Atrevida, llena de espíritu y un poco pícara. La acepción en el diccionario de Oxford parece escrito exclusivamente para ella. Cuando a Sarah Vaughan le endilgaron con cariño el apodo de Sassy (o Sass, o como ella escribía a veces, Sassie) dieron con la tecla perfecta. Sassy la salerosa a la que nunca le han podido salir imitadoras. Lo que no puede ser, no puede ser y además...
No deja de ser una casualidad venturosa que 1924 fuera el año de nacimiento de dos de las cantantes que marcaron el siglo XX casi de cabo a rabo. Por un lado, La Divina, Maria Callas, y por otro, The Divine One, que se curtió como cantante de jazz, etiqueta que no le gustaba nada, y que exploró muchos territorios vocales, desde los sonidos brasileños a la música popular, porque su voz portentosa era un machete que se abría camino con su toque aterciopelado.
Las dos divinas
Maria Callas, 'La Divina', y Sarah Vaughn, 'The divine One', nacieron en 1924 y, por separado, marcaron la música del siglo XX
Tanto Vaughan como Fitzgerald fueron cantantes completísimas, con una caja inacabable de recursos líricos. Las herramientas líricas de Holiday, perseguida por una vida llena de penurias y convertida en leyenda a su pesar, era más limitada, pero las aprovechó siempre al máximo.
Vaughan, en sus inicios, telonera de Fitzgerald en 1942 con solo 18 años, tenía los dientes separados, pero se los juntaron, así que, de las seis, Nina Simone, combativa y política, fue la única que nos dejó ese siseo tan particular al cante y un atronador piano, que tenía vida propia y que ella misma tocaba.
Hay una instantánea del fotógrafo francés Pierre Lenoir, tomada el 27 de julio de 1958 en el Blue Note de París, que define la envolvente voz y personalidad de Vaughan. Ojos cerrados, la sudor descendiendo por la nariz, cara de placer casi orgásmico, mano izquierda a la altura del cuello, como declamando, más soprano que vocalista.
Músculos en tensión, elegancia comedida, cantando Maria, de Leonard Bernstein o Fly me to the moon. Esas canciones las había arreglado un jovencísimo Quincy Jones, que con 28 años se codeaba con las grandes estrellas del jazz vocal y las aconsejaba.
Feminista antes del feminismo
“Está innato en nosotras que debemos apaciguar y apaciguar: someter nuestra voluntad a la de los hombres”, denunciaba la cantante
En otra imagen, también de Lenoir, Vaughan y Jones bromean entre toma y toma, ella sentada, él medio estirado en un rincón del estudio y, en medio, la cinta corriendo en un picú gigante revestido de mimbre cual cesta de picnic. Puestos a imaginar, el techo anodino era un cielo lleno de nubes pasajeras.
Vaughan cantaba lenta y con vigor, pero los años le pasaban volando. Apenas en unos pocos meses colaboró con Earl Hines, Con el pre-bop Dizzy Gillespie y con un tal Charlie Parker. Fue la primera mujer que versionó Tenderly (llegó al 27 de las listas) y que convirtió en himno Lover man, composición que adoptaron culturas musicales, como el jazz latino con Mongo Santamaría o Bola de Nieve.
El talento la llevó a la cúspide y, aunque no fue tan dramática como la de Callas y menos aún que la de Lady Day (Billy Holiday), Vaughan casi se arruinó por culpa de algunos de sus maridos o managers (o las dos cosas simultáneamente) que miraban mucho más el dinero que el cariño. La cantante se reinventó continuamente, ya fuera actuando con cuartetos y quintetos, con bandas sinfónicas, con su voz a garganta descubierta o colaborando con artistas de la talla XXL como Bob Dylan, John Lennon, Marvin Gaye o el compositor Michel Legrand. Hasta con los dioses brasileños de la bossa y la samba: Milton Nascimento, Dorival Caymmy o António Carlos Jobim.
Vaughan, nacida hace un siglo en Newark, New Jersey, no tuvo hijos y adoptó a una niña. Pero podría decirse que ella es la primera gran cantante de una familia de artistas nacidos todos en la misma ciudad con nombres de leyenda como Frankie Valli, Paul Simon, Ice-T, Lauryn Hill, Gloria I will survive Gaynor o Whitney Houston. Badabum.
Nina Simone se lleva la fama del radicalismo político y de la reivindicación del primer feminismo. Pero Billie Holiday no pudo ser más explícita en su denuncia del racismo con Strange fruit (un negro ahorcado en un árbol). Vaughan no se quedó atrás y proclamó su independencia como mujer y cantante. “Está innato en nosotras que debemos apaciguar y apaciguar: someter nuestra voluntad a la de los hombres”, dijo en una ocasió. Cuando vio que el no es no, siempre pidió el divorcio.
En otra ocasión espetó, como si de un director de cine independiente se tratase: “Mi sueño es hacer lo que quiera sin interferencias de las casas de discos”. Y a fe que lo cumplió. Pasó de la Columbia a la Mercury, de ahí a la Roulette, de regreso a la Mercury...
Sassy alargó su carrera con desparpajo y sin arrastrarse y no murió sobre el escenario de milagro. Su última actuación fue en el Blue Note. Acababa la gira al día siguiente. Murió en 1990. Seis años antes que Ella Fitzgerald. Cien años después, su voz todavía suena a agua fresca manando de la fuente.
Judy Garland era la cantante a la que más quería parecerme, no copiarla, pero atrapar esa alma que tenía”
¿Pero acaso se cumplió su sueño de parecerse a su figura? ¿Adivinan quién fue? Ni más ni menos que Judy Garland, que tenía, decía Sassy, una voz inimitable. “Era la cantante a la que más quería parecerme, no copiarla, pero atrapar esa alma y puridad que tenía. Una voz maravillosa y joven”.