Las gaviotas siguiendo la estela de una barca en busca del mejor festín. Una sábana colgada sobre un Cantábrico de aguas tan afiladas como legendarias, tejas rojas brotando del verde ensoñador de la costa y tantos colores en esas fachadas que parecen competir entre ellas por ser la primera en llegar al mar. Sí, pensar en “colores” y “norte de España” supone vislumbrar la postal de Cudillero (Cuideiru, en asturiano), icónico pueblecito de pescadores en la costa de Asturias donde viejas historias y tradiciones aún susurran entre las callejuelas.
Concebida como una villa en forma de anfiteatro en el siglo XIII, Cudillero fue pintada por sus pescadores, quienes utilizaban el mismo color de sus respectivas barcas para pintar las fachadas. A pesar de la flota vikinga rumbo a Galicia que fue avistada en el año 844, lo cierto es que el origen normando de Cudillero continúa siendo un misterio que convive junto a otros muchos custodiados por los pixuetos, o los habitantes de esta localidad que conversa con el mar desde tiempos inmemoriales.
El anfiteatro del Cantábrico
Existen lugares en el mundo donde, más que seguir una lista de lugares a visitar, lo mejor consiste en dejarse llevar por ese viajero interior dispuesto a sucumbir a todas las serendipias de la velada. Cudillero es uno de ellos. Un oasis asturiano cuyos colores brotan en la costa para arrastrarte entre calles que huelen a pescado, terrazas estivales de suelo mojado, un largo paseo en torno al puerto y el costumbrismo que suspira en forma de colores, ovillos de redes y ropa tendida.
Tras un largo rato buscando aparcamiento, especialmente en los meses de verano, la primera toma de contacto con Cudillero suele darse a través de un tranquilo paseo por el puerto admirando todos esos pequeños detalles que insuflan alma y salitre a la experiencia: los barcos típicos de pescadores varados en la orilla; los restaurantes entre cuyas propuestas puede leerse “parrochas” o “pastel de cabracho”; el cielo encapotado que deja entrever un tímido rayo de sol; el bonito edificio de la lonja del pescado, y el canto de las gaviotas que resonarán en futuros recuerdos.
Las Caracolas de Teixeiras es una vivienda forrada de conchas, un lugar singular de la localidad
Alcanzamos el anfiteatro y la plaza de la Marina, donde sentimos que una parte de la costa se sumerge en el Cantábrico para ocultar sus secretos de sirenas y viejos bucaneros. No lejos de aquí se despliega la iglesia de San Pedro, construcción que data del siglo XVI y destaca por su ornamentación y estilo gótico. A lo lejos, alguien husmea en las rocas buscando percebes, un camarero echa sidra desde las alturas y las escaleras invitan a alcanzar el mirador el Baluarte, situado justo detrás de la iglesia e ideal a la hora de obtener las mejores panorámicas de las casitas de colores.
Una vez prosigas el paseo, encontrarás rincones singulares como las Caracolas de Teixeiras, una vivienda forrada de conchas, casas de cuyos portales lucen colgados los curadillos, un pescado que solo se prepara aquí; las últimas charlas en torno a la fiesta de L’Almuravela -se celebra a finales del mes de junio-, y lugares que invitan a dejar atrás Cudillero para sumergirse en nuevos tesoros costeros.
Uno de ellos es la capilla Humilladero, el edificio más antiguo de la localidad y lugar de fe para los antiguos pescadores. Además, no lejos encontramos el faro de Cudillero, una linterna encaramada en un bello promontorio, casi suspendido sobre el mar.
Los miradores también conforman una parte esencial de la identidad del pueblo, como confirma la secuencia formada por el mirador del Pico, la calle Cimadevilla o La Atalaya, perfectos rincones desde los que obtener diferentes perspectivas.
Solo entonces, nos parece ver una antigua flota vikinga a lo lejos. El horizonte entona una canción, los colores parecen desbordarse y el sonido del Cantábrico alcanza nuestras entrañas. Es la promesa de esta villa atrapada en las faldas de la montaña y que parece conversar con un mar donde siglos atrás germinaron sus raíces.
Dónde comer
Bar Casa Julio
Cuando se trata de gastronomía, muchos caminos de Cudillero terminan en Bar Casa Julio, todo un emblema de la villa pixueta. La calidad y hospitalidad de este icono local no se entiende sin sus mejillones bravos, las zamburiñas, anchoas aliñadas y una sidra como hilo conductor, claro. Tan solo algunos bocados de una carta rica en mariscos, pescados y tapas a disfrutar por precios de lo más económicos en un entorno privilegiado. Además de su terraza con vistas a la pintoresca plaza de la Marina, el restaurante también dispone de tronas, una buena opción si viajas con peques.