A los pocos segundos de empezar a hablar se escucha un “tic, tic, tic” nervioso sobre el suelo. “¿Eso son las patas de Lope?”, pregunto. “Sí, acaba de entrar con su chubasquero, que aquí está lloviendo”, me responde. Estos días de septiembre están siendo de mucho estudiar sus próximos estrenos teatrales y de preparar las clases que imparte. Alejandro Tous se estuvo colando en nuestras casas durante dos años con la popularísima serie Yo soy Bea: él era Álvaro Aguilar, el director algo maquiavélico, primero, más humano y sensible después, de la revista donde entró a trabajar aquella chica tímida y “poco agraciada” que lo pondría todo patas arriba. (Nota: muy probablemente, hoy, a Bea, no se la consideraría fea; de ahí las comillas).
“Lope lleva chubasquero para la lluvia y pijama para dormir porque es un saquito de huesos, tiene frío enseguida”, me dice Alejandro del galgo, altísimo y negro, con quien comparte vida, junto a Isabel, su pareja. Tratándose del intérprete, que, más allá del cine y la televisión, ha transitado por las tablas con clásicos desde Shakespeare a Tennessee Williams pasando por Chéjov, no podía haberle tocado un perro con otro nombre. “No me gusta definirlo como ‘mi perro’. Si nos ponemos así, nosotros seríamos ‘sus humanos’”. El amor que siente Alejandro por Lope, se extiende a absolutamente todos los animales. Por eso, hace relativamente poco, eligió hacerse vegano.
Romina: Lope te pega muchísimo. (Risas).
Alejandro: Pues imagínate que en casa lo llamamos “El ilustrísimo” (risas).
Romina: Decías que no te gusta clasificarlo como “tu perro”.
Alejandro: Compartimos la vida y todo lo que hacemos está condicionado por él: el tiempo que vamos a pasar fuera, las giras, las vacaciones… Siempre pensamos en él antes de tomar cualquier decisión y siempre que podemos lo incluimos en nuestras actividades. Alquilamos una furgo camperizada y eso es una gran solución para viajar con él, buscando campo y playas donde puedan ir perros. Y si estamos de gira, también viene; es como uno más de la compañía.
Romina: ¿Hasta dónde lo habéis llegado a incluir?
Alejandro: Se viene a patinar, a surfear, de ruta e incluso una vez fuimos con él a un concurso de disfraces.
Romina: ¿Cómo conociste a Lope?
Alejandro: Lo adoptó Isabel, mi pareja, hace siete años. Se lo encontraron andando por la carretera cuando tenía solo un mes y medio y ya le habían cortado los espolones con una navaja. Por lo visto, lo querían para cazar o para correr. Con los espolones, se ve que se enganchan en los matojos cuando van corriendo por el campo… En fin. Y aquí es “El ilustrísimo” porque es el marqués de la casa, y además tiene ese porte. Pese a ser un galgo, no es temeroso, porque era muy pequeño cuando lo recogieron. Es muy sociable y se va con todo el mundo. Y es muy calmado, le pueden estar ladrando a la cara, que no levanta ni una oreja.
Romina: ¿En casa también es tranquilo?
Alejandro: La gente se cree que, como corre tanto en el parque, es muy movido, pero en casa duerme hasta el infinito.
Romina: ¿Lo dejáis dormir con vosotros?
Alejandro: No sube a la cama ni al sofá porque es grande y además te clava los huesos y te empuja hacia un rincón. Duerme en su camita, en el salón. Con un pijama de koalas, nos lo pide siempre para dormir.
Romina: ¿Con pijama? (risas).
Alejandro: Claro, es piel y huesos (risas). A la mínima está temblando de frío, el pobre.
Todo lo que hacemos está condicionado por Lope: el tiempo que vamos a pasar fuera, las giras, las vacaciones…
Romina: ¿Al sofá tampoco sube? A los perros les pierde, un sofá.
Alejandro: Durante la pandemia subía, estábamos pegados a él todo el rato. Pero después empezó a padecer ansiedad por separación y tuvimos que recurrir a un entrenamiento para que no sufriera cada vez que salíamos sin él. La terapia consistía en hacer salidas ficticias: te pones la chaqueta, coges las llaves y te quedas dentro de casa y a los cinco minutos te vuelves a poner en pijama. Luego empiezas con las salidas cortas, de 5, 10 minutos, y vas subiendo el tiempo. Imagínate cuando llegué a las salidas de tres horas y tenía que irme de casa sí o sí. Me acuerdo de tener que estar trabajando o estudiando en el parque de aquí al lado, o en un bar con el ordenador hasta que pasaban las tres horas. Ahora Lope ya no sube al sofá; es muy obediente. Por la calle va suelto, le silbas y aunque esté lejos viene corriendo.
Romina: ¿Siempre, siempre es tan bueno?
Alejandro: A ver, su punto débil es la comida. Hay que tener un cuidado extremo porque dejas algo en la cocina y vuela. Y como es tan alto no tiene ni que levantarse para llegar a la mesa y a la que te descuidas apoya la cabeza directamente (risas). Cuando cocinamos, atamos con una cinta la puerta de la cocina, que es corredera, para que no entre. Una vez tenía unas hamburguesas y unos quesitos veganos y no sé cuántos ingredientes más preparados para la cena. Volvía reventado de currar y sólo pensaba en la cena rica que me iba a comer. Salí de la cocina un momento y cuando volví, ya no había cena.
Romina: Por lo que se ve, Lope también es vegano (risas).
Alejandro: (Risas). Le gustan mucho las zanahorias, las manzanas… pero come de todo y con ansia viva (risas).
Romina: ¿Cuánto hace que eres vegano?
Alejandro: Hace dos años ya. A mí siempre me han gustado los animales. De hecho, si no hubiese sido actor, iba para veterinario. Pero nunca me había parado de verdad a pensar que para que yo desayune huevos (lo estuve haciendo durante 15 años), una gallina tiene que estar encerrada en una jaula de por vida o que si nacen pollitos macho que no sirven para dar huevos, pues van a pasar por una trituradora. Con la leche tampoco te planteas qué hay detrás. A las vacas las embarazan, tienen criaturas, se las arrebatan y entonces aprovechan esa leche, lo cual no tiene ningún sentido, porque somos el único mamífero del planeta que sigue tomando leche de mayores, y encima de otra especie. O sea, que lo de “Tengo una vaca lechera…” es un mito: las vacas lecheras no existen.
Romina: Tantos años cantando esa canción…
Alejandro: Yo dejé de tomar leche de vaca hace 25 años por una cuestión de salud, y luego ya empecé a pensar en el resto de la alimentación. Hay un documental en Netflix, The Game Changers, que habla sobre deportistas de alto rendimiento que cambiaron su dieta eliminando cualquier proteína de origen animal. Como yo hago mucho deporte, decidí probarlo y empecé a sentirme realmente bien. Al principio te puede costar encontrar según qué alimentos, pero a la que le pillas el tranquillo, disfrutas igual o más que antes. Y ahora miro a Lope y pienso en cómo puedo quererlo tanto y considerarlo de mi familia y luego darme igual que le peguen un corte a un cerdo en el cuello y lo dejen desangrándose. No tiene ningún sentido.
Después de la pandemia, Lope empezó a padecer ansiedad por separación. Tuvimos que entrenarlo para que no sufriera cada vez que salíamos sin él
Romina: ¿Es fácil ser vegano con el ritmo de vida que lleváis los actores, que hoy estáis aquí y mañana allí?
Alejandro: Cada vez cuesta menos encontrar opciones veganas por el mundo y en los rodajes muchas veces ya lo tienen en cuenta, pero otras es un poco triste porque se piensan que veganismo es darte un bocadillo con dos rodajas de tomate. Hay gente que te dice: “¿entonces no puedes comer esto?”. No: no es que no pueda, es que no quiero alimentarme haciendo sufrir a cualquier otro ser vivo.
Romina: ¿No echas de menos el queso?
Alejandro: Si se echa de menos es porque el queso genera adicción (según un estudio de la Universidad de Michigan, este alimento contiene caseína, con efectos similares a los de los opiáceos durante su digestión, si bien no se sabe en qué medida). Hay quesos veganos muy ricos hechos hasta de anacardos y cada vez existen más opciones, se están mejorando mucho los productos. Este verano pasé casi un mes con mi madre y decidí comprar todos los alimentos veganos, pese a su incredulidad inicial. Ahora dice que se encuentra mejor y ha perdido peso. A la gente que tengo cerca, siempre que puedo, les cocino algo rico y se asombran.
Romina: ¿Qué hay de las críticas por ser vegano?
Alejandro: Hay quien se toma tu veganismo como un ataque contra ellos. No pretendo transformar a nadie, pero yo aquí siempre uso una frase del monólogo de Hamlet cuando habla con los cómicos sobre cómo tienen que actuar. Dice que aunque sólo haya una persona en todo el público que aprecie la actuación, ésta habrá valido la pena. Ahora hemos creado una escuela de formación actoral en el Pavón y el primer día siempre pregunto a los alumnos por qué se quieren dedicar a esto. Si te dedicas a algo porque te gusta, está muy bien, pero si además puedes cambiar el mundo con lo que haces, es mucho mejor. De un tiempo a esta parte veo claro que si tengo que dedicar mi tiempo y mi energía a algo, que sea algo que de verdad me importe. Llámame romántico. Y mira, en media hora tengo una reunión de otro proyecto teatral que está relacionado justamente con cómo tratamos el planeta y cómo nos tratamos los unos a los otros.
Hay gente que te dice: ‘¿No puedes comer esto?’. No: no es que no pueda, es que no quiero alimentarme haciendo sufrir a cualquier otro ser vivo
Romina: ¿Qué más proyectos profesionales tienes?
Alejandro: En octubre empezamos con las clases en el teatro Pavón, y en Action, Acting Training Studio, que fundamos recientemente, vamos a dar formación y entrenamiento para que actores y actrices profesionales puedan desarrollarse artísticamente y mantenerse preparados. Y luego, también soy profesor en la Escuela Universitaria de Artes TAI. (Por su trabajo en ésta, Alejandro ha recibido recientemente el Premio a la excelencia académica TAI 2024). En cuanto a nuevos estrenos teatrales, ahora volvemos a Azarte por petición popular, con una obra que se llama Dentro y fuera, que ya estrenamos el año pasado y fue un éxito. Y a finales de octubre estrenamos en el Surge, el festival de creación de artes escénicas del circuito alternativo, con Verdad o consecuencias.
Romina: Oigo de nuevo las patitas de Lope. ¿Habías compartido vida con otros perros antes de él?
Alejandro: Sí, con un pastor de Brie a los 15 años. Cuando se fue, me prometí que nunca más habría perros en mi vida porque con su pérdida lo pasé muy mal. Pero Lope ya estaba con Isabel cuando nos conocimos, así que estoy feliz con él. Un perro te cambia hasta el carácter. A veces, a las 7 de la mañana, en vez de estar con cara de mala leche diciendo “¿Dónde está mi café?”, me descubro sonriendo al verlo correr por el parque.
Si ves que no vas a tener tiempo de sacar al perro, no lo tengas; un perro no es una PlayStation que está en casa y la enchufas cuando te apetece
Romina: Cuando os conocisteis, ¿enseguida os adaptasteis el uno al otro?
Alejandro: Fue muy bien enseguida porque yo ya sabía lo que era convivir con un perro. Yo, a los perros, cuando los conozco por primera vez, los trato como perros, intento no humanizarlos. Respeto su espacio, intento no atosigarlos, como que nos medimos, y ya cuando quieren cariño y van cogiendo confianza, pues se lo doy todo y estaría el día entero abrazándolos.
Romina: ¿Qué le aconsejarías a alguien que se plantea tener perro?
Alejandro: Que se lo piense muy, muy, muy bien, que es una responsabilidad muy importante, que te va a dar mucho amor y le vas a dar mucho amor, pero va a condicionar toda tu vida,
económicamente, también. Si ves que no vas a tener tiempo de sacar al perro, no lo tengas; un perro no es una PlayStation que está en casa y la enchufas cuando te apetece. Y por supuesto, que lo adopte y no lo compre.