Una anécdota: está Julio Iglesias en casa de Frank Sinatra, éste le hace señalar un punto cualquiera en un gran globo del mundo que tiene en el salón. Julio apoya el índice en Bora-Bora, y Frank le dice: “Ahí conocen nuestros nombres y han oído nuestras voces”.
Otra: “En 1975, Julio viaja a Chile y no sólo canta en el lógico festival de Viña del Mar: visita, además, la cárcel de Valparaíso, donde en un alarde de solidaridad mal emplazada, comentó que él también era prisionero de sus compromisos, de los hoteles y los vuelos y las fans. Los presos, que habían construido el escenario con sus propias manos, no terminaron de disfrutar el símil y, según leemos en El Mostrador, lo hicieron saber ruidosamente: "Comenzamos a gritarle epítetos espontáneos al unísono: '¡La concha de tu madre! ¡Hijo de puta!', y de ahí para adelante”.
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Julio Iglesias posando para una foto el 5 de julio de 1980 en Miami, Florida
Hasta el conquistador más triunfal a veces pierde la cordura. Perlas tragicómicas como la del párrafo anterior salpican El español que enamoró al mundo, de Ignacio Peyró, subtitulado Una vida de Julio Iglesias, que sale a la venta el 24 de febrero. Páginas condescendientes con los defectos y entusiastas con los triunfos y los dones del famoso cantante.
¿Julio Iglesias amerita otra biografía? No hay cosa más cansina de oír o de leer que una vida de rotundo éxito… ajeno. Y más aún si ese éxito, voz masculina acariciante y suave, es incesante, una rutina triunfal, solar.
Desde Frank Sinatra, el público nunca había acogido una voz masculina tan acariciante y suave”
O lo parece, porque nunca es así, en cada vida algo ha de llover, siempre acecha una u otra desgracia y parece que en el centro del éxito trivial tiene que haber un abismo más o menos tapado.
Por más que la escriba un autor del que uno leería con placer hasta su lista de la compra, empacha la lista de los récords de Julio, de sus triunfos, de su trabajada conquista del mercado español, europeo, norteamericano y suramericano, el número de las bellezas con las que se acuesta y los vinos que bebe…
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Julio Iglesias, rodeado por fans en 'Grau de Roi', en el sur de Francia, en 1980
Por suerte, tanta gloria mundana y cantora, planificada hasta el detalle y refrendada por los datos –de discos de oro, de audiencias millanarias, de recepciones palaciegas, de celebridades con las que se codeó— queda equilibrada, en los últimos capítulos, con el relato de sus soledades, los aspectos desagradables de una personalidad narcisista (rasgo de carácter del que da fe la metedura de pata carcelaria), o las revelaciones vengativas en sendos libros de su mayordomo y de su gestor de toda la vida. Ahí se palpa algo parecido a un hombre: o sea, a un ser que tiende a la caída.
Todo ello, el triunfo, el tedio y el abismo, salpicado de giros expresivos y ocurrencias del autor, un fan capaz de understatement y civilizada distancia que, me parece, está por encima de su tema.
Esto es lo que me pregunto al cerrar el libro: ¿Por qué Peyró escribe la vida de Julio Iglesias y sin haberle siquiera entrevistado ni conocido?
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El cantante español Julio Iglesias, en 1974.
La respuesta, supongo, es que toma a Julio como galvanizador moral, como ejemplo o modelo del triunfo de la voluntad ante lo que parece imposible: que un cantante melódico de limitada aunque bien timbrada voz –“desde Frank Sinatra, el público nunca había acogido una voz masculina tan acariciante y suave”, dice el crítico del diario más importante del mundo, según Peyró, el New York Times, conquiste el mundo, partiendo de un hogar de clase media madrileña y del festival de Benidorm y se convierta en música de fondo de la vida de varias generaciones.
En este sentido puede decirse que el libro tiene una voluntad moralizadora, animadora de un espíritu de los tiempos (españoles) más bien alicaído, pesimista y autocrítico: “No te quejes y trabaja con el tesón, la inteligencia y la profesionalidad de este hombre y su equipo”, parece decir Peyró. "Las cartas no están marcadas, ni son tan malas. Si Julio pudo, también nosotros podemos conquistar el mundo” .
A lo largo de los años, de las décadas, 'Gwendoline', 'La vida sigue igual', 'Hey!', han sonado allí donde uno fuera
En cuanto a Julio Iglesias, a lo largo de los años, de las décadas, Gwendoline, La vida sigue igual, Hey!, Manuela, De niña a mujer han sonado allí donde uno fuera, y uno ha acabado pasando de considerarlo un sentimental y hortera con ínfulas a aceptarlo y apreciarlo, si no a admirarlo tanto como el autor de esta biografía.
Mi amigo más cool, un danés cuarentón, musicalmente refinado y exigente hasta el esnobismo, me escribió desde Copenhague hace unos años informándome: “I bought a Julio Iglesias’s CD. Strange how good it is” . (Me he comprado un disco de J.I. Es extraño lo bueno que es). Sí, qué bueno y qué extraño, y siempre igual a sí mismo.
Pongamos un solo ejemplo: le vemos en una vieja grabación en TVE cantando ese anhelante himno religioso de George Harrison, Sweet Lord, que dice “Señor, de verdad quiere verte, de verdad quiero verte, pero lleva tanto tiempo…” ¡Y Julio la canta sonriendo, mientras mira lascivamente a cinco chicas semivestidas, cada con un gran pastel donde dice: “Julio, te quiero”, “Julio, cómeme” ¡Este patán no ha entendido nada! Cerramos los ojos y la magia opera: qué bien canta. ¡Qué voz más agradable, qué bien ha entendido la canción!
Los que ya hemos entrado en años lo sentimos como parte de un caudal de musicantes que por un motivo u otro nos han hecho compañía durante toda la vida, y no podemos verlos sin sentir simpatía. Si te cansa la languidez de Julio, siempre puedes escuchar a Lola Flores cantando su Hey! con un arrebato racial y un ritmo arrolladores: “No vayas presumiendo por ahí… tú qué sabrás de mí”…
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Carismáticas celebridades. En una fiesta en la discoteca Mau Mau en 1988, Lola Flores, proclamada 'personaje más popular del año', entre su amiga y colega, Rocío Jurado, y su hija Lolita
Julio, Lola (¡Cómo me las maravillaría yo!), y tantos otros… Camilo Sesto (Vivir así es morir de amor)… Mari Trini (Yo no soy esa que tú te imaginas)… Cecilia (España, camisa blanca de mi esperanza)…, Raphael y demás grandes figuras de la canción ligera no sólo han compuesto el hilo musical de varias generaciones sino también versos tal vez sin una ambición poética muy especial, pero que por el poder de las melodías pegadizas en las que ondean se han grabado a fuego en la memoria de varias generaciones, donde resuena su eco pautando los recuerdos.
Algo les debemos, algo de alegría, algo más bueno que malo. A quién más, quizá a Julio Iglesias.