Hace apenas una década muy pocos sabían quién era esta estilizada actriz pelirroja de rostro transparente y gestos contenidos. Jessica Chastain afirma entre risas que le cunde tanto la vida porque se levanta cada día al alba, “en cuanto cantan los pajaritos, que es el sonido que más me puede gustar”, como si de una moderna Blancanieves se tratara. Nacida en Sacramento en 1977, en tan pocos años ha labrado una filmografía de oro a las órdenes de directores tan destacados como Terrence Malick, Tim Burton, Christopher Nolan o Guillermo del Toro.
En primera fila
En pocos años ha labrado una filmografía de la mano de Terrence Malick, Tim Burton, Christopher Nolan o Guillermo del Toro
Más allá de Agentes 355, película de acción y espías en que encabeza a un equipo femenino de salvadoras del mundo, aún en cartel, este año tiene sus esperanzas de reconocimiento puestas en Secretos de un matrimonio, excelente serie de HBO que pone al día las tesis del legendario Ingmar Bergman sobre la pareja, y, sobre todo, en Los ojos de Tammy Faye, que ya le ha proporcionado la Concha de Plata de San Sebastián y una selección al Globo de Oro. En ella se mete en la piel de esta icónica telepredicadora estadounidense de los 80 y 90, hasta quedar casi irreconocible tras abultados cardados, pestañas postizas como garras, mofletes a lo Heidi... Faye ofrecía consuelo a su legión de seguidores a través de su cadena de televisión, que hasta era propietaria de su propio satélite, mientras su entorno, al parecer, se llenaba los bolsillos.
Es productora y actriz, parece uno de esos trabajos que no olvidará fácilmente…
Crecí en los ochenta cuando todo en Estados Unidos pivotaba en torno a la ambición, la codicia, el dinero y la apariencia y esos son temas que siguen marcando nuestras vidas. Vi un documental sobre Tammy Faye y su influencia y me pregunté por qué nadie ha explorado quién era esa telepredicadora que vivía una vida extremadamente lujosa, pero que, al contrario que sus colegas, predicaba la idea de que todos merecemos amor sin juicio. Incluidos los homosexuales en los tiempos del auge del sida, en el que los enfermos eran rechazados y humillados. Durante esa crisis médica tuvimos un presidente, Ronald Reagan, que jamás la mencionó. Ella llevó a un sacerdote gay a uno de sus programas y lo finalizó mirando a cámara y diciendo: “Si se supone que los cristianos somos la sal de la tierra, ¿por qué tenemos tanto miedo de abrazar a un paciente con sida y decirle que nos importa lo que le ocurre?”.
¿Cómo convive con la hipocresía que parece endémica en la humanidad?
Me resulta insoportable y además siempre viene acompañada de abuso y marginación por parte del que utiliza su posición económica o de poder para humillar o aprovecharse de los demás. Ese tipo de injusticias me enfadan. Pero también hay muchas personas amables, solidarias y compasivas. Convivimos con los dos extremos.
Mi madre era muy creyente, pero nos educó sin dogmas restrictivos. Siempre me han interesado la filosofía y la religión y he buscado la espiritualidad”
¿Es una persona religiosa?
No, pero me interesan mucho algunos conceptos. “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti” es una máxima cristiana con la que estoy plenamente de acuerdo. Ese es un buen mensaje especialmente en el momento que vivimos ahora, donde hay tantas divisiones que nos separan de un modo tan radical. Mi madre sí era muy creyente, pero nos educó fuera de dogmas restrictivos. Siempre me han interesado la filosofía y la religión y he buscado la espiritualidad. A veces entro a una iglesia, no importa de qué culto, y me siento en paz rodeada de personas con objetivos nobles.
¿Cómo vive alguien que quiere cuidar su salud espiritual en este momento?
Con preocupación. Estamos llegando a un extremo en el que parece que solo valoramos a los que piensan o votan como nosotros. Me pregunto también sobre ese deseo de relevancia y de mostrar lo interesante que es tu vida a través de las redes. ¿Significa eso que eres más digno de estar vivo y más digno de amor que los demás? Todo eso, unido al egoísmo y al materialismo feroz, me resulta muy inquietante, pero la realidad es que no puedo pensar en tener una bañera con grifos de oro porque no me interesa, pero sí en la gente que quiero y que me ha acompañado durante el día o durante mi vida. Eso sí trasciende más allá del tiempo y del espacio. Querer es lo más valioso que tenemos y cuanto más das, más recibes.
En la película se muestra claramente como una mujer poderosa y popular podía vivir sojuzgada por su marido en lo privado.
En los setenta y los ochenta las relaciones de pareja solían ser así. Verlo en pantalla es una forma de valorar lo logrado, aunque todavía sea muy insuficiente, y de recordar que es una lucha que no está ganada. Ella, como tantas mujeres entonces, decía que amaba estar casada y que se sentía como una niña pequeña a la que le gustaba saber que alguien la iba a cuidar. Pero, con todo y con eso, me parece importante contar historias de mujeres que, a pesar de su propio sexismo, han resultado inspiradoras.
Ha esquivado los personajes al servicio del héroe correspondiente…
Si durante décadas no se ha mostrado a la mujer tal y como es en el cine o la televisión, que es algo que se ha hecho fatal porque somos el 50% de la población, yo no voy a contribuir a perpetuar ese error de enorme magnitud. Me esfuerzo en hacer películas socialmente saludables; que tengan un sentido y sirvan para algo. Hay muchos prejuicios que romper, como el que ha marcado durante años que las actrices trabajamos mucho menos a partir de cierta edad. Eso es pasado. El tiempo hace a los hombres y a las mujeres personas más interesantes.
Muchas tablas
Dos nominaciones al Oscar, un Globo de Oro y lo que llega...
Chastain, de pequeñita, no soñaba con platós y cámaras sino que lo hacía con tutús y salas de baile forradas de espejos, pero, en algún momento aquello se olvidó y con apoyo de sus padres, que la vieron decidida, se matriculó en una de las escuelas de interpretación más prestigiosas de Nueva York. Llegaron pronto las primeras giras teatrales en muy buena compañía – Al Pacino o Philip Seymour-Hoffman, ni más ni menos – y algunos pequeños papeles en teleseries como Urgencias o Ley y orden. Fue John Madden, el director de Shakespeare in love, el que le ofreció su primer trabajo para el cine en un título de alcance, -La deuda, en la que encarnó a una espía del Mossad- y después todo ha sido coser y cantar. Terrence Malik la emparejó con Brad Pitt, en el cartel de El árbol de la vida, Take shelter puso a sus pies el cine independiente americano, y hasta consiguió dos candidaturas al Oscar por su papel de ama de casa patosa en Criadas y señoras y de agente de la CIA en busca de Bin Laden, en la controvertida La noche más oscura, de Kathryn Bigelow por la que obtuvo, entre otros premios, el Globo de Oro. Cuando recogió éste, ya advirtió que no pensaba frenar el ritmo, porque había esperado muchos años a que llegase su momento. Y en ello sigue. No para y tiene la agenda a rebosar para los próximos dos años.
¿Cómo se mete una actriz tan contemporánea como usted en un personaje tan exagerado y ampuloso como este?
Desde la incomodidad. Primero, a través de un proceso de caracterización diario que duraba a veces hasta siete horas. Los trajes también son increíblemente incómodos, con esas hombreras y esas telas rígidas llenas de lentejuelas, pero la realidad es que el propio personaje se sentía muy incómodo en su piel y esa incomodidad la utilicé para acercarme a él de un modo sensorial. Iba siempre tan exageradamente arreglada porque siempre estaba tratando de ser digna de amor; no creía que fuera lo suficientemente bonita, talentosa o divertida para ser amada. Así que pude usar mi propia incomodidad para reflejar la suya.
¿Y lo de cantar?
Bueno, ahí está. Me preparé con Dave Cobb, que trabajó en la banda sonora de Ha nacido una estrella, pero estaba tan estresada que no acababa de hacerlo muy bien, así que me subió todas las canciones tres tonos para que cantara a pleno pulmón. Otra vez fue un proceso incómodo pero valió la pena.
¿Qué clase de actriz cree ser?
Uy, muchas. Trabajadora, muy técnica, pero también instintiva… Escucho mucho a los actores y directores con los que coincido. Aprendo de ellos cuanto puedo… Me deben ver seria porque me suelen ofrecer papeles muy dramáticos. Y luego hay otra Jessica que no es actriz. A esta le pillan todos los faroles porque se le nota todo en la cara.
En estos tiempos especialmente difíciles para lo que se relaciona con la cultura, muchos artistas manifiestan su frustración. ¿Convive bien con este concepto?
La frustración puede ser un acicate a la hora de conseguir objetivos y yo considero especialmente inteligente a cualquier persona que sea capaz de transformar una energía negativa, como la ira o la frustración, en algo positivo. Aprender a hacer eso supone haber comprendido una gran lección.
¿Tiene la vida que soñó?
Es increíble pero así es. Soy muy afortunada. Eso sí; no espero a que me llamen a casa para ofrecerme papeles. Eso es algo que no me puedo permitir. Estoy empoderada como actriz y productora y creo mis proyectos. Y, en lo personal, soy muy feliz de tener a mi gente cerca y pasar el máximo tiempo posible con ellos. Procuro no alejarme demasiado, ni demasiado tiempo.