Según el diario The Times, Carlos III de Inglaterra posee tantas casas, palacios y castillos que estaría “orbitando perpetuamente” si intentara pasar un tiempo equitativo en cada una de sus residencias. Al parecer, no le tiene demasiado cariño a Buckingham, aunque adora los palacios de Highgrove, Sandringham y Balmoral. Sin embargo, hay otro lugar, fuera del Reino Unido, que le encanta: su finca en Zalanpatak, un pueblo de apenas cien habitantes en Transilvania, Rumanía.
Carlos frecuenta Transilvania desde 1998. En aquella primera visita se quedó prendado de la naturaleza prístina que encierran los Cárpatos: praderas tapizadas de flores silvestres, riachuelos de aguas cristalinas y bosques de hayas, robles y alerces, donde viven osos y lobos.
Al entonces príncipe de Gales no le importó lo más mínimo que la zona fuera célebre por la huella del infame Vlad Drácula, el sádico príncipe empalador y fuente de inspiración del novelista Bram Stoker para escribir la mítica historia del vampiro. Prefirió fijarse en otras cosas, como las cuatrocientas variedades de mariposas que allí existen y la pintoresca arquitectura local: casas de pueblo con fachadas en tonos pastel, granjas con tejados rojos e iglesias fortificadas. Todo ello testimonio de la presencia de los sajones de Transilvania; los pueblos alemanes que, en el siglo XII, se asentaron en esta zona.
Aquella combinación de arquitectura vernácula y naturaleza intacta fue demasiado para el futuro rey de Inglaterra y, como tantos extranjeros ricos que descubren el paraíso fuera de sus fronteras, empezó a buscar algo para comprar. En concreto quería (siempre según The Times): “Algo lo suficientemente grande para invitar a vario amigos, pero no enorme; situado en el pueblo, pero en sus límites del pueblo, para garantizar la privacidad. Debería también estar cerca de un arroyo, un prado y un bosque, para así facilitar que ciervos, ardillas y, posiblemente, los osos, caminaran por el jardín”. A ser posible, la propiedad tendría que tener un granero, coronado con un nido de cigüeñas.
Menos las cigüeñas, el resto de los deseos le fueron concedidos al príncipe. Todo por obra y gracia de su conexión rumana: la del conde Tibor Kalnoky, un aristócrata reconvertido en agente inmobiliario el cual, tras la caída del comunismo, volvió a Rumanía para reclamar las tierras que le fueron requisadas a su familia. Durante aquel largo proceso burocrático, el conde decidió no perder el tiempo mientras esperaba y empezó a comprar y renovar viejas casas en Transilvania.
Kalnoky no tardó mucho en encontrar el lugar perfecto para Carlos: una finca en la entrada del pueblo, compuesta por un conjunto de tres casas derruidas, varios edificios agrícolas y, por supuesto, una generosa porción de tierras circundantes. Todo ello fue renovado por el equipo de Kalnoky, siguiendo las directrices del entonces príncipe.
Durante la mayor parte del año, la propiedad se alquila
La filosofía fue conservar la arquitectura original, respetando al máximo posible “las texturas y atmósferas” de los edificios. Esta premisa también se aplicó a los interiores, “decorados con antigüedades y textiles de Transilvania”, explican desde la página web.
Esta empresa, que gestiona las propiedades de Carlos III en Rumanía, aclara que la decoración de lo que llaman castillo no se identifica con el estilo shabby chic, sino con un ambiente: “Armónico y auténtico que hace que los huéspedes sientan que están en una casa privada, con siglos de antigüedad”. Y es que durante la mayor parte del año, la propiedad se alquila, ya que Carlos III no pasa más que unos pocos días allí, siempre a finales de la primavera. Esta iniciativa se explica como una forma de fomentar el desarrollo de la economía local.
En total se ofertan siete dormitorios —incluyendo el que usa el rey—, además del uso de los salones, el comedor y los preciosos jardines que rodean la propiedad. Los precios del todo incluido oscilan entre 180€ y 195€ por persona y día e incluyen pensión completa (bebidas aparte), transporte y tours por la zona. Estos comprenden caminatas por los bosques, excursiones a caballo, baños en la piscina en verano y paseos en trineo en invierno, regados después con un vino caliente y especiado, frente a la chimenea, ofrecido por un atento servicio. Como un rey, en definitiva.