“Un comisario del Pompidou me dijo que hacía fotos igual que las de su abuela”. Así, de entrada, es difícil interpretar el comentario, pero Stéphanie Delpon se lo tomó como lo que era, un cumplido. Instantáneas que se veían antiguas, a lo Vivian Maier, o más bien atemporales, incluidas las que tenían color, momento congelados y cálidos en un espacio determinado, pero perdidas en el tiempo.
Fotos sonoras
Las imágenes silenciosas en realidad traen melodías en estéreo del pasado: Charles Trénet, François Hardy, Serge Gainsbourg...
Se trataba de retratos silenciosos y a la vez incorporados con música en estéreo, con melodías a veces con arrugas, pero bellas. Que reste-t-il de nos amours? CharlesTrénet. Tous les garçons et les filles. Françoise Hardy. Comme un boumerang, de Serge Gainsbourg, que reza: “Siento que un boom y un bang agitan mi corazón herido, el amor como un bumerán me devuelve a tiempos pasados”.
Delpon homenajea a todas las mujeres que bombean la diástole de París en un trabajo que ya dura cuatro años y que se muestra en gran formato justo allá donde ha nacido, en la calle. Su cámara es un iPhone, su formación, amateur o simplemente autodidacta. El resultado habla por sí mismo, píxel a píxel.
“Empecé hace un tiempo, no tanto para evitar quedarme aislada del mundo en un momento en el que era lo más fácil, sino para captar lo que me rodea con detalle y con gusto”, cuenta al teléfono esta fotógrafa que siempre se ha movido en el mundo de la publicidad y que, en el visor, pasa del blanco y negro al color con naturalidad.
"Es curioso porque cuando las fotos son en blanco y negro si se desprende la melancolía y la soledad y al ver las imágenes me afectaba de algún modo. En cambio con el color, la ciudad cambia, es más gozosa y sonriente. Cuando aparece una mujer vestida de rosa o de rojo, surge una intemporalidad . No se sabe cuando se tomaron", reconoce la artista.
París tiene sus agujeros negros, a veces está sucia, es ruidosa y siempre siempre anda enfrascada en obras. El tráfico es salvaje. Como en muchas otras ciudades. Pero esta vez, al menos en el trabajo de la fotógrafa, que se aleja de la postal, los rincones feos no tienen lugar en esta galaxia.
En la conversación salen grandes nombres de la fotografía mundial a los que admira por su visión, por el sentido de la oportunidad o por su discreción. Lo hace por su devoción a ellos, nunca para compararse. Durante meses la fotógrafa ha cubierto las calles de París con sus obras en tamaño gigante.
“Hay que decir que en París este proyecto es más fácil porque la belleza está por todas partes. Hay un París mítico, eterno, que es el de la luz de Doisneau o la de Cartier-Bresson”. En la conversación fotográfica, musical y cinematográfica aparece también Vivian Maier, maestra de la invisibilidad sacando retratos con su Rolleyflex a la altura del pecho.
Hay que decir que en París este proyecto es más fácil porque la belleza está por todas partes”
“El teléfono es muy discreto, mucho más que la cámara, pero hay que ser respetuoso a quien fotografías”, recuerda la artista francesa. La mayoría de sus imágenes son como los baisers volés, los besos robados de la canción y del film del mismo nombre; pero en algunas las protagonistas son amigas o conocidas que posan para la artista.
Rara vez aparecen hombres en su trabajo. Es como si París fuera una mujer por y para las mujeres. Un lugar donde se pierden los amores, se deshilachan y de los hilos se teje un nido donde se cobija la esperanza, aterida de frío, casi vencida. Repertorio de Ilusiones perdidas (te saludamos Balzac); compendio de Hojas Muertas (te loamos Prévert); álbum de Amours simples (morimos por ti, Annie Ernaux), una copa de vino que cae y mancha las hojas de un libro, huellas marchitas, huellas borradas, flores del bien ¿o del mal?, pétalos caídos que aún no han dicho su última palabra y todavía perfuman el aire.