Hay alimentos que están en el centro de nuestras vidas y que, sin embargo, nos pasan inadvertidos. Los cacahuetes, por ejemplo. Aparecen sin discusión en momentos festivos: en aperitivos, en reuniones de amigos y familiares, en celebraciones, para acompañar el reto de un juego de mesa, el visionado de una película o en la barra de un bar mientras esperamos la bebida. Y luego desaparecen como habían llegado, sin que jamás tengamos la tentación de incorporarlos a nuestras recetas. En otros lugares del planeta, por el contrario, son capitales para su gastronomía.
El cacahuete domesticado que conocemos (Arachis hypogaea) seguramente sea la hibridación de dos o más plantas silvestres que tienen su origen en América del Sur. La procedencia precisa podría estar en el sur de Bolivia o el norte de Argentina, un territorio muy propicio para el crecimiento de esa planta, que reclama un clima cálido y con lluvias espaciadas. Del aprovechamiento del cacahuete desde antiguo hay un testimonio definitivo: el arqueólogo Tom Dillehay ha encontrado las semillas más veteranas del mundo en sus excavaciones de Cajamarca (Perú). Son cacahuetes datados en el año 6494 a.C. Hace ocho mil quinientos años alguien ya realizaba el distraído gesto de llevarse un puñadito de esas pequeñas bolitas a la boca.
La taxonomia, que generalmente se encarga de llevar la contraria a las creencias populares, asegura que el cacahuete (como le llamamos nosotros), cacahuate (como suele denominarse en México y América Central) o maní (así lo designan en el Caribe y la franja del Pacífico de Sudamérica) no es un fruto seco sino una legumbre. Sus parientes más cercanos no son la avellana o la nuez sino los guisantes o las judías. Y no crecen en árboles ni tampoco en plantas enredaderas, sino que son las semillas subterráneas que se protegen con la frágil cáscara que todos hemos aplastado con los dedos docenas de veces.
El origen del cacahuete
Fueron los españoles quienes introdujeron el cacahuete en Europa, tras haber conquistado casi todo el Nuevo Mundo. Pero tardaron bastante, no lo trasladaron hasta finales del siglo XVI. Los portugueses hicieron lo propio llevándolo a sus enclaves comerciales de India y China desde Brasil. Y los neerlandeses lo exportaron a sus colonias indonesias. A Estados Unidos, como tantas otras cosas, llegaron de la mano de los cargueros de esclavos. Era una comida nutritiva que se conservaba bien y que permitía llevar la mercancía humana con ciertas garantías, dándoles de comer una cosa barata que pesaba y ocupaba poco.
Pero, aun con su inequívoco origen suramericano, el cacahuete ha hecho fortuna en las gastronomías de lugares bien alejados de su procedencia. En las cocinas asiáticas y africanas es un pilar de las recetas más apreciadas. Y en Estados Unidos, de forma un tanto peculiar, también.
El pollo bañado con salsa de cacahuetes es de consumo casi diario en Asia Sudoriental
En la cocina del Sudeste Asiático el cacahuete entra en las salsas canónicas como la del pollo satay. Tanto, que mucha gente piensa que eso significa el nombre (cuando en realidad hace referencia a cortes de carne pequeños y de bocado). En Tailandia, Vietnam, Laos, Camboya, Birmania y la parte oriental de India, así como en toda Insulindia, el cacahuete machacado, gracias a su alto contenido en grasa, se amalgama solo y se convierte en la base idónea para la cocina salada, algo que nos resulta inimaginable aquí, donde ni siquiera tenemos la tentación de incorporar ese fruto a las recetas dulces.
En nuestro país, la cocinera tailandesa Kwan Homsai, que conduce un interesante blog de gastronomía asiática, presenta una receta fácil de realizar con ingredientes que no resultan complicados de encontrar en supermercados y grandes ciudades.
En África el consumo de cacahuete para la cocina está extendidísimo, y en cambio su uso como aperitivo se desconoce
En Costa de Marfil se elabora una salsa mezclando los cacahuetes con tomate frito, cebolla y guindillas para acompañar el pescado frito. En Benin lo hacen parecido, como amalgamante del arroz blanco y los plátanos machos hervidos. Y también preparan fonman, unas bolas de hojas tiernas de la planta, que hacen las veces de espinaca. En Camerún bañan las okras, una verdura áspera y gelatinosa. Y en Senegal es la reina de la cocina, formando parte del ubicuo mafé, una salsa hecha con cacahuetes tostados y machacados, pescado y marisco secos, tomates, ajos, cebolla, guindillas, pimienta y también aceite de cacahuete.
La estrella de la música africana Youssou N’Dour firmó en 2004 un encantador libro (La cocina de mi madre, Ed. Intermón Oxfam) donde se rendía a los encantos de las preparaciones gastronómicas de su madre, Sokhna Ndeyé, entre gira y gira. De sus recuerdos más estimulantes, el bassé arachide, una especie de cuscús de mijo con salsa de cacahuete; o el pollo mafé, que utiliza el mismo acompañante y que es uno de los tres platos capitales de aquel país.
Los viajeros que han tenido la fortuna de transitar las pistas africanas, a menudo han detenido sus vehículos todoterreno en los márgenes para comprar una de las mejores golosinas del continente: un pegote de mantequilla de cacahuete servido sobre una hoja de banano. Se come glotonamente como si fuera un helado, pringándose convenientemente. La receta no puede ser más sencilla: se machacan los frutos a mano en los morteros gigantes que hay por todas partes y se les añade un pellizco de sal. La grasa natural del fruto genera una pasta espesa con facilidad para pegarse al paladar.
Sus grasas monoinsaturadas -el 58% del alimento- ayudan a equilibrar los niveles de colesterol
En Estados Unidos son adictos a una receta parecida, pero llevada al terreno industrial. La manteca de cacahuete que todos hemos visto en las películas suele ser allí desayuno o emparedado recurrente, untada sobre una tostada y con el añadido de mermelada o jarabe de arce. Forma parte de la azucarada y poco saludable dieta de los estadounidenses. Una versión más refrescante y sana sería sustituir la confitura por tajadas finas de fruta rica en agua: manzana, pera, albaricoque, melón, melocotón… Aun así, debe consumirse con moderación.
Y es que el gran hándicap del cacahuete está su aporte de grasas. Aunque estas sean saludables, cada kilo contiene hasta 49 gramos (y 570 calorías por cada cien gramos). Así que siempre debemos ingerirlos con mesura, nada de tragarse una bolsa entera viendo un partido de fútbol. Por el contrario, sus bondades son importantísimas: es el fruto seco con mayor aporte de ácido fólico, proteínas y vitamina B3.
Posee cantidades importantes de magnesio, fósforo, níquel y un gran aporte de hierro. Es rico en triptófano, uno de los aminoácidos que el cerebro usa para fabricar serotonina, la hormona de la felicidad. Advertencia: debe interrumpirse el consumo de cacahuetes cuando se padece algún virus, pues se ha relacionado la arginina que contiene con la activación de algunas infecciones de ese tipo.
De lo importante que puede ser este fruto saben mucho en Estados Unidos, donde un empresario conocido como el rey del cacahuete, por sus enormes plantaciones, llegó a presidente del país tras ganar las elecciones de 1976. Fue Jimmy Carter, político que ha ido ganando prestigio como mediador en conflictos políticos eternos, lo que le valió el Premio Nobel de la Paz en 2002. Se desconoce si su extraordinaria longevidad (tiene 97 años) se debe a la ingesta de los cacahuetes que tanto dinero le proporcionaron. Podría ser, Antonio Machín ya aconsejó en su eterna canción El manisero: “no te acuestes a dormir sin comerte un cucuruchito de maní”.
Ficha Técnica DificultadBaja Tiempo30 m Raciones4 - 6 Calorías427 kcalReceta de pollo satay con salsa de cacahuetes
por Kwan Homsai
Ingredientes
-1 kg de pechugas de pollo
-400 ml de leche de coco
-1 cucharada de curri en polvo
-1 cucharada de cúrcuma
-1/2 cucharada de semillas de cilantro
-1/2 cucharada de semillas de comino
-sal
-pimienta blanca
-100 g de azúcar de palma
-50 g de cacahuetes tostados y machacados
-2 cucharadas de pasta de curri
-3 cucharadas de pasta de tamarindo
Preparación
1. Tostar el comino y el cilantro en una sartén seca hasta que empiecen a perfumar.
2. Majarlos en el mortero hasta conseguir un polvo fino.
3. Reservar.
4. En un bol, poner el pollo cortado en dados medianos y añadir el cilantro, el comino, la cúrcuma, la sal, la pimienta y ¾ partes de la leche de coco.
5. Mezclarlo todo bien, taparlo con papel film y guardarlo en la nevera una noche entera (o por lo menos dos horas).
6. Preparamos la salsa mezclando ¼ de la leche de coco con la pasta de curri y poniéndolo a calentar en un cazo. Cuando empiece a tomar temperatura se añaden los cacahuetes, la pasta de tamarindo y el azúcar de palma.
7. Opcionalmente, se puede agregar un chorrito de salsa de pescado. 8. Se cocina un par de minutos hasta que todos los ingredientes se homogeneicen.
9. Escurrir el pollo, ensartarlo en brochetas de madera previamente humedecidas y cocinarlo a la plancha hasta que esté bien crujiente.
10. Se puede pintar el pollo con la salsa para que tome mejor su sabor o servirla aparte en un bol para mojar.