Todos los recordatorios monumentales que la ciudad japonesa de Hiroshima ha dejado en pie para que nadie olvide el horror de las armas atómicas son conmovedores. El esqueleto de hierro de la cúpula del edificio que estuvo en el epicentro de la explosión el 6 de agosto de 1945; el parque de la Paz, donde una llama arde eternamente recordando a las víctimas; los millares de grullas de papel creadas con técnica de origami por los escolares de la población; el reloj parado a las 8:14, momento exacto en que una bola de fuego arrasó la ciudad…
Incluso cuando se visita el castillo de Hiroshima, hay que recordar que esa reliquia levantada en madera en el año 1589 sucumbió al terror nuclear, y que la fortaleza relajante por la que hoy se puede pasear es una réplica en hormigón construida en 1958 (¿un anagrama numérico?).
En Hiroshima murieron 166.000 personas por la explosión nuclear
Directamente dañadas por la explosión nuclear murieron 166.000 personas en Hiroshima. Parecía que la letal arma era capaz de eliminar toda vida en un radio de varios kilómetros entorno al punto del estallido. Sin embargo, hubo unos seres que resistieron y siguen vivos. Y que tan solo unas pocas semanas después del ataque ya estaban rebrotando. Los japoneses los adoran y les llaman hibakujumoku (literalmente, “árbol bombardeado”).
Hay casi una cuarentena de especies entre los árboles que vivieron tras la explosión de la bomba nuclear. Varios de ellos son gingkos biloba, una especie considerada fósil viviente, pues se tiene constancia de que ya existía hace 200 millones de años. Tiene un tronco estriado muy oscuro, casi negro, y sus hojas en forma de abanico son deliciosas. Son conocidas, además, sus propiedades medicinales.
Hay varios hibakujumoku en los jardines que se hallan en el castillo de Hiroshima. Pero también otros ejemplares en los templos de Hosen-ji y Myojoin-ji y en los jardines Shukkeien.
Algunos de los árboles se encontraban a una distancia sorprendentemente corta del punto de impacto. La peonía del templo Honkyo-ji estaba a tan solo 800 metros; un acebo, a 900 metros; en Hosenbo, un alcanforero a 1.100 metros.
Algunos árboles se encontraban a poca distancia del punto de impacto
Entre las especies resistentes se encuentran algunas que ya tienen carácter sagrado en las culturas asiáticas, como el ficus gigante. Pero también otros de gran significación como símbolo del rebrote vital en Japón: cerezos, caquis, sauces llorones o albaricoqueros; y algunos que representan el paisaje brumoso y gélido que hechiza en Oriente, como el laurel o el pino negro.
Extrañamente, no hay propuesta por las autoridades locales una ruta para localizar y visitar los hibakujumoku, y la única manera de saber de ellos es a través de un discreto rótulo que cuelga de sus troncos, como si fuera un escapulario. Un logotipo de la silueta de un árbol que enmarca la cúpula de la Paz los hace reconocibles. Allí se informa de la especie y de la distancia a que se hallaba del epicentro del ataque.
Los japoneses son extraordinariamente sensibles con el uso del idioma. Y de la misma manera que a las personas que siguieron vivas tras la explosión no se atreven a llamarlas “supervivientes” –les parece peyorativo con respecto a las que murieron– sino hibakusha (expuestos a la bomba), se resisten a denominar a los árboles también así, por eso han formado una palabra nueva.
No hay un mapa publicado del emplazamiento de los hibakujumoku. Sin embargo, los ciudadanos de Hiroshima los adoran y están dispuestos a mostrar al extranjero dónde encontrar algunos de ellos, símbolo de resiliencia y de que la vida triunfa sobre la muerte.