El insólito palafito sobre el mar para disfrutar de las noches soleadas en Noruega
Será por dinero
El hotel Svart es la primera intervención humana y sostenible en el fiordo Holandsfjorden, una zona hasta ahora virgen
Los arquitectos aseguran que generará su propia energía y que sus menús se confeccionarán con productos de una granja adosada y sostenible
La lengua de hielo que llega desde la montaña hasta el agua del fiordo es siempre la misma: negra o azul; o negra y azul, según las estaciones, los días y las horas de la luz boreal. Por eso, en el noruego antiguo de las sagas, los vikingos nombraron a aquella lengua de mil colores con una sola palabra, svart. Y llamaron al glaciar Svartisen.
Hoy se puede caminar sobre la lengua negra de hielo y ascender por la insólita escalera de madera The Fykantrappa, hasta las alturas que coronan el Holandsfjorden. Desde la cumbre juraríamos, al contemplarlo por primera vez, que nada salido de la mano del hombre podría erigirse en aquel santuario sin desgraciarlo.
Y hubiéramos tenido razón hasta hace poco, porque era imposible construir nada allí que tuviera más sentido que dejarlo intacto, excepto The Svart, el espectacular hotel del hielo negro y azul sobre el mar.
Paisaje virgen
Se puede caminar sobre la lengua negra de hielo y ascender por la insólita escalera de madera The Fykantrappa, hasta las alturas que coronan el Holandsfjorden
Es un insólito palafito circular de madera sobre columnas perpendiculares de abedul inspirado por la sabiduría constructiva de los rorbue, las cabañas de los pescadores, e imita la fiskehjell, su parrilla en forma de A, sobre la que los locales ahumaban el salmón.
Yo no he dormido en el Svart. Usted, tampoco. Nadie ha dormido allí todavía, porque van a inaugurarlo este año. Y no he encontrado manera humana de reservarlo. Es que ni me cogen el teléfono, vamos. Por eso, el verano del año que viene tal vez volvamos a Helgeland y me consuele de la exclusión alquilando la misma hytte en el pueblo vecino de Bodø, una sencilla pero suficiente cabaña de nuestro último verano de pesca de la sjøørret, mejor que el salmón en la mesa y en la mosca seca, entre Trondheim y Alta.
Y quizá desde allí nos conformemos con acercarnos a contemplar el Svart en bicicleta. Tal vez llueva a mares, como entonces y como tantas veces en los veranos noruegos, y nos tengamos que quedar en el spa del hotel del hielo negro. Ojalá sea invierno y lleguemos en moto de nieve para poder disfrutar de la aurora boreal a través de los ventanales inmensos, junto a la chimenea.
Pero seguro que volveremos a ascender los 300 metros de la Fykantrappa y a brindar con aquavit en la Rallarbrakka, el bar -memorial insuperable- noruego erigido en recuerdo del sufrimiento de los Rallaren, los misérrimos jornaleros trashumantes que en 1919 sudaron cada uno de sus 1132 escalones para convertir en kilowatios humanos aquella divina apoteosis del agua para la central eléctrica de Glomfjord.
Los diseñadores del Svart (un equipo de cuyo trabajo no se apropia ningún arquitecto estrella) aseguran que es tan sostenible como el propio glaciar. Una granja adosada garantiza producto local y cooperará al mantenimiento de la vida en el ciclo de la cuna a la cuna, en todos los consumibles.
Sostenible
El sol de medianoche cubrirá con una central solar propia el 85% de la energía para operar el Svartz
El sol de medianoche, prometen, cubrirá, por lo demás, con una central solar propia no solo el 85% de la energía para mantener operativo el Svartz, sino también al ferry para transbordar viajeros hasta aquel rincón del polo en la costa de Helgeland frente a las Lofoten. Pero yo no me molestaría en llegar hasta esas islas de las que habla todo quisque si es invierno y, en cambio, me puedo quedar en el Svart disfrutando de la aurora boreal; o si es verano, y el día no se acaba nunca y tal vez demos unas paladas al kayak en la madrugada o pedaleemos por el fiordo antes de un amanecer en el que el sol ya ha salido o, si prefieren, todavía no se ha puesto.
Podremos observar entonces los efectos del cambio climático en aquella lengua de hielo negro y o azul del glaciar. Porque, entre 1930 y 1960, el Svartisen se fue derritiendo; pero, desde entonces, ha recuperado parte de la grandeza perdida y cerca de 10 metros de grosor de los 200 que tenía.
En verano, la lengua negriazul del Svartisen se derrite hasta cerca de tres metros. Y esa noche soleada nos dirá si hay un futuro para la humanidad, porque cuando nieva más en invierno de lo que el hielo se funde en verano, todo el inmenso glaciar vuelve a crecer y los dioses del Valhalla nos vuelven a sonreír.