En el casco histórico de Mostar, declarado patrimonio de la humanidad, los turistas pasean entre monumentos y rincones de postal rumbo a su emblemático puente Viejo. Pero antes de llegar ahí, las miradas más atentas descubren unas curiosas piedras con esta leyenda grabada en su superficie: "Don’t forget 93". ¿Qué ocurrió en 1993? ¿Por qué no olvidarlo?
O quizás habría que preguntarse, ¿cómo se ha podido olvidar? Ese año sucedieron episodios clave de la guerra de los Balcanes, la última sufrida en Europa durante el pasado siglo. Una contienda que tuvo en Bosnia-Herzegovina escenarios terribles. Y precisamente la ciudad de Mostar vivió sucesos tan sangrientos como simbólicos.
Mostar resumía el carácter multiétnico y de diversidad de credos de la antigua Yugoslavia. En esta ciudad de la región de Herzegovina vivían ortodoxos serbios, croatas católicos y bosnios musulmanes. De manera que estaba condenada a la catástrofe desde el mismo momento en que estalló el conflicto armado.
Primero trataron de dominarla los que soñaban con una Serbia imperial. Pero la alianza de bosnios y croatas lo impidió. La unión hizo la fuerza, aunque después la situación dio un giro y los croatas quisieron adueñarse de la urbe. Esas etnias vecinas desde hace siglos se tornaron enemigos encarnizados. Solo en la ciudad, se estiman más de dos mil víctimas, si bien nunca se dio una cifra exacta. En cambio sí que hay una imagen muy concreta que plasma la barbarie: la destrucción del puente Viejo o Stari Most de Mostar.
Un puente que unía desde el siglo XVI las orillas del río Neretva. Construcción soberbia que jamás necesitó reparación alguna y ni siquiera vibró cuando la cruzaron los tanques nazis en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo saltó por los aires tras un largo bombardeo croata. Totalmente intencionado, aunque absurdo desde un punto de vista militar. Se trataba de dinamitar la reconciliación entre dos pueblos.
Las crónicas cuentan que al derrumbarse, el Neretva se tiñó de rojo. Es cierto que se debió a un mineral rojizo empleado en el mortero de la construcción. Pero la metáfora era evidente: el río lloraba sangre. El simbolismo de su destrucción fue tan fuerte, que incluso antes de concluir el conflicto, la Unesco proyectó su reconstrucción.
El puente es una maravilla de la ingeniería de 1566 diseñada por el turco Mimar Hajrudin
Obviamente no fue fácil. De hecho el nuevo Stari Most se inauguró en el 2004, casi una década después de acabar la guerra. Pero el tiempo valió la pena ya que desde el primer momento se planteó una reconstrucción idéntica al original. Al fin y al cabo, además del simbolismo, se trataba de una joya del patrimonio de Bosnia-Herzegovina. Y por lo tanto destinada a ser icono turístico para la recuperación del país, como así ha ocurrido.
En la actualidad es su monumento más visitado. Es una maravilla de la ingeniería de 1566 diseñada por el turco Mimar Hajrudin. Este constructor aprendió con el gran Sinan, creador de algunas de las mezquitas más célebres de Estambul. Y quizás por recomendación de su maestro, recibió la orden del mismísimo sultán Solimán el Magnífico de viajar hasta este remoto lugar del imperio otomano para construir el puente.
Una obra clave en el desarrollo comercial y el asentamiento turco en estas tierras de Europa. Tan importante era que se cuenta que el sultán amenazó con decapitarle si fallaba en su intento. De manera que las malas lenguas dicen que Hajrudin jamás vio su obra terminada, ya que antes de quitar los últimos andamios huyó, por temor a que sus cálculos fueran erróneos.
Pero nada más lejos de la realidad. La obra resultó y resulta espectacular. Un único arco de casi 30 metros de anchura que se eleva otro tanto sobre las aguas del río. Con las técnicas del siglo XVI, ¡una verdadera proeza! Solo gracias a su destrucción en 1993 se han descubierto los trucos del arquitecto, como dejar una cámara interna hueca que aliviara su peso o diseñar un novedoso ensamblaje metálico entre piedra y piedra.
Esos ensamblajes e incluso piedras originales sacadas del cauce por buzos se reaprovecharon en una reconstrucción practicada con extraordinario rigor histórico. Estas y otras muchas curiosidades se descubren en el Stari Most Museum ubicado en la torre Tara que flanquea el acceso al puente en la margen izquierda. Mientras que en la otra orilla está la torre Helebija, cuyo interior acoge la War Photo Exhibition, que muestra las imágenes capturadas en los combates de 1993 por el fotorreportero neozelandés Wade Goddard.
El recuerdo bélico está presente en toda la ciudad. Un ejemplo es la calle Kujundžiluk, la vía más transitada para alcanzar el puente. Aquí se respira la esencia musulmana de Mostar, ya que el ambiente es similar al de cualquier zoco árabe. Pero con la nota autóctona de vender cascos, uniformes, insignias, galones y otros útiles militares reconvertidos en souvenirs.
Menos morboso es el paseo por las mezquitas históricas. Una de ellas casi contemporánea del puente Viejo. Es la mezquita Karadjoz-Bey que posiblemente diseñó Sinan y que por supuesto también está prácticamente reconstruida tras la guerra. Al igual que ocurre con la Koski Mehmed Pasha, en este caso levantada en el siglo XVII.
Estos monumentos y otros conforman el bellísimo Stari Grad o casco antiguo. Su reconstrucción es lo que ven casi todos los turistas. Muchos son apresurados cruceristas desembarcados en la cercana Dubrovnik y que cuentan con unas horas para la excursión. Siempre es lastimoso viajar con prisas. Aquí impiden alejarse solo un paso de la zona antigua y ver cicatrices de la guerra que refuerzan el lema "Don’t forget 93".
La mezquita Karadjoz-Bey que posiblemente diseñó Sinan, también está prácticamente reconstruida tras la guerra
Se descubren huellas de balazos en muchas fachadas o se llega a la plaza de España, homenaje a las tropas españolas que participaron en el conflicto. En esa plaza se conserva la Gimnazija, un edificio decimonónico que sirvió de escuela para niños y niñas de cualquier etnia. Algo que cambió tras la guerra. Y a la vuelta de la esquina se ve la Sniper Tower desde la que dispararon indiscriminadamente francotiradores de todos los bandos. Un edificio ahora esquelético, en ruinas, un monumento que ahora solo dispara un mensaje: que no se olvide.