Es lo que tiene guardar devoción por una película o una serie, que de repente te soprendes a ti mismo bienhumorado conduciendo el coche de alquiler y cruzando la frontera de Canadá con Estados Unidos para llegar a un lugar que solo existió en la imaginación de Joshua Brand y John Falsey, los creadores de la serie Doctor en Alaska. Así me vi yo una mañana de luz mortecina, fría y gris, pese a ser primavera, hará poco más de diez años, empecinado en recorrer más de 300 kilómetros en busca de Cicely, Alaska, el pueblo donde transcurre la que fue una de las primeras series de culto y que dejó de emitirse ya en el lejano 1995, cuando se comprobó que la trama, el humor y los guiones con guiños surrealistas dejaron de funcionar sin la química entre los principales actores, Rob Morrow y Janine Turner. Morrow pidió mucho más dinero para ejercer la medicina en un remoto y diminuto pueblo de Alaska, no se lo dieron y la serie duró poco más tras seis temporadas, 110 capítulos, tres Emmy y dos Globos de Oro.
De la travesía en coche poco puedo explicar excepto que nunca fue tan fácil pasar los controles aduaneros para entrar a Estados Unidos. Solo hizo falta decirle que me dirigía a Roslyn y que era un fan de Northern Exposure y, tras una respuesta paternalista –"hijo, hace muchos años de esa serie", dijo- selló el pasaporte y me abrió la barrera. El clima no acompañó en esa jornada. Supuestamente tenía a cada lado dos colosos de hielo y nieve de la cordillera de las Cascadas, los montes Rainier y Baker, pero un espeso telón nuboso y una pertinaz llovizna impedían ver prácticamente nada del paisaje. Las Cascadas son famosas por su ingente actividad volcánica, la más reciente y trágica de ellas la del monte Santa Helena, que también ha servido de inspiración a Hollywood. Y a pesar de ello han generado una potente industria de ski y actividades de nieve. Fue cerca del paso Snoqualmie, a mitad de camino entre la ciudad de Seattle y Roslyn, donde hubo una fatal avalancha, la de Tunnel Creek, que contó el diario New York Times en uno de los primeros grandes reportajes multimedia que ganó un premio Pullitzer y contribuyó enormemente a cambiar la forma de hacer periodismo en la web.
Algún lector ducho en geografía ya habrá advertido que estaba yendo a buscar los escenarios de Northern Exposure fuera de Alaska. En lugar de dirigirme hacia el norte estaba apretando el acelerador hacia las entrañas del estado de Washington, en dirección a Idaho y Montana. Pues sí, Doctor en Alaska se rodó durante seis años en un pequeño pueblo del que podríamos llamar Estados Unidos de abajo y no en el de arriba, que sería Alaska. Y eso era evidente en la introducción de los capítulos, cuando un alce pequeño y de escasa cornamenta deambulaba com ademán aturdido por las calles de la ficticia Cicely y finalmente pasaba por delante de un mural pintado en la que salía un camello bajo el nombre de Roslyn Cafe, an Oasis.
Y precisamente ese fue el gran momento del día, frente al graffiti que prometía que Roslyn era un oasis, en una esquina de la Pennsylvania Avenue , la calle principal y la que sale constantemente como localización en la serie. Miles de imágenes se cruzaron rápida y desordenadamente por mi cabeza. En un viaje anterior ya había estado en Talkeetna, un pueblo en la Alaska real, cerca del monte McKinley y con fama de tener una población de gente alternativa que había inspirado los personajes de Northern Exposure. Fue como cerrar el círculo y darme cuenta de que Roslyn podía ser tanto una aldea anodina como un refugio de ensoñaciones aventureras o intelectuales. En el fondo la Cicely de Doctor en Alaska era irreal como la vida misma, una aspiración en una ficción en un entorno exótico, aunque fuera blanco y nevado. Como en la industria del cine en si, que es lo que uno quiere creer que sea. Como la ciudad de Los Ángeles, que puede ser el lugar más inhóspito o el más cosmpolita, Roslyn era un escenario de madera de un par de calles con pocas cosas que hacer y a la vez el recuerdo de muchas noches soñando con una vida alternativa rodeada de amigos estrafalarios.
El encuentro
Roslyn era un escenario de madera de un par de calles con pocas cosas que hacer y a la vez un recuerdo de muchas noches soñando con una vida alternativa rodeada de amigos estrafalarios
No hay que olvidar, para los que nunca siguieron la serie, que cuando la emitía La2, había que tener mucha fe para intentar verla. TVE cambiaba el horario de emisión cada dos por tres e indefectiblemmente la programaba de madrugada, normalemente viernes y/o sábados. Por suerte era la época de los vídeos y se podían grabar los episodios aunque más de una vez la emisión se adelantaba. retrasaba o se suspendía y alguna cinta me quedó registrada con otros programas que nada tenían que ver con Doctor en Alaska.
Roslyn era cuando lo visité era un pueblo adormilado. Pero las huella de Doctor en Alaska eran palpables pese a que, cuando hablabas con la gente, murmuraban que ya había pasado demasiado tiempo y recomendaban volver en julio cuando se celebrara la MooseFest, la reunión anual de fans de la serie, una tradición que despareció con la pandemia. En apenas una manzana de la avenida Pennsylvania, una parte declarada patrimonio histórico y que conserva las fachadas de madera como los pueblos del lejano oeste de las películas, se concentran la consulta del cascarrabias Dr. Fleischman -convertida ahora en una tienda de fachada desvencijada a propósito donde se vende memorabilia de la serie-, la tienda de la carismática Ruth Anne y, sobre todo, el bar de Holling Vincoeur, el Brick, con su neón que prometía refrescos hubiera solana, lloviera o nevara.
El Brick presume de ser el bar más antiguo del estado de Washington pero ese día estaba cerrado. Desde fuera era idéntico al que salía en la serie que esta semana vuelve a estar disponible en España a través de la plataforma Filmin. También estaba igual el locutorio del apuesto Chris Stevens, el estudio de la K-Oso, -"Minifield Communications Network se lee en la puerta"- en cuyo interior había esparcidas cintas de cassette, discos de vinilo y libros como si Stevens fuera a agarrar el micrófono y saludar buenos días Cicely en cualquier momento.
Después de unas horas vagabundeando por Roslyn y descubriendo el pasado minero de la localidad, enfilo el camino de vuelta a Canadá. Pero antes me detengo en el lago Cle Elum, donde varios personajes de Doctor en Alaska solían acudir a un banco de madera con vistas y en cuyas aguas fue a parar un féretro propulsado desde una catapulta, en uno de los finales de capítulo más estrambóticos y espléndidos de la serie. Y que vuelva a correr la imaginación y a esperar que los rumores de que se va a volver a rodar la serie en 2025 sean ciertos.