Los jóvenes son los principales consumidores y usuarios activos de nuevas tecnologías. Nacieron en la era digital y son los más diestros ante las pantallas; de media, se pasan más de seis horas trasteando por redes sociales.
Unas cifras que no sorprenden a los expertos, pero sí alarman dada la gran influencia que el contenido digital tiene ya en su atención. Están conectados con lo que sucede en la vida de los demás, pero también están dejando que sus vidas sean guiadas e influenciadas por terceros; un estado de conectividad casi constante guiado por el miedo a perderse algo (FOMO, por sus siglas en inglés) que obliga a que estén continuamente revisando sus dispositivos.

Uno de los efectos negativos de las redes sociales incluyen una pérdida de su identidad a favor de la influencia y formar parte de un grupo.
El problema surge en sus mentes, maleables y en permanente estado de sugestibilidad. Están “agradecidos” de formar parte de una multitud, de lo cual se aprovechan terceros, ya que influenciados por un grupo, pueden hacer que actúen de una manera determinada, que no harían estando solos.
Sobre esto llama la atención el filósofo José Antonio Marina en el último episodio de su pódcast, El Panóptico. Citando a otro gran filósofo, el francés Gustave Le Bon, Marina señala cómo el individuo pierde su identidad , la “racionalidad y libertad” cuando se integra en una multitud. “Aislado, era quizás un individuo culto; en multitud, es un individuo instintivo y, por consiguiente, un bárbaro”, cita Marina.
José Antonio Marina: “Las redes generan una hipertrofia del ‘yo social’, que necesita estar continuamente siendo refrendado por el resto de la red”
Bajo esta premisa, Marina lo compara a vivir en un “estado de red”, cuyos rasgos principales serían tener una dependencia de Internet, impulsividad en las respuestas, la dificultad y el poco interés en distinguir lo real de lo virtual -que, según el filósofo ha dado lugar al fenómeno de la post verdad-; y una difuminación total del ‘yo personal’ y de la intimidad, a favor de una hipertrofia del ‘yo social’, que necesita estar continuamente siendo refrendado por el resto de la red.

Algunos jóvenes viven completamente dependientes de la Red.
“El sometimiento a las redes, la incapacidad de ofrecerles resistencia, hace a las personas influenciables, por eso aparece ese ridículo rol de los ‘influencers’”, explica Marina, que señala que la extensión de este fenómeno provoca que “se convierta en objetivo prioritario de la educación fortalecer la personalidad frente a la red, educar el sentido crítico”.
Sin embargo, el filósofo destaca que “el pensamiento posmoderno reivindicó una ‘personalidad ameboide’ capaz de adaptarse a todo, pensando que era el colmo de la libertad, cuando es en realidad el colmo de la vulnerabilidad.”
José Antonio Marina: “El sometimiento a las redes hace a las personas influenciables, por eso aparece ese ridículo rol de los ‘influencers’”
Por suerte, aún se puede hacer algo para protegerse de este estado “de masa”. Lo primero, según Marina, es reconocer el poder que posee, pues nadie es inmune a ello. “Lo grave de esa situación es que se pierde todo sentido crítico y autocrítico. Este es el peligro. El pensamiento reflexivo es nuestra defensa”, insiste el filósofo, que asegura que nos libra de los “peligros de la masa”, pero también da pie a algo muy importante: la búsqueda de esa individualidad perdida y, en ciertos temas, la universalidad.

Muchos jovenes pasan más de seis horas al día pegados a las pantallas.
La adicción a las redes sociales es tema de debate ya ampliamente en boca de los especialistas. El impacto negativo afecta a miles de personas, sobre todo a los más jóvenes. Desde el punto de vista de la salud mental, el uso intenso y nocivo de Internet puede incluso alterar la forma en que el cerebro gestiona componentes como la dopamina, un importante neurotransmisor relacionado con las sensaciones placenteras.
Especialmente en el caso de los usuarios más jóvenes, esta alteración puede afectar negativamente a sus cerebros, que aún están en desarrollo, y puede derivar en conductas adictivas impulsivas, baja autoestima, aislamiento, patrones de sueño alterados y, en consecuencia, una mala salud mental con un aumento de la ansiedad y la depresión.