“No haces fotografía sólo con la cámara. La haces con todas las imágenes que has visto, con todos los libros que has leído, con toda la música que has escuchado, y con toda la gente a la que has amado”, decía el célebre fotógrafo norteamericano Ansel Adams. No hay duda de que esta visión del arte de la fotografía es la que lleva, desde 1934, haciendo que toda imagen firmada por el parisino Studio Harcourt sea una obra de arte.
Salvador Dalí, Catherine Deneuve, Alain Delon, Serge Gainsbourg y Jean-Paul Belmondo son algunas de las celebridades que han posado bajo los focos de este reputado estudio parisino que se instala, del 23 al 27 de noviembre, en el hotel Mandarin Oriental Barcelona. Durante estos cinco días, tanto los huéspedes como cualquiera que lo desee podrán realizarse un retrato fotográfico por 1.800 euros, precio que incluye no solo la prestigiosa foto impresa y editada, que se manda al domicilio del cliente, sino también el maquillaje y dos horas de shooting.
Creado en 1934 por Cosette Harcourt, el estudio ha sabido preservar y cultivar los valores que han forjado su éxito y reputación: la exigencia de la excelencia, el respeto por la estética sublime francesa y un arte de saber recibir muy chic parisino. “Nuestras imágenes están realizadas con la misma atención al detalle de la alta costura. Para esa sola foto trabajamos dos horas in situ y luego se incluyen retoques de edición. El maquillaje, la luz, la pose, la mejor expresión… Cada imagen es única, como un vestido que desfila en las grandes semanas de la moda”, explica Pauline Jonkman, directora comercial de este estudio ubicado en un palacete en el número 6 de la Rue de Lota, en el distrito 16 de París, entre el Bois de Boulogne y el Trocadero.
Imágenes de alta costura
El estilo Harcourt juega con luces y sombras para crear una imagen que captura la elegancia de quien posa
Buscando dejar atrás las pinturas de los carteles del cine y fotografiar a las glamurosas estrellas del séptimo arte, así como a las clases pudientes de la época, “se fue fraguando la personalidad de nuestro estudio. En esa época solo había película en blanco y negro, un formato que nos ha representado a lo largo de muchas décadas y que seguimos empleando hoy. Desde hace 30 años también tomamos fotos en color y estamos adentrándonos incluso en el mundo digital con los NFT. Eso sí, el estilo Harcourt siempre es el mismo, garantizando eternidad y absoluto glamur”, resalta Jonkman. Y es que precisamente expertos y profesores de fotografía coinciden en que el estilo Harcourt es algo así como “escribir con la luz”, es decir, jugar con luces y sombras para crear una imagen que captura la elegancia de quien posa.
Fue precisamente el éxito de la pasada colaboración en mayo de este año con el Mandarin Oriental Barcelona lo que ha animado a ambas partes a repetir la experiencia. Fueron muchos lo que se quedaron sin la posibilidad de que se tomase su retrato, por lo que ahora los fotógrafos de Harcourt vuelven a Barcelona para ofrecer esta exclusiva experiencia propia del heritage parisino sin tener que cruzar la frontera.
Para que el cliente se sienta sumamente confortable, declinan emplear estilistas más allá de los profesionales del maquillaje. Lo importante para ellos es conseguir que ese retrato aúne delicadeza y personalidad, sin que nadie se sienta tenso frente a la cámara, ni impostado. Por eso es importante que uno mismo escoja esa prenda con la que se siente cómodo y con la que se identifica, tal como hacen gran parte de las celebrities que acuden a Studio Harcourt para que tomen su retrato, quienes, a diferencia de lo que podríamos pensar no dominan tanto el arte de posar en un espacio cerrado y a solas, en una sesión que casi parece una ceremonia religiosa.
Cosette Harcourt, una historia de película
Nacida en 1900 en el número 21 de la Rue Condorcet de París, la fundadora del estudio, Cosette Harcourt, fue bautizada con el nombre de Germaine Hirschfeld. Hija de dos inmigrantes judíos alemanes que se habían instalado en la capital francesa a finales del siglo XIX, tuvo que huir con sus progenitores a Londres durante la Primera Guerra Mundial, escapando de la xenofobia imperante en París ya en esos años.
Al regresar a Francia en los años treinta y para evitar la discriminación o incluso algún asalto en plena calle, Germaine se inventó una identidad e incluso una procedencia. Fueron unos amigos de sus padres pertenecientes a la nobleza los que le prestaron su apellido. Conservó la H de su apellido auténtico y, como nombre, tomó el de uno de los personajes más célebres de la literatura francesa, Cosette, la heroína de Los Miserables de Victor Hugo. Su porte distinguido y su insistencia en usar un acento inglés camuflaron su procedencia judía mientras iba labrándose su carrera como retratista.
Tras una breve etapa trabajando por su cuenta, en 1934 se asoció con los hermanos Lacroix, de la élite de la prensa, y con Robert Ricci, hijo de Nina Ricci. Así nacía el Harcourt Studio, en el que imprimió su huella: retratos que priorizan el rostro y la mirada y que evitan cualquier referencia espacial o temporal más allá del estilo propio del cliente. De esa época datan los retratos de Jean Cocteau y de Marlene Dietrich.
Aunque se casó con Jacques Lacroix, Cosette no se sintió segura en la Francia de Vichy, así que huyó a Inglaterra hasta la liberación, en 1944. Al regresar se divorció y volvió a tomar las riendas de su estudio fotográfico. Ante su objetivo pasaron la flor y nata de la sociedad francesa e internacional del momento: Paul Valéry, Yves Montand, Jacques Brel, Albert Camus, Josephine Baker, Gina Lollobrigida, Brigitte Bardot, Romy Schneider, Jack Lang, Maurice Béjart… Dando rienda suelta a la finura del blanco y negro y aportando sus ideas vanguardistas, Cosette fijó el estilo que aún hoy desprende cualquier retrato con la firma Studio Harcourt.
Sociólogos y antropólogos de la talla de Roland Barthes han dejado constancia escrita del sello inconfundible de esta fotógrafa y del equipo que la acompañó antes de su fallecimiento y que supo mantener idéntica línea tras su ausencia. Barthes precisamente dejó bien claro que uno “no es actor si no ha sido retratado en Harcourt”.
Imágenes poderosas que casi parecen esculturas en papel fotográfico. Así son los retratos a los que dan vida eterna, o casi. Son varias las personalidades que han querido repetir la experiencia, inmortalizando su figura en distintos momentos de su trayectoria artística y vital. Es el caso del desaparecido Alain Delon, que posó en 1960 y en 2011, y de Catherine Deneuve, retratada a los custro años en 1952 y a los 63, también en 2011.
No es actor si no ha sido retratado en Harcourt”
Asimismo, “son varias las personas que no pertenecen al mundo del arte las que regresan para que les tomemos de nuevo su retrato, ya que no solo se trata de una fotografía, sino también de una imagen que representa momentos específicos de su vida, de una época y de una historia personal. Hablamos de la esencia del individuo y de cómo va tomando nuevos matices con el paso del tiempo, como ocurre con la historia de la fotografía. Lo que permanece es el alma del cliente, la excelencia de la imagen desde nuestro savoir-faire exclusivo”, remarca Pauline Jonkman.
Desde Delon y Deneuve estrenándose ante estos celebres focos, el equipo de Cosette, formado actualmente por una decena de profesionales, ha inmortalizado a Vanessa Paradis, Monica Bellucci, Guillaume Canet, Isabelle Huppert, Jeanne Moreau, Karl Lagerfeld, Marion Cotillard, Susan Sarandon, Rafa Nadal y músicos del momento como Hervé o Eddy de Pretto. Todos ellos fotografiados con ese toque francés tan anhelado que, en el caso de Studio Harcourt, mantiene hoy en día el valor de la artesanía, del art et métier. Se trata de un estilo único y casi sagrado que en esa casa se transmite bajo la más estricta confidencialidad contractual.
En un momento en el que toda imagen se captura a golpe de smartphone y en el que aparentar parece valer más que ser auténtico, dejarse retratar por este estudio fotográfico es detener la frenética velocidad con la que vivimos a diario y disfrutar de un acto casi sagrado, con nuestro rostro tomando dimensiones prácticamente mitológicas, en un juego de claroscuros. Una experiencia a disfrutar durante la sesión y a perpetuidad, sonriendo por dentro cada vez que veamos esa imagen nuestra como quien recuerda el día de una boda o un nacimiento cuando desempolva su vestido de novia o abre la caja donde guarda los primeros patucos de su bebé.