, en conceder licencias en España, Reino Unido, USA, India y hasta en Taiwán. Seguramente se habrían necesitado más burocracia y más controles por tratarse de un país comunista pero absolutamente nada impedía en aquel momento a Piaggio vender Vespas bajo licencia a la Unión Soviética.
Desde el Kremlin fueron rotundos: de ninguna manera pagarían “royalties” a un país capitalista
Pero en el Kremlin fueron rotundos: de ninguna manera se pagarían “royalties” a un país capitalista. Eso sería tanto como dar a entender al mundo que la industria soviética (la misma que fabricada los cazas MIG 15 y los poderosos carros T-34) no era capaz de fabricar un simple y modesto scooter.
Interviene el KGB
Kruschev puso a sus hombres a trabajar y les dio seis meses para presentar un prototipo viable; antes de terminar 1957, el proyecto del gran scooter soviético debía estar listo para su producción.
Y cuando desde el Politburó se daba una orden así de tajante... o se cumplía a rajatabla o algún pobre desgraciado acababa disfrutando del bonito paisaje de la tundra helada en Siberia.
Fue entonces cuando el KGB entró en acción y se las apañó para hacer llegar hasta Moscú media docena de Vespas GS 150 que fueron convenientemente desmenuzadas hasta el último tornillo.
El scooter se fabricó en “Vyatko Polyanksy Molot”, la misma planta de la que había salido el legendario subfusil PPSH
Justo seis meses después la URSS presentaba orgullosa a sus ciudadanos la Vyatka VP150, cuyo nombre hacía referencia al río que cruzaba su lugar de producción en Kirov; aunque tampoco hacía falta ser un lince para darse cuenta de la similitud fonética con “Vespa”.
El flamante scooter era fabricado por la “Vyatko Polyanksy Molot”, la misma planta de la cual había salido el legendario subfusil PPSH que portaba el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial.
¡Tovarich Vespa!
La Vyatka era sensiblemente más voluminosa, estaba peor acabada, sus neumáticos eran más grandes y pesaba 16 kilos más que la original, esencialmente porque los soviéticos emplearon planchas de acero convencionales mucho más gruesas que las de origen aeronáutico que usaba Piaggio. Su motor de 150 cc entregaba 4,5 CV frente a los 8 de la occidental y alcanzaba los 70 km/h en lugar de los 100 km/h que se declaraban para las italianas.
Su precio no era excesivo, pero tampoco económico en términos de los paupérrimos sueldos soviéticos; costaba 350 rublos. El salario medio de un trabajador cualificado podía estar alrededor de los 3.000 rublos anuales. Un automóvil GAZ 21 (suponiendo que el Estado hubiera autorizado su adquisición a un particular, algo prácticamente imposible) costaba 2.500 rublos.
En 1965, después de haberse fabricado 300.000 unidades, la “Vespa Soviética” cesó su producción
Por supuesto en cuanto los responsables de Piaggio vieron la Vyatka pusieron el grito en el cielo. Aquello vulneraba todas y cada una de las normas internacionales sobre patentes y demandaron a la “Vyatko Polyansky Molot” ante la Oficina Mundial del Comercio y los tribunales italianos aunque, obviamente, la propietaria de la marca era el Estado Soviético y poco se podía hacer en plena Guerra Fría frente a una URSS hermética que insistía en no jugar con las mismas reglas que los países occidentales.
Finalmente, en 1965, tras 300.000 unidades fabricadas, la “Vespa Soviética” cesó su producción y comenzó su vida como anhelada pieza de coleccionista.